Jorge Fernández Menéndez
Pero, ¿es lo mismo hablar de una estrategia de seguridad que de la lucha contra el narcotráfico?, ¿es lo mismo buscar detener o abatir a los grandes capos del crimen organizado, a los que colocan toneladas de drogas al otro lado de la frontera (o en nuestras calles) que a los chavos (o no tan chavos) pandilleros, que tienen como objetivo colocar unos gramos de coca o mariguana en una esquina, en una colonia, en una escuela y que, para financiarse, matan, roban, extorsionan, secuestran y que son los que más daño hacen a la ciudadanía? Contra los primeros, los grupos de élite son una exigencia, contra los segundos, no tienen sentido, porque los objetivos están difuminados. Una cosa es una estrategia para acabar con los capos, otra una estrategia de seguridad pública. La primera requiere golpes y objetivos certeros, la segunda, despliegue y presencia policial (o militar si es necesaria) que cubra territorios, que garantice la seguridad y la paz para la ciudadanía, para la gente, que evite que la droga llegue a sus hijos. Para eso se requieren fuerzas de seguridad de proximidad que estén con la gente y trabajen para ella.
Es una mala política de comunicación presentar a cada jefe de pandilla detenido como un presunto jefe de plaza de un cártel u otro en algún municipio. También es un error presentar a esos personajes siempre detenidos por alguna corporación de seguridad federal. Dos de esos personajes fueron presentados en días pasados, uno apodado El Cochiloco y el otro El Diablo, el azote, el primero, de la gente en la Comarca Lagunera, y de Monterrey el otro. Pero no son capos ni líderes: son delincuentes, asesinos, extorsionadores y secuestradores que no pertenecen a la élite del crimen organizado, sino a la raza que los sigue, que es desechable y es la que más lastima a las sociedades. Su combate y sus detenciones deberían ser presentados en el ámbito local, en sus estados y escoltados por sus propios policías. A quienes estamos en cualquier otra ciudad del país, nos dice poco que hayan sido detenidos El Cochiloco o El
Ese tema se nos cuela en demasiados ámbitos. Uno de ellos es la educación y el debate entre el SNTE y la fundación Mexicanos Primero que encabeza Claudio González. ¿Alguien tiene dudas de que una de las grandes dificultades que encara nuestro país es tener un sistema educativo sólido, firme, que le dé a nuestros niños y jóvenes las armas necesarias para enfrentarse al futuro (y en muchos casos para que simplemente puedan tener un futuro)? El problema no es el diagnóstico sino la respuesta. No estoy de acuerdo con la que nos da Mexicanos Primero, que se refleja, por ejemplo, en el documental ¡De Panzazo!, que condujo mi apreciado Carlos Loret. Lo que allí se está proponiendo es, en última instancia, y en eso acierta el sindicato, avanzar en la privatización de la educación. ¿Por qué? Porque la salida pareciera ser que el Estado, en lugar de “despilfarrar” dinero en la escuela pública (vista desde esa óptica sólo como el sindicato) debe destinar ese dinero a la gente, para que lo “invierta” en la educación que quiera para sus hijos. Es lo que dice Ron Paul en el Partido Republicano. Así, han proliferado las escuelas privadas de todo tipo, desde las de excelencia hasta las peores.
Desde el extremo contrario se ha alineado la CNTE. Cuando la Coordinadora dice que “movilizar es educar”, cuando de los tres últimos años sus integrantes han tenido uno de paros, movilizaciones, huelgas y bloqueos, cuando hacen de la violencia un asunto cotidiano, también están impulsando la privatización. ¿Qué padre quiere dejar a sus hijos con esos “maestros”?, ¿qué padre que debe trabajar y que se encuentra con que sus niños no pueden ir a la escuela porque sus maestros están en paro no intentará colocarlos en una escuela privada? Paradójicamente, en ello terminan confluyendo propuestas como Mexicanos Primero y la CNTE. Es verdad que tienen un enemigo común, pero en el camino los dos olvidan que el verdadero reto para el futuro de México no pasa por un sindicato, sino por contar con un sistema de educación pública (e insistimos en pública) que evite la elitización y la privatización de la educación y que por ende aminore la desigualdad, el mayor desafío social que tenemos en nuestro país, mayor que la pobreza en sí. Es, otra vez, una cuestión de élites o de razas.
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