Fidel Castro en la Convención de Charlotte
Flaco favor le hacen a los inmigrantes, los
activistas que se aparecen a las manifestaciones en que se aboga por una
legalización de los indocumentados con camisetas con el rostro y el
nombre del dictador cubano Fidel Castro.
Ocurrió en Charlotte, durante
la marcha de protesta previa a la apertura de la Convención Demócrata,
en la que los inmigrantes se presentaron con el lema de “sin papeles y
sin miedo”, que adornaron con figuras de las preciosas mariposas
monarca, que anualmente vuelan de Michoacán a Carolina del Norte, sin
que las detecte la Patrulla Fronteriza.
Precisamente, más de media
docena de activistas con camisetas amarillas y blancas con la cara de
Castro se ubicaron detrás de los caminantes de la causa proinmigrante.
Con
todo respeto les pregunté acerca del motivo de su indumentaria y la
respuesta fue tan dictatorial como las órdenes del octogenario ex
mandatario cubano.
“Apoyamos a Fidel Castro, a Hugo Chávez y
estamos en contra del imperialismo”, me contestó un individuo con acento
del sur de Sudamérica, que no dejó hablar a los demás.
Cuando
estaba a punto de argumentarle que era una contradicción que estuvieran
disfrutando de una actividad democrática imposible de hacer en la Cuba
de Castro, simplemente actuando como un matón amenazó con golpearme.
El asunto por fortuna no llegó a mayores. El jefe del grupo, que tenía
el cabello arreglado con rizos y una barba mínima, se fue con sus
áulicos para otro lugar del desfile y yo continué observando la marcha.
Entiendo perfectamente que todos tenemos derecho a tener una ideología propia y a expresarla pacíficamente.
Pero
esa misma libertad me permite cuestionar a gente que viene aquí a
promocionar a un personaje que ha sido enemigo de Estados Unidos,
durante medio siglo, ad portas de un evento cívico para designar
libremente al candidato presidencial de uno de los dos partidos
políticos tradicionales.
No
lo entiendo, porque Castro nunca ha permitido elecciones libres en la
isla y mucho menos la expresión abierta de oposición a su régimen.
Si
han perseguido y han organizado actos de repudio contra mujeres
indefensas armadas con gladiolos, no me imagino lo que les podría pasar a
los señores de las camisetas si se aparecieran en la Plaza de la
Revolución de La Habana con ropa que tuviera mensajes en contra de
Castro.
La cuenta de asesinatos políticos registrados en los 52
años de dictadura de “Alejandro”, el guerrillero mítico de la
embarcación Granma, va en más de 13 mil.
La Revolución Cubana
surgió como la aventura romántica de un grupo de barbudos que derrocó la
dictadura de Fulgencio Batista y que en su camino construiría una nueva
sociedad y un hombre nuevo en el Caribe, donde la brisa peina las
palmeras.
Lo malo es que el experimento resultó en un fracaso
macabro. Las historias de horror de amigos y compañeros de trabajo
cubanos que conocí en Los Angeles y Miami, no me dejaron la menor duda
que en Cuba ha imperado la opresión y el miedo.
Eso sí, disiento
de la premisa de que los cubanos son los únicos que han sufrido, dado
que en Latinoamérica cada nación ha vivido su propia angustia, dolor y
sangre.
La comunidad hispana de Estados Unidos tiene que hacer un
ejercicio de entendimiento en el que se busquen puntos de encuentro y se
desdeñen símbolos que ofenden a otros y afectan la convivencia.
Y
a los que odian a este maravilloso país, que no está libre de defectos,
les digo que las puertas son angostas para entrar e inmensamente anchas
para que se vayan quienes estén aquí a disgusto, entre ellos los que
vienen a actuar como delincuentes comunes.
¿Cómo se espera que a
los indocumentados se les dé la oportunidad de legalizar su situación
migratoria, si se da la impresión de ir de la mano del enemigo?
En
algo positivo, chévere estuvo la cumbia que tocaron los Jornaleros del
Norte frente al edificio del Banco de América, cuya arquitectura fue
concebida por un hispano sudamericano.
El autor es Director editorial del semanario Qué Pasa-Mi Gente en Charlotte, Carolina del Norte.
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