9/11: Nunca antes tan pocos habían podido asustar a tantos
John H. Mueller es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Ohio.
Mientras ingresamos al segundo año de la segunda década post-9/11, las ansiedades sobre el terrorismo en EE.UU. no han disminuido —aunque ningún terrorista musulmán ha sido capaz de detonar incluso la bomba más sencilla en EE.UU., aún sin que haya habido un ataque importante en el país, incluso después de que Osama bin Laden haya sido eliminado, y aún cuando la probabilidad de que un estadounidense sea asesinado por un terrorista es de alrededor de uno en 3,5 millones al año.
La guerra contra el terrorismo probablemente nos acompañará por mucho tiempo. No solo que no hay luz al final del túnel, sino que puede ser que no tenga fin.
Como la gente sigue aterrorizada, parece probable que continúe respaldando sin reparos los extravagantes gastos en el combate al terrorismo, incluyendo los incesantes chequeos de seguridad, las coartaciones de las libertades civiles, la expansión de los poderes de la policía, el acoso en los aeropuertos y las aventuras militares en el extranjero, si todo esto pueden ser asociado de manera convincente con la misión de eliminar al terrorismo.
La guerra en Irak y los problemas económicos empujaron al terrorismo al final de la lista de preocupaciones inmediatas y algunas de las ansiedades más intensas si disminuyeron en las semanas posteriores a los ataques del 9/11. Sin embargo, la gente claramente continúa considerándolo una amenaza de mal agüero y la ausencia de un declive todavía más sustancial en los años siguientes, y ahora décadas, es sorprendente.
En noviembre de 2001, alrededor de 35 por ciento de la gente estaba muy o algo preocupada de que ellos o algún miembro familiar se conviertan en víctimas del terrorismo. Una década después, 34 por ciento expresan el mismo miedo. Y 75 por ciento consideran otro ataque importante en el futuro cercano como algo muy probable o probable, alrededor del mismo porcentaje que lo consideraba a principios de 2002.
El porcentaje que sostenía que los terroristas eran tan capaces como nunca de lanzar otro ataque importante es el mismo ahora que en 2002. Tampoco ha habido muchos cambios desde ese entonces en la cantidad de personas que están dispuestas a sacrificar libertades civiles por seguridad o que tienen confianza en la habilidad del Estado de prevenir o protegerlos de más terrorismo.
Estos resultados sugieren que el impacto del 9/11 ha sido internalizado. Pero la gente no simplemente está dando respuestas rutinarias sin haberlas pensado —unas que consideren socialmente requeridas. A lo largo del tiempo, los números para muchas preguntas han variado en reacción a eventos como la captura de Saddam Hussein y los bombardeos de terroristas en Londres en 2005. El porcentaje que piensa que EE.UU. está ganando la guerra contra el terrorismo ha variado considerablemente, pero actualmente se ubica en casi el mismo nivel en el que se encontraba en octubre de 2001 —aún cuando la gente obviamente quiere creer que estamos cada vez mejor.
Tampoco es que los encuestados estén simplemente reaccionando al alarmismo exagerado proveniente de Washington.
Hubo mucho de eso durante la administración de George W. Bush —particularmente alrededor de la elección de 2004, cuando el fiscal general John Ashcroft, estando parado al lado del director del FBI, dijo que Al-Qaeda estaba “casi lista” para atacar el país “durante los próximos meses”. Tales actitudes disminuyeron en los años posteriores y se ha escuchado muy poco de eso durante la administración de Obama, aunque las ansiedades no han disminuido.
La persistencia continua de la ansiedad relacionada al terrorismo no es fácil de explicar. Es posible que el trauma inicial del 9/11 fuese fortalecido de manera importante por los ataques de ántrax que sucedieron poco después —los miedos de ser heridos por terroristas empezaron a disminuir días después del 9/11 y luego llegaron a sus niveles más altos cuando se dio la noticia de los ataques de ántrax. También hay una ansiedad especial alrededor del hecho de que los terroristas del 9/11 pretendían asesinar específicamente a civiles y que los querían seleccionar de una manera más o menos aleatoria.
El flujo aparentemente constante de pequeños casos de terrorismo desde el 9/11 podría haber mantenido la tensión alta aún cuando estos no capturaron por mucho tiempo la atención de los medios. Poner de relieve lo que estos fracasados (y en gran medida torpes) conspiradores esperaban lograr, en lugar de resaltar lo que muy probablemente hubiesen podido lograr, también contribuyó. También ayudó la popular, aunque extraña, extrapolación de que como los terroristas del 9/11 fueron exitosos con cuchillos para cortar cajas, pronto podrían utilizar armas de destrucción masiva.
El antropólogo Scott Atran ha observado acerca del 9/11 que “tal vez nunca en la historia del conflicto humano tan pocas personas con tan pocos recursos y capacidades asustaron a tantos”. Gran parte de ese miedo, parece, ha resultado ser perpetuo.
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