28 agosto, 2012

Tres hipótesis tres


Tres hipótesis tres

Marcelino Perelló*
 
Que el sexenio de Felipe Calderón se caracterizó (se ha caracterizado, debo decir, pues contrariamente a los deseos de muchos, aún no termina), tal vez en primer lugar, por un aumento vertiginoso de las muertes violentas de mexicanos, no es algo que sea necesario, ni siquiera recomendable, argumentar.
 
El INEGI da la cifra de 96 mil decesos debidos a algún tipo de violencia, durante el gobierno del presidente Calderón. De ellos casi 80 mil son obra de la “delincuencia organizada” y del “combate a la delincuencia organizada”. Es decir, unos 35 por día.

 
La situación está clamando una explicación a gritos. Es una catástrofe. Imprescindible explicación o, más modesta, una propuesta sensata, sin la cual es impensable acercarnos a no digamos ya la solución, pero al menos a la disminución, al alivio del desastre.


No voy a entrar a fondo en la consideración de las razones culturales y sociológicas que subyacen y alimentan esta monstruosidad y constituyen un berenjenal inextricable: la marginación y la pobreza, el desempleo y los sueldos vergonzosos, la falta casi absoluta de perspectivas sociales mínimamente atractivas.


El desfallecimiento de la ética, y una moral pública y privada que se ha deslizado en un tobogán hacia la inmoralidad y la amoralidad. El engaño y la corrupción públicos y privados hacen su agosto y su septiembre. Los modelos que los medios diseminan no pueden ser más deplorables. La religión que antaño jugó cierto papel en el cultivo de ciertos valores ha abdicado y ha entrado en franca descomposición. Ya ni los curas creen en Dios.


Por su parte la educación y la instrucción pública (la privada no canta mal el pop), a todos los niveles, se ha venido abajo. Empezando por la elemental. No podría ser de otra manera, estando en manos de quien está. La primera ficha de dominó de la fila. Los otros estratos, universidades incluidas, no pueden no verse afectados. Se habla sin cesar del “nivel de escolaridad” y de la cantidad de pupilos en todos los ámbitos.


Pero yo cambiaría a ciegas esa cantidad por cierta calidad. No quiero “excelencias”, sino simplemente maestros capaces y alumnos dedicados, y esos, ¡ay!, escasean cada vez más, de modo alarmante.


Incluso, un candidato a la Presidencia se permitió postular/prometer la desaparición de los exámenes de admisión. Cuantos más seamos más reiremos. Es el mismo candidato, dicho sea de paso, que, cuando ocupó un cargo de altísima responsabilidad, fundó la que es probablemente la universidad pública con el más bajo nivel de cuantas existen en nuestro país. Que ya es decir.


Prefiero examinar el árbol por sus hojas y hablar de las causas más terrenales, inmediatas y políticas del desaguisado. Así pues es ineludible preguntarse, ¿qué está pasando?


Estos últimos días han sido particularmente intensos y desconcertantes. Hace muy poco una van con placas diplomáticas en la que viajaban dos funcionarios de la embajada estadunidense es ametrallada por un retén de la Policía Federal, a la altura del poblado de Tres Marías, “Quesadillas Town”, cuando circulaba por la carretera federal, hiriendo a los dos empleados gringos. La camioneta era conducida nada menos que por un capitán de la Armada de México. ¿Es comprensible? La explicación dada por la PF fue que el vehículo “realizó un viraje brusco”. ¿Es creíble? ¿Es admisible?


Hace apenas tres días fue anunciada, con bombo y platillos, la detención de Rubén El Mencho Oseguera, supuestamente operador de El Chapo en Jalisco, con la misión de defender la plaza y combatir al cártel rival de Los Zetas. Al día siguiente, sin bombo ni platillos, la noticia fue desmentida, y al siguiente del siguiente, como quien dice anteayer, el desmentido fue desmentido. Veamos qué dicen mañana. Al menos nos entretienen.


Y antier continuó la comedia de enredos. Se aseguró que había tenido lugar una intensa balacera en el municipio mexiquense de Luvianos y alrededores, como consecuencia de la cual habrían perecido unas 30 personas (por debajo del promedio).


Se habló de un enfrentamiento entre zetas, caballeros templarios y miembros de La Familia (hay a quienes les encantan los triángulos). Aunque, según algunas fuentes, también participaron fuerzas federales (los cuadriláteros ya está más cabrón). Altas autoridades del estado desmintieron con energía la versión. Vamos a estar atentos, a ver cuánto pervive este desmentido y si corre con mejor suerte.


Así están las cosas. Los tres episodios que le acabo de relatar no constituyen un escándalo en sí, ni siquiera son la gota que derrame el vaso. En primer lugar porque no fue gota sino chorro, pero por otro lado este vaso no parece tener llenadera. Son sencillamente los últimos eslabones de una cadena interminable.


En esta situación, y para responder a nuestra pregunta, se me ocurren tres hipótesis distintas, pero no necesariamente incompatibles:


La primera y tal vez la más sencilla (a veces lo más simple tiene más chance de ser verdad) es la de que todo este trágico y grotesco juego de sangre, mentiras y rumores se debe a la incompetencia y a los errores supinos de nuestras (es un decir) autoridades. El abordaje de la cuestión delincuencial es erróneo, la táctica con la que se pretende implementar es errónea, y la actuación y procedimientos de quienes la ejecutan son torpes y erróneos. A lo mejor eso es todo.


Pero existe además la posibilidad de que todo ello obedezca a una maquinación más sutil, probablemente operada desde Washington, con el propósito de armar un “jaleo controlado” en su backyard, justificar la militarización de nuestro país y poder aumentar el grado de su injerencia, y el consiguiente control, ya de por sí cada vez mayores.


Sólo así se explicaría, entre otras cosas, el por qué resulta tan sencillo el tránsito de las drogas hacia el norte y el de las armas hacia el sur. En este caso sería imprescindible que el gobierno de México se sometiera a los dictados septentrionales.


La tercera hipótesis es quizá la más descabellada, pero no por ello descartable. ¿Y si se tratara de montar una cadena creciente de provocaciones que condujeran a una baraúnda tal que sirviera de pretexto para impedir el tan temido “retorno del PRI a los Pinos”? Aunque me contradiga, no puedo no evocar con cierta aprehensión la atrabiliaria y añeja conseja de “piensa mal y acertarás”. De hecho ya hice públicas mis inquietudes, en la reciente entrega “Los fuegos de San Telmo”.


En fin. Usted decida, perspicaz y suspicaz lector. Plantee incluso sus propias hipótesis. De cualquier manera posiblemente ni usted ni yo nunca sabremos en realidad qué está sucediendo.


Pese a todo, no nos dejemos abatir por los nubarrones del horizonte. La luz, la vida y la alegría siguen ahí. Los niños juegan y ríen, los trabajadores chambean y silban, y los enamorados a distancia suspiran y se desean.
       

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