por Doug Bandow
Doug Bandow es Académico Titular del Cato Institute.
El Premio Nobel de la Paz se ha distinguido por
mucho tiempo por sus dudosas decisiones. La mayoría de los ganadores
anteriores son desconocidos hoy en día: Nadie se acuerda de sus
supuestas contribuciones a la paz mundial.
Otras selecciones tienen poco sentido. UNICEF recibió el galardón hace
casi cinco décadas —un organismo digno, tal vez, pero no uno que
comúnmente se considere que promueve la "paz". Similares fueron los
galardonados posteriores como la Oficina del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para Refugiados y los Médicos Sin Fronteras. La Campaña
Internacional para Eliminar las Minas Terrestres promueve una causa
atractiva, pero una que en realidad podría hacer de la guerra algo más
probable, al limitar el uso de un arma de defensa.
Henry Kissinger y Le Duc Tho fueron galardonados de forma conjunta por
negociar el "fin" de la Guerra de Vietnam, que simplemente llevó a más
conflictos y a la caída de Vietnam del Sur unos años más tarde. La
guatemalteca Rigoberta Menchú Tum fue reconocida por sus esfuerzos a
favor de la "justicia social", no a favor de la paz; y más tarde se
descubrió que su historia no era cierta. Al Gore y el Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático compartieron un premio
sumamente político al activismo ambiental altamente partidista, que no
promovió al paz.
Más digno del premio era Mikhail Gorbachev, aunque su socio diplomático,
Ronald Reagan, probablemente debería haber compartido el premio.
Muhammad Yunus del Grameen Bank fue pionero en una nueva estrategia para
el desarrollo, pero esta no tuvo nada que ver con la paz. Luego vino el
premio en 2009 para Barack Obama, quien no había hecho nada por la paz.
Irónicamente, en los últimos tres años el presidente ha invertido el
famoso eslogan de la década de 1960 utilizando su poder para "hacer la
guerra, no el amor".
Ahora, el Comité Nobel ha escogido a la Unión Europea (UE).
Al menos, el Comité incluyó la palabra "paz" en su explicación oficial,
que la UE ha promovido "la paz y la reconciliación, la democracia y los
derechos humanos" en todo el mundo. Sin embargo, con la zona de la
moneda común en crisis y la creciente oposición a una mayor centralización
del poder en Bruselas, el Comité Nobel —proveniente de Noruega, que no
pertenece a la UE— parecía tener un propósito más político para el
premio.
El presidente del Comité Thorbjorn Jagland explicó: "Hemos visto que el
premio podría dar un mensaje al público europeo de cuán importante es
asegurar lo que han logrado en este continente". Sin embargo, no solo
cree que la UE, como está organizada, es importante. Resolver los
problemas económicos era necesario para "que la unidad europea pueda
mantenerse y para que Europa pueda avanzar". Esto es, avanzar cada vez
más hacia un mayor control central con más poder consolidado en
Bruselas. En Europa, por lo menos, no hay otra definición de progreso.
Los eurócratas que dominan la política, los medios, la academia, y los
negocios creen que no es suficiente instar a las personas a lo largo del
continente a cooperar voluntariamente. Hay que obligarlos a hacerlo si
es necesario.
Naturalmente, los funcionarios de la UE estaban encantados con el
premio. Dos de los tres "presidentes" de la organización, Herman Van
Rompuy y José Manuel Barroso, afirmaron que el premio "demuestra que en
estos tiempos difíciles la Unión Europea se mantiene como una
inspiración para los líderes y ciudadanos de todo el mundo". Bueno, en
Noruega por lo menos. Jagland admitió que quiere que su país se integre a
la UE. Pero pocas otras personas o gobiernos parecen estar
apresurándose para emular el intento por parte de las élites europeas de
imponer una burocracia centralizada —cada vez más poderosa y sin la
obligación de rendir cuentas— sobre estados nominalmente democráticos.
