Más papistas que el papa
A los magistrados del TEPJF solo les
correspondía evaluar las pruebas del presunto fraude y aceptarlas o rechazarlas.
Nada más. Pero el ministro Salvador Olimpo Nava Gomar se vio obsequioso. Y se
extralimitó, se fue más allá del fallo sobre el proceso.
Ramón Alberto
Garza
La sentencia del Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que valida la elección del primero
de julio le deja innecesariamente una pesada carga a quien de un momento a otro
será declarado presidente electo: Enrique Peña Nieto.
Abrimos
la reflexión reconociendo las instancias institucionales. Y para bien o para
mal, los magistrados del TEPJF se pronunciaron desechando todas y cada una de
las impugnaciones presentadas por los partidos.
Ninguna
prosperó, ni siquiera para salvar cara. Fue un claro y evidente abuso de formas que
se reflejó en la declaración del magistrado Salvador Olimpo Nava Gomar.
“México
tiene un presidente electo por el pueblo y se llama Enrique Peña Nieto”. Lo
dijo aun antes de que sus colegas emitieran su voto. Craso error. Le echó
gasolina a la hoguera.
Primero
porque en esta etapa del proceso, a los magistrados solo les correspondía
evaluar las pruebas del presunto fraude y aceptarlas o rechazarlas. Nada más.
Pero
el ministro se vio obsequioso. Y se extralimitó, se fue más allá del fallo
sobre el proceso. Tal vez quiso pasar a la historia como el sumo sacerdote que
le ciñó la corona al nuevo rey.
La
anécdota no es menor porque en el fondo exhibe la urgencia de limpiar el poco o mucho desaseo electoral
que existió y la prisa por consumar la declaración de
presidente electo de Peña Nieto.
Y
conste que no buscamos imponer una opinión por encima del fallo institucional
del tribunal competente. Eso
es lo que existe, lo vigente, lo legal, aunque no sea lo moralmente correcto.
Si
existe desacuerdo sobre la forma en que se evaluaron las impugnaciones o la
manera de operar de los magistrados, habría que replantear a partir de ahora el
modus operandi del tribunal. Pero con lo que existe hoy, es lo legal.
Es
cierto que ya se esperaba el fallo en ese sentido. Que no existía ni una remota
posibilidad de que en las circunstancias actuales se invalidara la elección.
Pero había forma de cuidar las formas.
Las
impugnaciones presentadas por uno y otro partido pueden ser insuficientes, por
supuesto. Pero de ahí a que se califique la elección como absolutamente limpia, libre y democrática,
hay un abismo.
Podrían
los magistrados –como lo hicieron en los también cuestionados comicios de 2006–
validar la elección presidencial dejando en claro que existieron procedimientos
irregulares que, aun insuficientes, exigen trabajar en el perfeccionamiento de
nuestro sistema democrático.
Como,
por ejemplo, quitar los candados para permitir que los ciudadanos –y no solo
los partidos políticos– puedan presentar quejas e impugnaciones. Mantener el
estatus vigente es perpetuar una partidocracia que nos tiene secuestrados.
De
la misma forma en que por fin se reconoció la validez de las candidaturas
ciudadanas, deberíamos buscar que se aceptaran como válidas las impugnaciones
ciudadanas al voto.
Al
margen del fondo, que por institucional se respeta, las formas exhibidas ayer
por los magistrados del TEPJF dejan ver
una rudeza innecesaria e indigna de los hombres del derecho.
Y
abrieron nuevas heridas entre quienes –justa o injustamente– se sienten
despojados y aquellos que a pesar de las evidencias –aun insuficientes–,
pretenden alzarse inmaculados, limpios, libres, democráticos.
La
exposición de motivos que se dio ayer para convalidar la elección presidencial
será digna de un caso de estudio. Porque el resultado pudo haber sido el mismo,
pero lo indignante de
las formas escaló el fallo a nivel de burla.
Y
ése es un flaco favor para un Enrique Peña Nieto y un PRI que tendrán que vivir
con las consecuencias de lo que dijeron aquellos que se sintieron más papistas
que el Papa.
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