30 agosto, 2012

¿Por qué no estudiamos cómo resuelven, en otros países, problemas similares?

¿Por qué no estudiamos cómo resuelven, en otros países, problemas similares?

Dada la “unicidad de México en el mundo”, miles de avances logrados en muchos otros países, nos han pasado de noche.

Ángel Verdugo
Uno de los extremos de esa estupidez identificada como “la unicidad de México en el mundo”, es rechazar —sin prestarle la menor atención— lo que en otros países se ha alcanzado en diversas materias porque, afirmamos con un orgullo digno de mejor causa, “México es diferente”.
Si bien esta conducta —propia de retrasados mentales en materia de desarrollo económico— caracterizó la gobernación durante varios decenios del siglo XX, no ha sido erradicada del todo; por encima del cuarto de siglo de apertura económica y de las transformaciones estructurales que en algunas áreas ha sufrido nuestra economía, persiste la idea perversa de que aquí, por obra y gracia de Huitzilopochtli, somos diferentes.
En consecuencia, soluciones diseñadas y aplicadas en otras latitudes a problemas similares no tienen la menor posibilidad de ser aplicadas aquí. Los argumentos para oponerse, incluso a su discusión, empieza y termina con lo que sus promotores consideran argumento irrefutable: Allá funcionó esa solución porque son alemanes (suecos, canadienses, chilenos, polacos, noruegos, chinos, irlandeses, coreanos o esquimales); nosotros, herederos de Cuauhtémoc e Hidalgo, de Juárez y Zapata y, por supuesto, de Cárdenas, somos “otra cosa”, “somos mexicanos, cabrones; ¿qué no ven?”

Ante esta “pequeña dosis de ciencia” diría el doctor René Drucker Colín, nada podemos hacer salvo ponernos a rezar. Sin embargo, dada esa unicidad que se nutre de la ignorancia y la carencia de vergüenza pero abundancia de cinismo de buena parte de nuestra clase política, miles de avances logrados en muchos otros países, nos han pasado de noche.
En ellos, frente a problemas similares a los nuestros, no apelaron a su “alemanidad”, “canadiedad”, “chinidad”, “chilenidad”, “norueguidad”, “coreanidad” o “irlandidad”; simplemente se pusieron a trabajar y antes de cualquier otra cosa, averiguaron qué habían hecho bien otros países ante problemas similares a los suyos y sobre todo, qué soluciones les dieron para adaptarlas a su realidad concreta.
Así, tomando lo aplicable de dichas soluciones a problemas similares, los enfrentaron y resolvieron exitosamente; hoy, después de haber elevado significativamente su calidad de vida, mientras que nosotros seguimos bien jodidos regodeándonos en una visión endógena con centro en el ombligo, aquellos son ejemplo de lo que hay que hacer.
Nosotros —no me cansaré de repetirlo—, a la menor provocación, borrachos o no, gritamos “Como México no hay dos” coronando siempre este grito de braveros de cantina con la “proclama bravía”: “¡Viva México, cabrones!” De ésta, los que saben de sicología social, afirman que nada tiene de bravía; que más bien refleja nuestros complejos y el temor a enfrentar nuestros problemas.
¿Por qué aún hoy, ante un “problema” como el aumento del precio del huevo, no analizamos las soluciones que en otros países aplican a casos similares? Le pido, para conocer las bases de dichas soluciones, lea por favor la colaboración de este lunes de Arturo Damn, en el periódico la Crónica. De tener interés, la puede encontrar aquí:
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=686149
Por lo demás, si aceptamos que la mayoría de las pésimas decisiones y políticas públicas erróneas aplicadas por nuestros políticos, se deben a su ignorancia más que a su corrupción, bien les haría leer aquella excelente colaboración cuyo ilustrativo título es: El precio del huevo: Economía 1.

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