06 agosto, 2012

Satanizando la negociación


Satanizando la negociación

Héctor Aguilar Camín

La pluralidad reconocida del país no puede administrarse sin negociación. La negociación no es la bestia negra, sino la piedra de toque de la nueva condición democrática de México.
 
 Desprestigiarla, cubrirla de rasgos turbios, salir corriendo de ella como de un mal contagioso, es ofrecer a los ciudadanos un horizonte de discordias que lejos de prestigiar a los políticos, los muestra cortos de miras, sin aliento de futuro.



El futuro democrático de México será de acuerdos y negociaciones o no será.


La idea de que la negociación mancha es tan antidemocrática como la idea de que todas las negociaciones deben ser hechas a la vista del público. La discreción de los gabinetes es mejor aliada de los acuerdos que la plaza pública.


Nuestros políticos negocian, pero se avergüenzan en vez de enorgullecerse de ello. Creen que negociar los vuelve sospechosos, cuando en realidad los vuelve confiables. Negocian entonces vergonzantemente y esperan la primera oportunidad de lavar sus culpas zafándose de lo negociado para mostrar que son insobornables.


La política siempre está a la altura de la mala fama que la acecha desde la sensibilidad popular. “Al que le gusten las salchichas y las leyes, que no vea cómo se hacen”, decía Bismarck, el canciller alemán. Lo mismo podría decirse de la política: el que tenga respeto por la política, que no se acerque a ver sus cuartos reservados.


La mayor división imaginaria que se construyó de cara a los nuevos tiempos, es la que privó mucho tiempo entre demócratas y dinosaurios, entre emisarios de la sociedad civil democrática y oscuros heraldos del gobierno. Unos fueron los corruptos, los criminales. Otros fueron los ángeles, la esperanza de la nación.


El resultado ante el gran público no fue el desprestigio de unos y la consagración de otros. El resultado es el desprestigio de la política misma.


El desprestigio de los políticos no es una buena noticia para la salud de la vida pública. Alimenta la inseguridad y la irritación de la ciudadanía, abona el terreno del demagogo, del tejedor de promesas y el prometedor de orden.


Los políticos de la transición mexicana tienden a fracasar en la única cuestión de fondo que le interesa a la ciudadanía: una vida pública de resultados constructivos, una clase política capaz de llegar a acuerdos, de resolver conflictos en vez de crearlos.


Hay algo peor que los políticos profesionales: la falta de políticos profesionales.

No hay comentarios.: