Democracia y ciudadanía
Héctor Aguilar Camín
La democracia llegó a casi todos
nuestros países del brazo de las reformas de mercado impuestas por la
globalización. Los resultados de esas reformas son pobres en sus números
económicos, más pobres aún en sus efectos sociales.
No han generado un consenso activo de modernidad, porque no han ofrecido rendimientos generalizados de bienestar. Por ello, junto a las euforias democráticas crecen los desencantos y las incertidumbres del proceso. Vemos surgir Estados democráticos legítimos en su origen, pero débiles en la construcción de proyectos cohesivos de futuro, con horizontes claros de crecimiento económico y oportunidades para todos.
No han generado un consenso activo de modernidad, porque no han ofrecido rendimientos generalizados de bienestar. Por ello, junto a las euforias democráticas crecen los desencantos y las incertidumbres del proceso. Vemos surgir Estados democráticos legítimos en su origen, pero débiles en la construcción de proyectos cohesivos de futuro, con horizontes claros de crecimiento económico y oportunidades para todos.
Las democracias latinoamericanas, al igual que la mexicana, tienen fortalezas en diversos ámbitos, particularmente en el de las elecciones, pero su trama institucional es aún débil y su ciudadanía de sustento está todavía en formación.
Son democracias intervenidas por costumbres y creencias predemocráticas, por poderes de facto, económicos o políticos, por condiciones de desigualdad social que traban su funcionamiento y aplazan el reparto de los beneficios.
Vivimos la paradoja del triunfo de sistemas democráticos montados sobre culturas cívicas y tramas institucionales pobres. La democracia no se ha vuelto segunda naturaleza de nuestras ciudadanías.
Tenemos una ciudadanía a medio hacer y una institucionalidad democrática que es nuestra novedad más que nuestra costumbre.
La posibilidad de asentarse para esas democracias nuevas es que se encuadren en un horizonte de bienestar colectivo que haga verdad entre nosotros la difícil mancuerna de crecimiento económico con equidad social.
El historiador norteamericano de Zapata, John Womack, ha dicho esto de la manera más sencilla:
“La democracia no produce por sí sola una forma decente de vivir. Son las formas decentes de vivir las que producen democracia”.
Demoler sistemas políticos autoritarios no basta para tener una democracia. Además hay que crear las condiciones económicas, sociales y culturales que la sostienen, que la hacen una segunda naturaleza, un hábito, una costumbre social.
En los nuevos actores de la democracia mexicana pueden verse los vestidos a medio terminar. Tenemos partidos políticos que necesitan refundarse, una clase política en busca de nuevos códigos de negociación, unos medios de información sin contrapeso como poder público.
Los ciudadanos, por su parte, creen poco en la ley o en la autoridad, y mucho en las pedagogías del pasado, con su larga cola de mentiras y sospechas.
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