Jorge Fernández Menéndez
El próximo 1 de diciembre Enrique Peña Nieto
será presidente de México. Regresa el PRI a Los Pinos después de 12
años, pero nadie tendría que equivocarse, mucho menos el equipo del
mexiquense: ni el Poder Ejecutivo tiene los instrumentos que tenía hace
12 años ni la forma y el estilo de gobernar pueden repetirse.
En alguna ocasión entrevistaba al ex presidente Carlos Salinas de Gortari sobre el tema y le decía eso mismo, que las atribuciones y posibilidades de un mandatario no eran en la actualidad equiparables a las que él había tenido en Los Pinos. Salinas de Gortari creía que no era así, que las facultades y atribuciones del presidente no se habían modificado, que eran las mismas. La diferencia, decía, era que no se utilizaban igual o que no se sabían utilizar y que de alguna forma se había demeritado la institución presidencial. Era una verdad, pero una verdad a medias: lo que había cambiado, por muchas razones, no era el marco legal (que también sufrió modificaciones, pero menores) sino el entorno político y las facultades que Jorge Carpizo llamó “metaconstitucionales” de un presidente. Durante el sexenio de Carlos Salinas, por ejemplo, la gran mayoría de los gobernadores fueron, por una u otra causa, removidos de sus cargos. En ese periodo se dieron lasprimeras
y famosas “concertacesiones” (acuerdos políticos que, a diferencia de
otros analistas, considero básicos para haber podido desamarrar el viejo
sistema político y comenzar a transitar hacia un mayor pluralismo y
democracia). El poder presidencial era mayor y se utilizaba con mayor
firmeza, en el mejor sentido de la palabra. Claro que había que
negociar, como me decía en aquella ocasión Carlos Salinas, con las oposiciones internas y externas, pero el margen de operación era mucho mayor.
Ese estilo de gobernar y ese margen se fueron acotando durante la presidencia de Ernesto Zedillo, un mandatario que a diferencia de lo que algunos creen no fue en absoluto prescindente en temas políticos. En realidad fue exactamente lo contrario, aunque con un estilo muy personal, que algunos aún hoy no terminan de descifrar. Pero Zedillo ya no pudo, o no quiso, operar de la misma manera.
Con la derrota del PRI y con la llegada de Vicente Fox, la institución presidencial pudo tener un cambio notable y lo tuvo, pero no para bien sino para mal. Por muchas razones la institución presidencial y su espacio de operación se fueron restringiendo tanto que se pasó de la presidencia imperial de la que habló Enrique Krauze a una presidencia que parecía decorativa: desde Los Pinos no se decidía la economía ni la seguridad ni muchos de los principales temas de política interior o exterior. Con Felipe Calderón ese estilo cambió radicalmente, algunos dicen que incluso en exceso, pero lo cierto es que los espacios perdidos, tanto en la vida como en la política, no se suelen recuperar.
No sé cómo gobernará Peña Nieto a partir del 1 de diciembre. Tampoco ha mostrado en estas semanas, desde la elección hasta la calificación, muchas pistas al respecto, ni él ni su equipo. Asumieron una estrategia excesivamente conservadora. Ahora eso tendría que cambiar. Peña tiene que mostrarse como el futuro Presidente. En Los Pinos tendrá un margen de maniobra mayor, por ejemplo, al de Felipe Calderón: la mayoría de los gobernadores son de su partido, tiene una mayoría relativa en las Cámaras, aunque necesita alianzas para poder sacar sus iniciativas, ganó la elección con una diferencia de más de tres millones de votos. Pero no será igual que hace 12 años: los gobernadores han aprendido el poder que les da (para bien y para mal) la independencia que adquirieron en estos años; el Congreso sabe también que puede tener sus propios tiempos y ritmos (y que el PRI haya escogido a Manlio Fabio Beltrones y a Emilio Gamboa como sus coordinadores no es una casualidad). El presupuesto federal está mucho más atado y supervisado que en el pasado y, paradójicamente, los estatales tienen mayor libertad y margen económicos.
Y fuera de los antecedentes que se tienen del Estado de México, no sabemos, en realidad nunca se sabe con anterioridad, cómo será el llamado estilo personal de gobernar del próximo mandatario, su grado de involucramiento en la toma de decisiones, la relación con su equipo cercano y con el resto de su gabinete. Me imagino, o mejor dicho, me quiero imaginar, un presidente Peña que se signifique por el diálogo; que haga un ejercicio del poder pragmático, pero también firme; que apueste por los acuerdos para procesar los cambios, pero que tampoco piense que puede lograr unanimidad en sus objetivos: las democracias para ser funcionales requieren mayorías estables, no unanimidades o falsos consensos que diluyan los verdaderos acuerdos. Un Presidente imbuido de la urgencia y la necesidad de cambios en un país que sí tiene prisa.
En alguna ocasión entrevistaba al ex presidente Carlos Salinas de Gortari sobre el tema y le decía eso mismo, que las atribuciones y posibilidades de un mandatario no eran en la actualidad equiparables a las que él había tenido en Los Pinos. Salinas de Gortari creía que no era así, que las facultades y atribuciones del presidente no se habían modificado, que eran las mismas. La diferencia, decía, era que no se utilizaban igual o que no se sabían utilizar y que de alguna forma se había demeritado la institución presidencial. Era una verdad, pero una verdad a medias: lo que había cambiado, por muchas razones, no era el marco legal (que también sufrió modificaciones, pero menores) sino el entorno político y las facultades que Jorge Carpizo llamó “metaconstitucionales” de un presidente. Durante el sexenio de Carlos Salinas, por ejemplo, la gran mayoría de los gobernadores fueron, por una u otra causa, removidos de sus cargos. En ese periodo se dieron las
Ese estilo de gobernar y ese margen se fueron acotando durante la presidencia de Ernesto Zedillo, un mandatario que a diferencia de lo que algunos creen no fue en absoluto prescindente en temas políticos. En realidad fue exactamente lo contrario, aunque con un estilo muy personal, que algunos aún hoy no terminan de descifrar. Pero Zedillo ya no pudo, o no quiso, operar de la misma manera.
Con la derrota del PRI y con la llegada de Vicente Fox, la institución presidencial pudo tener un cambio notable y lo tuvo, pero no para bien sino para mal. Por muchas razones la institución presidencial y su espacio de operación se fueron restringiendo tanto que se pasó de la presidencia imperial de la que habló Enrique Krauze a una presidencia que parecía decorativa: desde Los Pinos no se decidía la economía ni la seguridad ni muchos de los principales temas de política interior o exterior. Con Felipe Calderón ese estilo cambió radicalmente, algunos dicen que incluso en exceso, pero lo cierto es que los espacios perdidos, tanto en la vida como en la política, no se suelen recuperar.
No sé cómo gobernará Peña Nieto a partir del 1 de diciembre. Tampoco ha mostrado en estas semanas, desde la elección hasta la calificación, muchas pistas al respecto, ni él ni su equipo. Asumieron una estrategia excesivamente conservadora. Ahora eso tendría que cambiar. Peña tiene que mostrarse como el futuro Presidente. En Los Pinos tendrá un margen de maniobra mayor, por ejemplo, al de Felipe Calderón: la mayoría de los gobernadores son de su partido, tiene una mayoría relativa en las Cámaras, aunque necesita alianzas para poder sacar sus iniciativas, ganó la elección con una diferencia de más de tres millones de votos. Pero no será igual que hace 12 años: los gobernadores han aprendido el poder que les da (para bien y para mal) la independencia que adquirieron en estos años; el Congreso sabe también que puede tener sus propios tiempos y ritmos (y que el PRI haya escogido a Manlio Fabio Beltrones y a Emilio Gamboa como sus coordinadores no es una casualidad). El presupuesto federal está mucho más atado y supervisado que en el pasado y, paradójicamente, los estatales tienen mayor libertad y margen económicos.
Y fuera de los antecedentes que se tienen del Estado de México, no sabemos, en realidad nunca se sabe con anterioridad, cómo será el llamado estilo personal de gobernar del próximo mandatario, su grado de involucramiento en la toma de decisiones, la relación con su equipo cercano y con el resto de su gabinete. Me imagino, o mejor dicho, me quiero imaginar, un presidente Peña que se signifique por el diálogo; que haga un ejercicio del poder pragmático, pero también firme; que apueste por los acuerdos para procesar los cambios, pero que tampoco piense que puede lograr unanimidad en sus objetivos: las democracias para ser funcionales requieren mayorías estables, no unanimidades o falsos consensos que diluyan los verdaderos acuerdos. Un Presidente imbuido de la urgencia y la necesidad de cambios en un país que sí tiene prisa.
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