La UE comenzó hace décadas como una pequeña organización para promover
la cooperación económica. Su énfasis estaba en romper con las barreras
al comercio: En efecto, la organización fue conocida alguna vez como el "Mercado Común",
un esfuerzo digno que contribuyó a unir a los estados europeos que
anteriormente habían estado en guerra. A lo largo del tiempo la
organización se expandió a 27 estados y asumió nuevas responsabilidades
políticas. Aunque la causa principal para la paz era un profundo horror
frente a la guerra, tras dos monstruosos y asesinos conflictos que
mataron a decenas de millones, los crecientes lazos a lo largo de la UE
si generaron una unión más estrecha entre los estados miembros.
Sin embargo, la organización ha tenido menos éxito en la promoción de la
paz fuera de sus miembros centrales. Extrañamente, Jagland elogió a la
UE como un pacificador en los Balcanes: "Tenemos que recordar que no fue
hace muchos años que estas personas se estaban matando en las calles".
Sin embargo, los gobiernos europeos, en especial Alemania, ayudaron a
desencadenar la crisis en los Balcanes, por ejemplo, ofreciendo el
reconocimiento prematuro a los territorios separatistas. Y la UE se
mostró incapaz de limitar, y mucho menos detener, la violencia asesina
una vez que explotó.
Tan pronto los Balcanes se enfrascaron en una guerra, Jacques Poos,
ministro de Asuntos Exteriores de Luxemburgo y presidente del Consejo de
la Unión Europea, declaró pomposamente: "La hora de Europa ha llegado".
Pero Europa no podía hacer nada. Una vez más, el continente pidió ayuda
“al otro lado del charco". El Acuerdo Dayton que puso fin a la guerra
civil de Bosnia fue llamado el Acuerdo Dayton porque fue negociado
en...Dayton, Ohio, en un proceso dirigido por autoridades
estadounidenses.
En Kosovo, los gobiernos de la UE a través de la OTAN, no hicieron más
que sostener el abrigo de Washington mientras ese gobierno bombardeaba a
los serbios, forzando la independencia de Kosovo. Europa jugó un rol
importante en la ocupación solo después de que EE.UU. derrocó a las
fuerzas militares de Belgrado. Este proceso tampoco ha conducido a la
estabilidad. Los albaneses étnicos han purgado brutalmente a un cuarto
de millón de serbios étnicos del nuevo país y la mayor parte de los
serbios étnicos que permanecieron allí continúan resistiéndose a su
incorporación a la fuerza a lo que ha sido un estado cuasi mafioso.
Por otra parte, hubo un factor aún más importante en el mantenimiento de
la paz en Europa que el Comité del Nobel ignoró por completo: La
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La OTAN ha
sobrevivido a su propósito original, pero fue popular decir que la
alianza estaba destinada a mantener a los estadounidenses adentro, a los
alemanes bajo control, y a los rusos afuera. El resultado era
garantizar la seguridad de Europa.
Los pobres contribuyentes estadounidenses continúan defendiendo a los
europeos frente a amenazas imaginarias a pesar de que hace mucho tiempo
los europeos han sido perfectamente capaces de protegerse a sí mismos.
Actualmente la UE tiene una población y un PIB mayor al de EE.UU. A
pesar de que la UE jugara un importante rol en el desarrollo pacífico
del continente, EE.UU. gastó mucho por mucho tiempo para proveer un muro
militar detrás del cual Europa pudo prosperar. Un agradecimiento en la
forma de un Premio Nobel podría merecerlo el pueblo estadounidense.
