25 septiembre, 2012

Calderón arrincona a Peña

Martín Moreno

Podría ser intromisión, osadía o estrategia, pero la advertencia de Felipe Calderón a Peña Nieto para que continúe la lucha frontal contra el narcotráfico o “cederle el poder a los criminales”, tiene alta dosis de razón. El panista sabe cuál es el punto débil del priismo: su innegable alianza con el narco, sus gobiernos fallidos, sus pactos vergonzantes.
Desde Washington —no es casualidad: es el centro del poder político mundial—, Calderón ejecutó una jugada maestra: comprometer al gobierno de Peña Nieto a continuar la batalla contra el crimen organizado. Con otra estrategia. Con diferentes vectores. Con distintos hombres. Pero seguir la línea del ataque al narco.


“No veo otra opción (para Peña Nieto) que seguir el combate a la criminalidad o hacerse para atrás y decirle a los delincuentes: aquí tienes esta ciudad, es muy bonita para ti…”, soltó Calderón con esa ironía frecuente en él, sello personal indiscutible. Sarcasmo con punta envenenada.
Con toda honestidad —machacó Calderón ante el Consejo de Relaciones Exteriores—, ¿quieren ustedes acaso pensar en otra alternativa? “Yo no veo que haya de otra… la otra sería echarse para atrás, darle mano libre a los criminales y decirles: Bueno, yo ya no voy a luchar más aquí, por favor, adelante, ¿les gusta este gobierno? Tómenlo”.
Enfurecerán seguramente los priistas y plumas y voces a su servicio por las palabras de Calderón. Lo crucificarán. Sin embargo, la realidad avala al Presidente.
Justo cuando Calderón advertía a Peña Nieto sobre la obligación de continuar la lucha contra el narco, en Veracruz, policías locales eran detenidos por la Marina por estar involucrados con Los Zetas.
Paralelo a las frases quemantes de Calderón, ¿quién podría negar que Veracruz está controlado por el narco —Los Zetas— desde los años infaustos de Fidel Herrera?
¿Quién podría negar que Tamaulipas es un gobierno fallido, sometido por el terror del crimen organizado y cuyos gobiernos priistas —encabezados por Cavazos, Yarrington (perseguido por la Interpol por ligas con el narco) y Eugenio Hernández— entregaron al narcotráfico poder, control y vidas de tamaulipecos?
¿Quién podría negar que en Nuevo León, otro gobierno fallido, el de Rodrigo Medina, los sicarios tienen en jaque a la entidad con más de dos mil 700 ejecuciones en el gobierno del priista?
¿Quién podría negar la descomposición social en Chihuahua, dominada por el narco?
¿Quién podría negar las palabras de Sócrates Rizzo?
¿Quién podría negar que Ciudad Nezahualcóyotl, en tiempo récord —tres años—, se convirtió en plaza tomada por La Familia Michoacana y disputada por Los Zetas durante el gobierno del priista Édgar Navarro?
¿Quién podría negar que, de las diez ciudades más violentas del país, ocho las gobierna el PRI: Ciudad Juárez, Chihuahua, Tijuana, Torreón, Durango, Gómez Palacio, Culiacán y Acapulco?
Calderón sabe dónde apretar y qué le duele al PRI. Y a Peña Nieto. Por eso lanza desde Washington su apuesta: o siguen la ruta trazada o confirman que pactan con el narco.
Peña Nieto no tiene mucho espacio. Podrá decir que hay que revisar estrategias. Modificar operativos. Cambiar de hombres. OK. Pero sólo hay de dos sopas: o se mantiene la lucha antinarco o se doblan las manos.
Pronto lo sabremos.
ARCHIVO CONFIDENCIAL
CASO JACCIRI. Policías siguen atentando contra ciudadanos. Pero ante la violencia e impunidad, ahora se presenta otro fenómeno: la desaparición de cadáveres. Es el caso de Jacciri Áreas, de 29 años de edad, cuyo presunto asesino, Nicolás Guerra Rivera —agente de Inspección Interna de la PGJDF, con placa 3756—, acabó con su vida al saber que estaba embarazada. Él era el padre. Fue abandonada en un paraje del Estado de México en mayo de 2011. Cuatro meses después, el padre, Fausto Áreas —quién denunció la desaparición desde el primer día— fue notificado de que alguien con las características de su hija había sido enviada a la fosa común. Le fueron mostradas fotografías del cadáver de Jacciri y el dictamen del perito de la PGJEM, Antonio Vargas Luna —en poder de esta columna—, en el que se concluye que fue asesinada de un balazo en el rostro. Fausto identificó a Jacciri. Reconoció también sus pertenencias. Nicolás fue detenido: una cámara de seguridad comprobó que Jacciri abordó su automóvil el día de su desaparición. Pero cuando Fausto, cumpliendo todos los requisitos legales, intentó exhumar el cuerpo de su hija para darle sepultura en otro lado, el cadáver había desaparecido. ¿Quién lo robó? Todo apunta a una maniobra para proteger al policía Guerra Rivera y eximirlo de cualquier responsabilidad. Allí están las fotos del cadáver de Jacciri y las pruebas. Seguiremos el caso.

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