¿La confusión imposible?
Resulta incomprensible que pasados tantos días de la emboscada a diplomáticos de EU, no podamos tener todavía una explicación convincente.
Jorge Fernández Menéndez
Recuerdo una película de Harrison Ford , hace ya muchos años, en plena explosión de la lucha contra las drogas en Colombia, basada en una novela de Tom Clancy, se llamaba Peligro Inminente. El personaje que representaba Ford,
Jack Ryan, un analista de la CIA ascendido a subdirector, llegaba a
Colombia en medio de intrigas de distintas agencias estadunidenses que a
su vez habían sido infiltradas por un agente del narcotráfico. Los
grupos criminales estaban a su vez enfrentados entre sí, pero también lo
estaban las agencias estadunidenses y sus respectivos socios entre las
policías locales. Cuando llega Ryan acompañando a un par de importantes
funcionarios estadunidenses a Bogotá, son emboscados por
narcotraficantes apoyados por fuerzas de seguridad locales, con datos
proporcionados por agentes estadunidenses. Algunos terminan muertos
pero, después de una persecución implacable, Ryan se salva y logra
destrozar, en la novela y en la película, al cártel de Medellín.
Cuando leía lo ocurrido el viernes en Tres Marías no pude menos que recordar aquella película. No sé, nadie lo sabe en realidad, qué es exactamente lo que ocurrió, aunque todo suene a una emboscada contra los asesores estadunidenses, como han dicho las autoridades de ese país. ¿Por qué? Porque resulta incomprensible que, suponiendo que se hubiera tratado de la persecución de una camioneta robada, nadie en las fuerzas policiales haya tenido la previsión de ver que se trataba de una camioneta con placas diplomáticas; que después de cinco kilómetros de persecución, en la que intervienen 12 elementos policiales y por lo menos tres vehículos, se viera que desde la camioneta que era perseguida no se estaba respondiendo el fuego; que no se sepa, tres días después de los hechos, cómo fue que se intentó cerrar el paso a ese vehículo diplomático (unos vehículos iban de frente a la camioneta y otros detrás). Son demasiadas preguntas sin respuesta y la tesis de la confusión no parece sostenerse; por el contrario, pareciera que la emboscada (o como algunos piensan, un intento de secuestro) se fortalece, más aún porque se sigue insistiendo en que el vehículo que comenzó la persecución no era policial o por lo menos no se identificaba como tal.
Pero supongamos incluso que se trató de una confusión, lo que tampoco es imposible. El hecho pone de manifiesto el mayor problema que se ha presentado a lo largo de estos años en el terreno institucional, que es la ausencia de una verdadera comunicación y coordinación entre las fuerzas de seguridad. Cuando se habla de cambiar la estrategia de seguridad hemos insistido en muchas ocasiones que el problema no es la estrategia en sí, sino la política de seguridad: es un problema porque la coordinación es escasa, no hablemos entre la Federación y los estados y municipios, donde en la mayoría de los casos no se da, sino entre las fuerzas federales: entre ellas suele haber desconfianza y poca comunicación, y eso se refleja claramente en hechos como los del viernes. Y ese no es un problema de estrategia, sino de política.
De todas formas, resulta incomprensible que, pasados tantos días de esos hechos, no podamos tener todavía una explicación convincente de lo sucedido; que se siga manteniendo una incertidumbre que provoca, una vez más, que la desconfianza entre las fuerzas de seguridad federales se acreciente.
Dos despedidas
Siempre me han fascinado los hombres y las mujeres que se han creado a sí mismos; que han forjado desde muy abajo, y en ocasiones contra su propio destino, una carrera, una empresa, una historia.
Conocí hace ya muchos años a don Roberto González Barrera y siempre me pareció uno de esos hombres. Nadie le regaló nada. Creció, es verdad, y como prácticamente todos los empresarios de su generación, con una estrecha sociedad con los gobiernos en turno, pero sus negocios trascendieron hace muchos años esa relación. Gruma y Banorte son dos grandes empresas mexicanas de importancia capital que González Barrera hizo crecer prácticamente de la nada. Y tuvo el mérito de colocar en ellas a hombres y mujeres de enorme talento para que se convirtieran en lo que hoy son. Don Roberto González Barrera me parece uno de esos hombres que, sin estar exento de grises (¿quién lo está?), debe ser recordado como un ejemplo de un empresario capaz de trascender tiempos y colocar sus empresas siempre en la vanguardia, imbuidas de un nacionalismo sin cortapisas.
