24 septiembre, 2012

R A Y M U N D O   R I V A   P A L A C I O 
Estrictamente personal
Sociedad rota

Tal como anticipaba su convocatoria en Facebook el jueves pasado, el movimiento #YoSoy132 saboteó la boda religiosa del hijo de Carlos Salinas el sábado pasado, y obligó a los organizadores a reubicar la ceremonia en un lugar confidencial y que desde que comenzó al mediodía la fiesta en San Ángel, la policía del Distrito Federal se mantuviera alerta para cualquier contingencia. Se puede alegar sólidamente que hubo una transgresión a la vida privada de personas públicas, pero limitarse a ese análisis es reduccionista y no ayuda entender lo que está sucediendo en este país.

Ese grupo beligerante -aún no radical, hay que subrayarlo-, ha venido mostrando su indignación con lo que sucede en su País y reaccionaron el sábado a lo que consideran un agravio: que los poderes establecidos, cuyo epítome es el ex Presidente Salinas, son excluyentes y déspotas, que buscan mantener a todo costo el status quo. En esa lógica se entiende el acoso al Presidente Felipe Calderón, al Presidente electo Enrique Peña Nieto, al PRI y a Televisa, y su cercanía política con su enemigo común, Andrés Manuel López Obrador.

Lo relevante no son los epítetos que profieren, ni si son ciertos o no, sino el hecho mismo de haberse convocado, organizado, reunido y protestado, por lo que esto significa. La boda del hijo de Salinas es el último acto de una protesta que ha evolucionado temáticamente y ampliado a sus enemigos. En la metáfora del #YoSoy132 se encuentra un problema de orden en México y un conflicto social. El orden parte de algo que no se nota por su obviedad: todos los días un individuo establece una asociación con los demás. Pero cuando esto ya no sucede –y por igual de obvio que no se aprecia claramente-, la sociedad se ha roto.

Si el orden consiste en lo predecible de la conducta humana sobre la base de las expectativas comunes y estables, como sostienen los teóricos, lo que vemos en México es que las expectativas, ni son ya comunes, ni mucho menos son estables. El mejor ejemplo es la falta de consenso nacional sobre la guerra contra el narcotráfico. El Presidente no lo tiene, y pese a que siete de cada 10 mexicanos dice que va perdiendo ante los cárteles, la crítica va contra él y su equipo sin tocar a los delincuentes. No es inusual que la vara pública que mide criminales considere a Calderón uno mayor que los capos asesinos, y que voces inteligentes y sofisticadas, primitivas e ignorantes, pidan coincidentemente la negociación con los narcos para reducir los niveles de violencia.

El conflicto, como el que vivimos con nuestra sociedad rota, tiene diferentes grados. El profesor Dennis Wrong, profesor emérito de la Universidad de Nueva York, escribió en 1994 que algunos conflictos se cristalizan en formas ritualizadas de expresión que proveen satisfacciones emocionales sin producir mayores consecuencias—como podría ser hasta ahora el #YoSoy132. Otros pueden ser conflictos donde se ponen en juego intereses, pero regulados por un árbitro y donde el resultado es aceptado por todas las partes—como podrían ser parcialmente las elecciones. Pero hay otros, matizando la lógica hobbesiana de la guerra de todos contra todos, donde un grupo que tiene un consenso determinado, está contra de otro donde existe un consenso distinto.

El resultado es la ausencia del contrato social como lo describió Rousseau en seis principios: la fuente del poder descansa en la gente, gobierno acotado, separación de poderes, rendición de cuentas, supervisión judicial y federalismo. Esto, dijo Rousseau, da la base para la autoridad y la legitimidad. Ni consenso de autoridad, ni legitimidad tenemos. Este contrato social o pacto social que tuvimos los mexicanos por décadas, desde hace poco más de 75 años, está roto y tiene que restablecerse. Cómo, es una pregunta que nadie ha respondido por la sencilla razón de que nadie la ha formulado. Si en este país sobre diagnosticado, el principal síntoma no se ha atacado, el desorden no desaparecerá, sino se ampliará, y si bien la sociedad no se disolverá –cuando menos en el horizonte actual-, sanarla con heridas que cada día se profundizan, será imposible.

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