06 septiembre, 2012

La “civilidad” de AMLO

Juan José Rodríguez Prats

En 1998 estuve a punto de lograr una hazaña: reunir en una cena en mi hogar a los entonces presidentes del PAN (Felipe Calderón Hinojosa) y del PRD (Andrés Manuel López Obrador) con sus esposas, Margarita Zavala y Rocío Beltrán (QEPD), mujer a quien le tuve admiración y respeto.
Por si la discusión se tornaba difícil, invité a un buen amigo, intelectual íntegro y capaz, Agustín Basave Benítez, como moderador. Mi esposa se esmeró en preparar la reunión, de la cual yo esperaba que surgieran mínimas reglas de respeto y entendimiento para dar la batalla contra el PRI y en la perspectiva de una alternancia en el año 2000. Todos asistieron, excepto López Obrador, quien a última hora canceló, lo cual me confirmó su rechazo, ya no digamos al acuerdo, ni siquiera al acercamiento con quienes no comulgan con sus ideas o dictados.

En febrero de 2000, algunos tabasqueños conformamos un frente con el propósito de lograr una candidatura común al gobierno de Tabasco. Tuve entonces un desagradable desencuentro con Andrés Manuel en casa de Héctor Argüello (QEPD). Después de escuchar mis reclamos al primero motivados por los insultos de farsantes e hipócritas propinados a los militantes panistas y a Vicente Fox, Argüello comentó: “Esto ya se acabó. Nadie le habla así a mi compadre”. Efectivamente, se rompió con él toda comunicación, a pesar de la promesa de mantenerla.
Lo anterior viene a cuento porque considero que AMLO se niega a todo tipo de acuerdo. Una vez empecinado en una postura, no la modifica así se le ofrezcan evidencias claras de su equivocación. Su falta de tolerancia y de respeto a sus adversarios políticos lo han hecho una y otra vez negarse a asumir compromisos que pudieron haber impulsado nuestro lento proceso de consolidación democrática. El momento más relevante se dio cuando, después de sus triunfos electorales en 2000, Fox trató de tender puentes con Obrador, quien rompió el diálogo con sus permanentes agresiones.
Él siempre alude a la civilidad, pero propicia acciones ilegales, como bloquear pozos y no pagar la electricidad en Tabasco. Logró la candidatura a jefe de Gobierno del DF sin cumplir los requisitos de ley. Violó un amparo que motivó el intento de desafuero. Por último, bloqueó varias semanas Paseo de la Reforma, ocasionando enormes pérdidas económicas. Cita siempre una frase de José María Iglesias: “Al margen de la ley, nada. Por encima de la ley, nadie”. Pero su estrategia radica en violarla para provocar una reacción del Estado y, así, ostentarse como mártir. Es la manera de nutrir su movimiento y mantener movilizadas a sus bases. En un débil Estado de derecho, con legitimidad cuestionada y donde hay circunstancias de irritación, el ambiente es propicio para preservar su liderazgo. Esto le permite sentirse más cómodo para asumir un discurso voluntarista, bien definido por Everardo Elizondo como  “postura o práctica, donde la voluntad de los sujetos políticos se considera decisiva”. Esta noción, dice Elizondo, “refleja la soberbia de los proponentes, encaramados en su endeble percha moral”.
Las próximas semanas serán decisivas para el futuro de los grupos autodenominados de izquierdas, los cuales, ya en el reconocimiento de su pluralidad, están aceptando su endeble sustento doctrinario. Estoy seguro de que AMLO seguirá cobijándose en la civilidad, agrediendo al régimen, propiciando una inestabilidad permanente y obstruyendo acuerdos que benefician al país. Lo ha hecho desde 1988, al dejar las filas del PRI. Sorprende que, a estas alturas, haya seguidores de quien reiteradamente le ha causado un inmenso daño al país. Tal vez se explique por la arraigada obsesión de admirar a líderes autoritarios. ¿Hasta qué punto consentirán los otros líderes esta actitud? El tiempo nos dará la respuesta.

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