¿Realmente el daño está hecho?
La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
El daño está hecho, me dijo el miércoles Luis Carlos Ugalde.
Pese a que pocas personas conjuntan su experiencia y conocimiento del
tema, discrepo.
Según Luis Carlos, presidente del IFE en la elección de 2006, Andrés Manuel López Obrador y sus huestes volvieron a ser muy efectivos en la tarea de manchar y desacreditar los comicios presidenciales. Basó la afirmación en encuestas que registran una duda o descalificación del proceso 2012, que va de 30 a 50 por ciento de los entrevistados.
Quizá esa sea la percepción del momento, todavía marcada por las pasiones. Pero dudo que termine prevaleciendo.
La decisión del Tribunal Electoral de desestimar, en forma unánime y categórica, la impugnación del frente de izquierdas quedará como antídoto de la irresponsable cantidad de farsas, engaños, bolas de humo y mentiras redondas con los que se trató de arrebatar el triunfo a Enrique Peña Nieto.
Solo desde la superstición y el abuso cabía alegar que un conjunto de presunciones y vaguedades influyó en 5 millones de votantes, por lo que no había más que invalidar la elección.
Sin dar clases de moral pública, el magistrado Salvador Nava expresó que las elecciones fueron libres y auténticas. Y que hay un presidente electo. Uno que ganó por 3.3 millones de votos.
¿El daño está hecho, Luis Carlos? No sé. Ayer también fue derrotada la perniciosa deslealtad de quienes jamás aceptarán que no fueron lo suficientemente hábiles para ganar más votos que el adversario, pero que ipso facto adjetivaron a los magistrados del Tribunal de farsantes, comparsas de un fraude.
Tuvieron todo para ganar. Volvieron a perder.
Según Luis Carlos, presidente del IFE en la elección de 2006, Andrés Manuel López Obrador y sus huestes volvieron a ser muy efectivos en la tarea de manchar y desacreditar los comicios presidenciales. Basó la afirmación en encuestas que registran una duda o descalificación del proceso 2012, que va de 30 a 50 por ciento de los entrevistados.
Quizá esa sea la percepción del momento, todavía marcada por las pasiones. Pero dudo que termine prevaleciendo.
La decisión del Tribunal Electoral de desestimar, en forma unánime y categórica, la impugnación del frente de izquierdas quedará como antídoto de la irresponsable cantidad de farsas, engaños, bolas de humo y mentiras redondas con los que se trató de arrebatar el triunfo a Enrique Peña Nieto.
Solo desde la superstición y el abuso cabía alegar que un conjunto de presunciones y vaguedades influyó en 5 millones de votantes, por lo que no había más que invalidar la elección.
Sin dar clases de moral pública, el magistrado Salvador Nava expresó que las elecciones fueron libres y auténticas. Y que hay un presidente electo. Uno que ganó por 3.3 millones de votos.
¿El daño está hecho, Luis Carlos? No sé. Ayer también fue derrotada la perniciosa deslealtad de quienes jamás aceptarán que no fueron lo suficientemente hábiles para ganar más votos que el adversario, pero que ipso facto adjetivaron a los magistrados del Tribunal de farsantes, comparsas de un fraude.
Tuvieron todo para ganar. Volvieron a perder.
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