03 agosto, 2012

Diagnosticar la derrota


Diagnosticar la derrota


John F. Kennedy decía que la victoria tiene mil padres, pero la derrota es huérfana. Y así se vive la debacle electoral dentro del PAN durante estos días. Todos recriminándose entre sí, todos acusándose entre sí, todos culpando al grupo ajeno sin asumir la responsabilidad emanada del propio.


Nadie dispuesto a revelar con claridad las causas detrás del desastre de Acción Nacional. Nadie dispuesto a reconocerlo, a señalarlo, a asumirlo. Diluyendo la culpa en frases trilladas como “el desgaste”, “las divisiones”, “la falta de dinero, la falta de lealtad, la falta de línea”.

Los panistas se escudan pero no enfrentan; explican pero no entienden; padecen el dolor de la derrota pero no comprenden quién la provocó. Tiene nombre y apellido. Se llama Felipe Calderón.


Porque la elección fue un referéndum sobre su gobierno y la guerra que emprendió. Porque la contienda fue un juicio sobre la gestión monotemática que encabezó. Y he allí los resultados. Tres millones de votos perdidos. Sólo una gubernatura ganada. El paso de ser la primera fuerza política del país a ser la tercera. El regreso del PRI por default.


Y el PAN puede argumentar que llegó dividido por pleitos internos; que llegó cuestionado por los efectos de la crisis económica del 2009; que llegó maniatado por la reforma electoral que limitó su margen de acción. Y quizás hay una dosis de razón en estos argumentos; quizás hay algo de cierto en estos planteamientos. Pero dejan de lado la razón principal del rechazo que el PAN enfrentó. Los 60 mil muertos y la violencia sin fin. Los “daños colaterales” que la guerra de Felipe Calderón ha producido y que ahora el PAN ha pagado.


Y sí, Josefina Vázquez Mota fue traicionada por el presidente y su gabinete. Y sí, fue dejada a la deriva por personajes prominentes de su propio partido. Y sí, Roberto Gil Zuarth cometió innumerables errores derivados de su falta de experiencia. Y sí, gran parte de su esfuerzo fue producto de la improvisación.


La campaña de Josefina no logró sumar, comunicar, convencer. Arrancó en marzo con 30% de las intenciones de voto y a buena distancia de López Obrador. Todo eso se perdió en tres meses de una campaña marcada por la continuidad con Calderón en lugar del distanciamiento hacia él.


Eso fue lo que la hundió; eso fue lo que la venció. Cargó a cuestas con el peso de una guerra de la cual nunca logró desvincularse. Una guerra fútil, una guerra impopular, una guerra que en lugar de pacificar al país ha contribuido a incendiarlo.


Josefina nunca decidió qué posición debía asumir frente al conflicto y de allí las inconsistencias en las que cayó, las contradicciones que desplegó. Prometía ser “diferente” pero en realidad representaba ser más de lo mismo. Ofrecía el cambio pero no logró construir la identidad que lo evidenciara. Terminó no siendo la candidata del calderonismo pero tampoco una alternativa distinta a la del presidente.


Fue la candidata que Felipe Calderón no arropó pero a la que dañó por asociación. Fue la candidata que Felipe Calderón dejó sola pero no lo suficiente. A Josefina la lastimó un sexenio centrado en la lucha contra el crimen como primera prioridad; la acorraló una política presidencial obsesionada con atrapar capos antes que crear empleos.


Ahora que el PAN se mira a sí mismo ojalá sea capaz de escudriñar a Felipe Calderón con el ojo crítico que se merece. Ojalá comprenda que el calderonismo tiene poco qué hacer dentro del partido mirando hacia delante. El PAN necesita ser una buena oposición pero de partes de sí mismo. Necesita alejarse del predominio presidencial sobre el partido que ha resultado ser tan dañino.


Necesita distanciarse de la estrategia de seguridad que fue condenada en las urnas, rechazada en las casillas, vilipendiada por los votantes. Necesita entender que la perseverancia presidencial en el combate al narcotráfico fue entendida como obcecación. Como obsesión. Como terquedad. Como inflexibilidad. Y esa visión fue la que llevó a perder la elección.


Un país cansado de la violencia se volcó en contra de quien la ha exacerbado. Un país hastiado de la criminalidad sacó de Los Pinos a quien no la había combatido eficazmente. Allí está la clave de la debacle panista más allá de lo que el partido ha querido reconocer. Allí está la explicación de la derrota más allá de lo que el gobierno de Felipe Calderón ha querido encarar.


Y el PAN debe –como prioridad– decidir qué postura va a asumir con respecto al tema sobre el cual tan sólo ha seguido la pauta presidencial. Debe –como oposición– decidir qué va a apoyar y qué va a criticar, qué va a demandar y qué va a cambiar de la guerra que declaró y actualmente lo ha hundido.


Esa es probablemente la definición más importante que enfrenta Acción Nacional y la menos discutida. En estos tiempos de disección de lo que ocurrió y por qué, muchos panistas hablan de reformar estatutos, elegir candidatos de otra manera, ser un partido de masas o de cuadros, cómo refundar al partido o cómo relanzarlo.


Muchos hablan de las reformas que negociarán y de los pactos políticos con el PRI que fomentarán. Pero pocos hablan de lo que realmente explica la derrota que aún están digiriendo. Pocos hablan de la responsabilidad de Felipe Calderón en provocarla. Pocos hablan de la factura electoral que el PAN ha pagado por una guerra a la cual simplemente no se refiere.


Para relanzarse el PAN piensa en un programa mínimo de exigencias para dialogar con Enrique Peña Nieto. Piensa que debe exigir mejor control y mayor transparencia en el uso del dinero en el sistema electoral. Piensa en expulsar a Vicente Fox. Piensa reencontrarse con la ciudadanía. Piensa en abandonar el discurso moral y conservador que lo ha caracterizado en los últimos años. Piensa en ser “una oposición responsable pero digna y combativa”.


Pero lamentablemente no está mirando al elefante en el centro de la habitación: la guerra de Felipe Calderón y cómo incidió en la elección. No está centrando la mira en donde debería estar. Admite cien culpas pero no asigna la principal:


Un presidente que quiso ser el Churchill mexicano pero acabó sacando a su propio partido del poder.

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