También vale la pena señalar cómo la UE no vive según su propia retórica
grandiosa, y cómo el Comité Nobel tampoco lo hace. Olvídese de la
corrupción, el abuso político, y el desperdicio endémico. De eso es lo
que se trata el Estado siempre y en todo lugar. Olvídese del destructivo
egoísmo continental, como la Política Agrícola Común, la cual
desperdicia dinero en cantidades abundantes —todavía más que los
programas alimenticios de EE.UU.— en subvenciones a los agricultores de
los países ricos, mientras que los agricultores de los países pobres son
devastados. Olvídese de la regulación sin sentido, por la cual, por
ejemplo, un vendedor británico que insistió en utilizar viejas pesas
imperiales para sus productos fue arrestado. Olvídese de la propaganda
interesada y mojigatería con la cual la élite eurocrática bautiza a cada
una de sus acciones.
El peor defecto de la UE es su asalto directo a la democracia y a la rendición de cuentas.
Tal vez los eurócratas harían un mejor trabajo que los ciudadanos
gobernando el continente. Sin embargo, las personas tienen el derecho a
gobernarse a sí mismas. Y eso es precisamente lo que los líderes
europeos están decididos a evitar.
El problema principal no es la respuesta de la UE a la crisis de la
eurozona. Por ejemplo, la portavoz del partido de izquierda de la
oposición griega, Syriza, llamó al premio "un insulto a los mismos
pueblos de Europa, que actualmente experimentan una guerra no declarada,
como resultado de las bárbaras y anti-sociales políticas de austeridad
que están destruyendo la cohesión social y la democracia". Uno puede
debatir la sabiduría de la estrategia del euro de la UE, pero nadie
obligó a Atenas a pedir prestado tanto dinero, poner en práctica
políticas insensatas, o pedir un rescate. De hecho, para gran
consternación de Bruselas, los griegos insistieron en celebrar
elecciones, lo cual resultó en un nuevo gobierno decidido a trabajar con
el resto de la UE. La organización actuó irresponsablemente al admitir a
Grecia en la eurozona, ya que todo el mundo sabía que Atenas estaba
mintiendo acerca de su situación económica, sus políticas y sus
perspectivas. Pero permitirle a los griegos ahorcarse a sí mismos no
constituye una "guerra".
En donde las élites están en guerra con la gente es en la expansión de
la autoridad de la organización. El público no está entusiasmado. Una
encuesta reciente del Eurobarómetro reveló que la confianza en la UE ha
caído a un 31 por ciento, de un 57 por ciento hace tan solo cinco años.
Pero si hay una constante en la política europea es que los eurócratas
nunca aceptan un "no" como respuesta. El objetivo final es un gobierno
continental consolidado en Bruselas. Si es necesario anular la voluntad
del pueblo, que así sea.
Por muchos años la élite ha venido pujando por la creación de una especie de Nación-Estado más centralizada, un "Estados Unidos de Europa"
de facto. En 2004, los eurócratas líderes redactaron una constitución
para transformar lo que quedaba de una federación laxa y convertirla en
algo más cercano a un gobierno continental. Era un documento complejo
que proponía trasladar las responsabilidades o "competencias" de los
gobiernos nacionales a Bruselas, limitar los vetos nacionales sobre las
decisiones de la UE, crear un Alto Representante para Asuntos Exteriores
y un servicio exterior europeo, y establecer un "presidente", el
Presidente del Consejo Europeo.
El documento generó mucho entusiasmo en Bruselas, pero mucho menos en
otros lugares. El cambio constitucional requiere la aprobación popular y
los votantes de Francia y de los Países Bajos rápidamente dijeron "no".
Los eurócratas pudieron haber aceptado el juicio de la gente. Pudieron,
pero naturalmente se rehusaron a hacerlo. El ex presidente francés
Valery Giscard d'Estaing, quien jugó un papel importante en la redacción
del documento, aprendió una lección diferente: "Por encima de todo, hay
que evitar los referendos". Por supuesto.
Así que los líderes de la UE movieron unas pocas comas y sacudieron un
poco el texto, haciéndolo aún más incomprensible y luego lo emitieron
nuevamente como un tratado, que solo requiere aprobación parlamentaria.
