Tres hipótesis tres
Marcelino
Perelló*
Que
el sexenio de Felipe Calderón se caracterizó (se ha caracterizado, debo decir,
pues contrariamente a los deseos de muchos, aún no termina), tal vez en primer
lugar, por un aumento vertiginoso de las muertes violentas de mexicanos, no es
algo que sea necesario, ni siquiera recomendable, argumentar.
El
INEGI da la cifra de 96 mil decesos debidos a algún tipo de violencia, durante
el gobierno del presidente Calderón. De ellos casi 80 mil son obra de la
“delincuencia organizada” y del “combate a la delincuencia organizada”. Es
decir, unos 35 por día.
La
situación está clamando una explicación a gritos. Es una catástrofe.
Imprescindible explicación o, más modesta, una propuesta sensata, sin la cual
es impensable acercarnos a no digamos ya la solución, pero al menos a la
disminución, al alivio del desastre.
No
voy a entrar a fondo en la consideración de las razones culturales y
sociológicas que subyacen y alimentan esta monstruosidad y constituyen un
berenjenal inextricable: la marginación y la pobreza, el desempleo y los
sueldos vergonzosos, la falta casi absoluta de perspectivas sociales
mínimamente atractivas.
El
desfallecimiento de la ética, y una moral pública y privada que se ha deslizado
en un tobogán hacia la inmoralidad y la amoralidad. El engaño y la corrupción
públicos y privados hacen su agosto y su septiembre. Los modelos que los medios
diseminan no pueden ser más deplorables. La
religión que antaño jugó cierto papel en el cultivo de ciertos valores ha
abdicado y ha entrado en franca descomposición. Ya ni los curas
creen en Dios.
Por
su parte la educación y la instrucción pública (la privada no canta mal el
pop), a todos los niveles, se ha venido abajo. Empezando por la elemental. No
podría ser de otra manera, estando en manos de quien está. La primera ficha de
dominó de la fila. Los otros estratos, universidades incluidas, no pueden no
verse afectados. Se habla sin cesar del “nivel de escolaridad” y de la cantidad
de pupilos en todos los ámbitos.
Pero
yo cambiaría a ciegas esa cantidad por cierta calidad. No quiero “excelencias”,
sino simplemente maestros capaces y alumnos dedicados, y esos, ¡ay!, escasean
cada vez más, de modo alarmante.
Incluso,
un candidato a la Presidencia se permitió postular/prometer la desaparición de
los exámenes de admisión.
Cuantos más seamos más reiremos. Es el mismo candidato, dicho
sea de paso, que, cuando ocupó un cargo de altísima responsabilidad, fundó la
que es probablemente la universidad pública con el más bajo nivel de cuantas
existen en nuestro país. Que ya es decir.
Prefiero
examinar el árbol por sus hojas y hablar de las causas más terrenales,
inmediatas y políticas del desaguisado. Así pues es ineludible preguntarse,
¿qué está pasando?
Estos
últimos días han sido particularmente intensos y desconcertantes. Hace muy poco
una van con
placas diplomáticas en la que viajaban dos funcionarios de la embajada
estadunidense es ametrallada por un retén de la Policía Federal, a la altura
del poblado de Tres Marías, “Quesadillas Town”, cuando circulaba por la
carretera federal, hiriendo a los dos empleados gringos. La camioneta era
conducida nada menos que por un capitán de la Armada de México. ¿Es
comprensible? La explicación dada por la PF fue que el vehículo “realizó un
viraje brusco”. ¿Es creíble? ¿Es admisible?
Hace
apenas tres días fue anunciada, con bombo y platillos, la detención de Rubén El Mencho Oseguera,
supuestamente operador de El Chapo en Jalisco, con la misión de defender la
plaza y combatir al cártel rival de Los
Zetas. Al día siguiente, sin bombo ni platillos, la noticia fue
desmentida, y al siguiente del siguiente, como quien dice anteayer, el
desmentido fue desmentido. Veamos qué dicen mañana. Al menos nos entretienen.
Y
antier continuó la comedia de enredos. Se aseguró que había tenido lugar una
intensa balacera en el municipio mexiquense de Luvianos y alrededores, como
consecuencia de la cual habrían perecido unas 30 personas (por debajo del
promedio).
Se
habló de un enfrentamiento entre zetas,
caballeros templarios y miembros de La Familia (hay a quienes les encantan los
triángulos). Aunque, según algunas fuentes, también participaron fuerzas
federales (los cuadriláteros ya está más cabrón). Altas autoridades del estado
desmintieron con energía la versión. Vamos a estar atentos, a ver cuánto
pervive este desmentido y si corre con mejor suerte.
Así
están las cosas. Los tres episodios que le acabo de relatar no constituyen un
escándalo en sí, ni siquiera son la gota que derrame el vaso. En primer lugar
porque no fue gota sino chorro, pero por otro lado este vaso no parece tener
llenadera. Son
sencillamente los últimos eslabones de una cadena interminable.
En
esta situación, y para responder a nuestra pregunta, se me ocurren tres
hipótesis distintas, pero no necesariamente incompatibles:
La
primera y tal vez la más sencilla (a veces lo más simple tiene más chance de
ser verdad) es la de que todo este trágico y grotesco juego de sangre, mentiras
y rumores se debe a la incompetencia y a los errores supinos de nuestras (es un
decir) autoridades. El abordaje de la cuestión delincuencial es erróneo, la
táctica con la que se pretende implementar es errónea, y la actuación y
procedimientos de quienes la ejecutan son torpes y erróneos. A lo mejor eso es
todo.
Pero
existe además la posibilidad de que todo ello obedezca a una maquinación más
sutil, probablemente operada desde Washington, con el propósito de armar un
“jaleo controlado” en su backyard,
justificar la militarización de nuestro país y poder aumentar el grado de su
injerencia, y el consiguiente control, ya de por sí cada vez mayores.
Sólo
así se explicaría, entre otras cosas, el por qué resulta tan sencillo el
tránsito de las drogas hacia el norte y el de las armas hacia el sur. En este
caso sería imprescindible que el gobierno de México se sometiera a los dictados
septentrionales.
La
tercera hipótesis es quizá la
más descabellada, pero no por ello descartable. ¿Y si se
tratara de montar una cadena creciente de provocaciones que condujeran a una
baraúnda tal que sirviera de pretexto para impedir el tan temido “retorno del
PRI a los Pinos”? Aunque me contradiga, no puedo no evocar con cierta
aprehensión la atrabiliaria y añeja conseja de “piensa mal y acertarás”. De
hecho ya hice públicas mis inquietudes, en la reciente entrega “Los fuegos de
San Telmo”.
En
fin. Usted decida, perspicaz y suspicaz lector. Plantee incluso sus propias
hipótesis. De cualquier
manera posiblemente ni usted ni yo nunca sabremos en realidad qué está
sucediendo.
Pese
a todo, no nos dejemos abatir por los nubarrones del horizonte. La luz, la vida
y la alegría siguen ahí. Los niños juegan y ríen, los trabajadores chambean y
silban, y los enamorados a distancia suspiran y se desean.
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