RICARDO ALEMÁN
Con argumentos jurídicos
contundentes -lejos de decisiones movidas por emotividad, moralina o presión
política-, el Tribunal Electoral Federal rechazó, una a una, la mayoría de las
denuncias y “pruebas” presentadas por el Movimiento Progresista para evidenciar
un supuesto fraude y presuntas violaciones constitucionales capaces de anular
la elección presidencial.
El pleno del máximo tribunal electoral analizó todas las pruebas presentadas por “los progresistas”, investigó su incidencia en el conjunto del proceso electoral, su influencia en el voto ciudadano y, en general, en el resultado de la votación presidencial. La conclusión fue contundente; que todas -o casi todas- las “pruebas” presentadas al Tribunal por las llamadas “izquierdas”, son insuficientes e infundadas para anular la elección.
Por todas esas razones, el Tribunal Electoral desechó el “juicio de inconformidad de nulidad” presentado por las izquierdas, declaró válida, legal y legítima la elección presidencial del 1 de julio y -por consecuencia-, también validará el resultado de la elección presidencial, emitido por el IFE.
Es decir, que ratifica que el presidente electo se llama Enrique Peña Nieto, a quien extenderá la constancia que lo acredita como tal, como presidente electo y quien deberá tomará posesión el 1 de diciembre próximo.
ACABÓ LA PATRAÑA
Lo curioso del asunto es que con el resolutivo del pleno de magistrados del Tribunal Electoral, se pone fin a la farsa enderezada por el candidato perdedor, Andrés Manuel López Obrador, de que se cometió un fraude generalizado, que el candidato del PRI y su partido incurrieron en violaciones sistemáticas a la Constitución y que, por todo eso, la elección debía ser anulada.
En el fondo, y luego de vergonzosos espectáculos de mentiras evidentes, de engaños claros, e inventos abiertos, López Obrador y los suyos regalaron a la sociedad mexicana un retrato de cuerpo completo de lo que es un político sin la elemental cultura democrática, incapaz de aceptar las reglas básicas de la competencia en democracia; que no sabe perder.
El rosario de mentiras y patrañas empezó con juicios morales sobre el deber ser de la elección presidencial. En los días previos a la etapa crucial del la emisión del voto, AMLO insistió en distintos foros que “el triunfo del PRI es moralmente imposible”. La razón, que en el PRI estaba algo así como el demonio, en tanto que su “movimiento” era una suerte de apostolado por el bien.
Luego de la jornada electoral, y que Enrique Peña Nieto ganó con una diferencia de casi cuatro millones de votos, AMLO inventó de todo; que si millones de ciudadanos eran corruptos, que si se habían comprado cinco millones de votos, que si el PRI compró la elección, que si los medios se vendieron a favor de Peña, que si las encuestas fueron compradas, que si se compraron votos con tarjetas de Soriana y Monex, que si los periodistas se vendieron, que si a cambio de pollos, gallos, chivos y uno que otro buey, se compro el voto, que si…
Nada. Ninguna de las presuntas pruebas fue contundente para probar el supuesto fraude y para documentar la denunciada violación constitucional. Más aún,la Comisiónde Fiscalización del IFE determinó que en la precampaña “los progresistas” de AMLO fueron los que más violaron el tope de gasto y pudieran ser los que más lo violaron en la etapa de la elección constitucional. Peor aún, se documentó periodísticamente la triangulación ilegal de dinero público -del GDF-, al movimiento de AMLO en todo el sexenio último y la venta de candidaturas.
Y TERMINÓLA AVENTURA.
Nada pudo tirar la elección que hizo posible el regreso del PRI al poder presidencial; ninguna patraña funcionó y las mayorías no se tragaron el cuento del fraude y la violación constitucional. Entonces vino la amenaza verbal -a los consejeros del IFE y los magistrados del Tribunal Electoral-, proveniente de los hombres de la llamada izquierda.
Desde AMLO, pasando por Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Jesús Zambrano y Alberto Anaya -y muchos otros-, amenazaron con el petate del muerto del estallido social; insultaron a los consejeros y a los magistrados, a los que calificaron de todo: cínicos, vendidos, entreguistas, vendepatrias… Ya habían convertido a Peña Nieto en el candidato más insultado, difamado, ofendido y ahora convirtieron a los árbitros electorales en lo más cercano a “perros del mal”.
Lo cierto es que las mal llamadas “izquierdas” no pueden ocultar su frustración por el fallido fin de la aventura presidencial; una aventura que empezó dentro del PRI en la segunda mitad de la década de los años 80 -cuando se enfrentaron Salinas y Cárdenas por el control del poder presidencial, en la elección de 1988-, y que terminó 25 años después, con cinco derrotas presidenciales de las izquierdas: 1988, 1994, 2000, 2006 y 2012.
¿Por qué creemos que terminó la aventura?
Porque el fracaso de las izquierdas en esas cinco elecciones no fue un fracaso electoral. No, en el fondo asistimos a un fracaso cultural.
Y la prueba la vimos en las horas recientes, cuando una parte del viejo PRI, disfrazado de dizque izquierda, sigue con el cuento del fraude y la imposición. Y es que nadie que no sabe perder puede aspirar a ganar.
¿SE ACUERDAN?
Hace seis años, en esta misma semana, el Tribunal Electoral ratificó el triunfo de Felipe Calderón. En aquella ocasión, los magistrados decidieron que no existían elementos suficientes para llevar a cabo el recuento “voto por voto” y que si bien todos los candidatos habían perdido un porcentaje mínimo de votos, la diferencia entre el primer lugar –Calderón- y el segundo lugar -López Obrador- seguía siendo de 0.58%.
Como acaba de ocurrir, en 2006, la resolución del Tribunal se dio en medio de gritos, sombrerazos y mentiras. La amenaza de “estallido social” se difundió en medios nacionales e internacionales -como el Wall Street Journal-, los ministros -como hoy- fueron agredidos e insultados. E igual que hizo ahora, Andrés Manuel López Obrador aseguró que el Tribunal tenía uno de dos caminos: la rectitud -de la mano de la impugnación- o la traición.
Sin embargo, también como acaba de ocurrir, el poder del Estado y las leyes mexicanas pudieron más que los desplantes y berrinches de unos cuantos. El Tribunal ratificó el triunfo de Calderón y a Andrés Manuel sólo le quedó inconformarse, desconocer a las instituciones y amenazar con que “el pueblo” se organizaría y crearía su propio gobierno. Pero como siempre, los dichos de López se quedaron en eso… en palabras.
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