En virtud de esta maniobra, cada parlamento nacional le dio
inmediatamente su consentimiento al llamado Tratado de Lisboa. Salvo en Irlanda, donde la Constitución exigía un referéndum.
Para sorpresa y horror de los sospechosos habituales, en junio de 2008
los votantes irlandeses rechazaron el acuerdo. ¡Cómo se atreven a
decirle “no” a lo que el liderazgo ilustrado de Europa había negociado
tan desinteresadamente! Por haber ejercido sus derechos democráticos los
irlandeses fueron llamados "extremadamente arrogantes" por un miembro
del parlamento británico del partido Laborista —quien, por supuesto,
había sido electo por ciudadanos británicos ejerciendo sus derechos
democráticos. El Ministro del Interior alemán, Wolfgang Schaeuble, quien
ahora funge como Ministro de Hacienda, y por tanto, jefe ejecutor de la
ortodoxia financiera en contra de Grecia y otros euro-delincuentes, se
quejó de que "unos cuantos millones de irlandeses no pueden decidir en
nombre de 495 millones de europeos". Por supuesto, creía que solo unos
pocos miles de europeos, la clase gobernante en Bruselas y las ciudades
capitales a lo largo del continente, deberían tomar las decisiones.
Una vez más, los eurócratas pudieron haber aceptado la decisión del
pueblo. No es que alguno de ellos considerara la idea más tiempo del que
les tomó rechazarla. Se pensó en expulsar a los ingratos irlandeses de
la UE o convertirlos en ciudadanos de segunda categoría. Pero los
eurócratas decidieron que Irlanda debería simplemente votar de nuevo —y
esta vez, elegir la opción correcta. La UE gastó generosamente en
propaganda mientras que los funcionarios de la organización inundaron la
pequeña nación con advertencias de catástrofe si los irlandeses decían
"no". Al borde de una crisis económica continental, Bruselas insistió
que solo el poder más centralizado podría mantener la prosperidad
irlandesa. Esta vez, una mayoría de los votantes irlandeses hizo lo que
se le pidió.
Parecía que había llegado el momento de gloria para Bruselas. Como escribió Gideon Rachman en el Financial Times:
"algunos líderes europeos se permitieron a sí mismos soñar con un nuevo
orden mundial —uno en el que la UE era finalmente reconocida como una
súper potencia global, en la misma liga que EE.UU. y China". La UE
superó algunos obstáculos restantes, tales como la negativa del
presidente checo Vaclav Klaus para apresurarse a firmar la ratificación de su país, y el Tratado de Lisboa entró en vigor.
Finalmente los eurócratas impacientes pudieron dividirse el botín
político. De forma característica, eligieron al poco distinguido y
desconocido Van Rumpoy —un ex primer ministro belga famoso por su
afición a escribir poemas haiku— sobre candidatos internacionalmente
reconocidos como el ex primer ministro británico Tony Blair. El
columnista del Times, Brownen Maddox, señaló: " El regateo
sobre los importantes nuevos puestos de trabajo en Europa se asemeja a
un viejo juego infantil de cartas en el cual se mezclan las cabezas, las
barrigas y los pies de diferentes animales, para obtener un resultado
deliberadamente absurdo".
Entre las primeras controversias de la "nueva UE", estuvo decidir cuál
"presidente" europeo sería el primero en estrechar la mano del
presidente Barack Obama y cuál sería capaz de sentarse a su lado en la
cumbre EE.UU.-UE, prevista para mayo de 2010 en Madrid. La reunión fue
cancelada posteriormente por los funcionarios de Washington, quienes
avergonzaron a Bruselas al considerar que la reunión sería una pérdida
de tiempo.