Y el mismo sábado se fue también un personaje de otra dimensión. Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna: el símbolo de una generación y de un esfuerzo notable que, llevando la tecnología de esos años al límite, en condiciones hoy inimaginables, concretó una de las grandes hazañas de la historia de la humanidad. Su muerte cierra también toda una época, cuando el mundo es otro y la ciencia, en demasiadas ocasiones, también.
Cuando leía lo ocurrido el viernes en Tres Marías no pude menos que recordar aquella película. No sé, nadie lo sabe en realidad, qué es exactamente lo que ocurrió, aunque todo suene a una emboscada contra los asesores estadunidenses, como han dicho las autoridades de ese país. ¿Por qué? Porque resulta incomprensible que, suponiendo que se hubiera tratado de la persecución de una camioneta robada, nadie en las fuerzas policiales haya tenido la previsión de ver que se trataba de una camioneta con placas diplomáticas; que después de cinco kilómetros de persecución, en la que intervienen 12 elementos policiales y por lo menos tres vehículos, se viera que desde la camioneta que era perseguida no se estaba respondiendo el fuego; que no se sepa, tres días después de los hechos, cómo fue que se intentó cerrar el paso a ese vehículo diplomático (unos vehículos iban de frente a la camioneta y otros detrás). Son demasiadas preguntas sin respuesta y la tesis de la confusión no parece sostenerse; por el contrario, pareciera que la emboscada (o como algunos piensan, un intento de secuestro) se fortalece, más aún porque se sigue insistiendo en que el vehículo que comenzó la persecución no era policial o por lo menos no se identificaba como tal.
Pero supongamos incluso que se trató de una confusión, lo que tampoco es imposible. El hecho pone de manifiesto el mayor problema que se ha presentado a lo largo de estos años en el terreno institucional, que es la ausencia de una verdadera comunicación y coordinación entre las fuerzas de seguridad. Cuando se habla de cambiar la estrategia de seguridad hemos insistido en muchas ocasiones que el problema no es la estrategia en sí, sino la política de seguridad: es un problema porque la coordinación es escasa, no hablemos entre la Federación y los estados y municipios, donde en la mayoría de los casos no se da, sino entre las fuerzas federales: entre ellas suele haber desconfianza y poca comunicación, y eso se refleja claramente en hechos como los del viernes. Y ese no es un problema de estrategia, sino de política.
De todas formas, resulta incomprensible que, pasados tantos días de esos hechos, no podamos tener todavía una explicación convincente de lo sucedido; que se siga manteniendo una incertidumbre que provoca, una vez más, que la desconfianza entre las fuerzas de seguridad federales se acreciente.
Dos despedidas
Siempre me han fascinado los hombres y las mujeres que se han creado a sí mismos; que han forjado desde muy abajo, y en ocasiones contra su propio destino, una carrera, una empresa, una historia.
Conocí hace ya muchos años a don Roberto González Barrera y siempre me pareció uno de esos hombres. Nadie le regaló nada. Creció, es verdad, y como prácticamente todos los empresarios de su generación, con una estrecha sociedad con los gobiernos en turno, pero sus negocios trascendieron hace muchos años esa relación. Gruma y Banorte son dos grandes empresas mexicanas de importancia capital que González Barrera hizo crecer prácticamente de la nada. Y tuvo el mérito de colocar en ellas a hombres y mujeres de enorme talento para que se convirtieran en lo que hoy son. Don Roberto González Barrera me parece uno de esos hombres que, sin estar exento de grises (¿quién lo está?), debe ser recordado como un ejemplo de un empresario capaz de trascender tiempos y colocar sus empresas siempre en la vanguardia, imbuidas de un nacionalismo sin cortapisas.
Y el mismo sábado se fue también un personaje de otra dimensión. Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna: el símbolo de una generación y de un esfuerzo notable que, llevando la tecnología de esos años al límite, en condiciones hoy inimaginables, concretó una de las grandes hazañas de la historia de la humanidad. Su muerte cierra también toda una época, cuando el mundo es otro y la ciencia, en demasiadas ocasiones, también.
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