Un partido atrapado por el presente
Humberto
Musacchio*
El
Partido Acción Nacional vive días amargos. Perder unas elecciones que implican
dejar el poder —el que puede, el presidencial— es causa de duelo en cualquier
formación política, pero es también momento de analizar causas, señalar errores
y buscar remedios. Algo de todo eso hay en el PAN, pero…
Ya
se sabe que la victoria
tiene muchos padres, pero que la derrota es huérfana. Hasta
donde se avizora, no hay en la hueste azul quien se haga cargo de los daños,
pero en voz alta y sotto
voce se intercambian acusaciones, lo que revela un clima poco
propicio para el debate sereno.
En
ese ambiente de
recriminaciones mutuas, se ha llegado a decir que Acción
Nacional está en riesgo de desaparecer. En el campo de la política todo o casi
todo es posible, pero parece poco probable que el PAN simplemente se esfume y
deje el escenario nacional, donde ha estado presente por casi tres cuartos de
siglo.
Los
partidos políticos con arraigo, que es el caso del PAN, tienen ataduras grandes
con la historia. El Partido Nacional Revolucionario —abuelo del PRI— nació por
la aglutinación de fuerzas ordenada por Plutarco Elías Calles. Fue aquella una
medida autoritaria, pero profundamente racional, pues los contingentes salidos
de la Revolución corrían el riesgo de destruirse entre sí.
Unirlos
en la idea de que todos representaban el mismo interés y organizar el reparto
del pastel entre ellos fue
un acto visionario del llamado Jefe Máximo, resultado de su
conocimiento de los hombres y de sus ambiciones, pero también del pasado
inmediato, en el que halló puntos comunes y una simbología que aportó las
necesarias señas de identidad.
El
caso del PRD es distinto, pues surgió de la confluencia del Partido Comunista y
de varios núcleos marxistas con la llamada ala izquierda del PRI, donde estaban
los cardenistas y los marxistas desencantados que en diversos momentos se
refugiaron en el partido tricolor, el único que ofrecía posibilidades de empleo
y carrera política.
La
fundación del PRD fue la concentración de fuerzas que obedecían más o menos al
mismo impulso y que hacían suyas las principales gestas del pueblo mexicano,
sus tendencias igualitarias y sus deseos de pan y justicia.
Acción
Nacional, igualmente, desciende de fuerzas que han estado presentes y actuantes en la
historia de México. No es casual que algunos sectores del panismo reivindiquen
la figura de Iturbide y que durante décadas asumieran un hispanismo que
entendían como suma de lengua, religión y costumbres.
Si
esa nostalgia colonial por España la han cambiado por una decidida simpatía por
el american way of life,
hija es ésta de los tiempos y de las conveniencias, pues el ejercicio del poder
impone normas que frecuentemente contradicen los códigos ideológicos y obligan
a desecharlos.
Una
fuerza tan arraigada en la historia de México no puede desaparecer del panorama
electoral ni es aconsejable diluir sus referentes ideológicos, pues toda fuerza
política requiere ser identificable. Las pretensiones de Felipe Calderón de
mantener el control de su partido seguramente se verán frustradas cuando
termine su sexenio.
Se
impondrá finalmente el conjunto de tendencias que representan intereses,
posiciones e ideas no en todo ni siempre similares, pero sí capaces de
coexistir y manejarse dentro de un ambiente de concordia elemental.
El
PAN parece atrapado por
el presente, pero tiene pasado y un patrimonio ideológico para
enfilarse hacia el futuro. México necesita una derecha inteligente que haga un
contrapeso constructivo a otras tendencias políticas.
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