El Premio Nobel ha creado un problema similar para la UE hoy. Jagland
afirmó que la organización "tendrá que decidir cuál líder se presentará
para recibir la medalla". Esa decisión podría desencadenar una
mini-guerra. Los señores Barroso y Van Rompuy, naturalmente, reclamaron
el privilegio. También lo hizo Martin Schulz, presidente del Parlamento
Europeo. Se pretendía que el Tratado de Lisboa se suponía que debía
responder la famosa pregunta de Henry Kissinger: ¿Cuál es el número de
teléfono para llamar a Europa? Pero el acuerdo simplemente intensificó
las rivalidades burocráticas. El compromiso para recibir el Premio Nobel
probablemente involucrará a estos tres y tal vez a más funcionarios en
el escenario o cerca de este.
A pesar de los elogios del Comité Nobel, la UE sigue siendo una
construcción artificial no deseada y que está en guerra con el principio
del auto-gobierno. Fuera de aquellos bajo la nómina de la UE, nadie
eleva su bandera, ve a la Comisión Europea en busca de liderazgo, o
siente lealtad hacia Bruselas. La política real de Europa sigue siendo
nacional: Ni siquiera los votos para conformar el Parlamento Europeo
tienen algo que ver con los asuntos del continente, todavía tienen todo
que ver con la política local. El presidente checo Klaus sorprendió a
un Parlamento Europeo perplejo cuando diagnosticó el problema: "No hay
demos europeo —y no hay nación europea", lo que intensifica el problema
del "déficit democrático, la pérdida de la rendición de
cuentas característica de una democracia, la toma de decisiones de los
no electos". Tal organización es un dudoso candidato para el Premio
Nobel de la Paz.
Sin embargo, nada parece enfriar la pasión de los eurócratas por su
"proyecto europeo", la creación de un verdadero gobierno continental.
¿Está la eurozona en peligro de desmoronarse? No se preocupe. Solo
concentremos más poder en Bruselas. El presidente de la Comisión,
Barroso, dijo: "Una vez más, podemos ver que una crisis puede acelerar
la toma de decisiones cuando se cristaliza la voluntad política. Las
soluciones que parecían fuera de alcance hace solo unos pocos años e
incluso meses ahora son posibles". Si eso es lo que la mayoría de
europeos quieren, lo deberían tener, por supuesto. Pero no hay evidencia
de que eso es lo que quiere la mayoría de los europeos.
La formación de la UE se produjo a medida de que los europeos se unían
cada vez más. Sin embargo, a pesar de los mejores esfuerzos de los
eurócratas, la UE no ha eliminado los sentimientos nacionales o borrado
las diferencias en la historia nacional, la tradición y la cultura.
Mucho más que el lenguaje divide a los estados europeos y aquellas
diferencias son mucho más profundas que las diferencias entre los
estados de EE.UU. Al nivel más básico, nadie apoya a un equipo europeo
de fútbol; al contrario, las más amargas rivalidades se dan entre los
equipos europeos.
Y ahora la Eurocrisis está estimulando el antagonismo nacionalista. Los
griegos están cansados de tener que pagar por sus errores del pasado;
los alemanes están cansados de tener que subsidiar a los griegos por los
errores del pasado de estos últimos. Las protestas en contra de la
austeridad impuesta por la UE siguen propagándose mientras que Berlín
está siendo acusada de crear el Cuarto Reich. La Eurocrisis, advirtió
Mark Leonard de el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, " está
dividiendo a Europa económica, cultural y políticamente".
Una Europa cooperativa es buena para el continente y para el mundo.
Sin embargo, la UE cada vez más se aleja de ser un esfuerzo compartido y
se acerca más a ser un orden obligatorio e impuesto sobre las masas por
élites determinadas a tomar todas las medidas que sean necesarias,
incluyendo evitar que los pueblos voten a favor o en contra del nuevo
súper estado que se construye en Bruselas. Dónde va a terminar esto es
imposible de predecir. Pero contrario a las esperanzas del Comité Nobel,
los sistemas impopulares y artificialmente impuestos desde arriba
raramente resultan en una paz genuina y duradera.
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