La mediocridad del Presidente
No importa quien quede en la Presidencia, de
lo que podemos estar seguros hoy en día es que será una mediocridad. Es una
afirmación de Joseph Epstein, el aclamado ensayista, quien afirma que la pobreza ética e intelectual de
los políticos no es la excepción, sino la regla y cita a Lord Bryce que en 1888
afirmaba:
“El votante norteamericano común no objeta
la mediocridad. Tiene una concepción más pobre de las cualidades requeridas
para ser un hombre de estado que su equivalente en Europa. Él quiere que sus
candidatos tengan sentido
común, vigor y sobre todo carisma; y no aprecia, porque no ve
la necesidad de ello, originalidad o profundidad, una cultura fina o un amplio
conocimiento”.
Para confirmar que eso no ha cambiado,
Epstein nos pide recordar a los presidentes Ford, Carter, Reagan, Bush, Clinton
y Obama.
Habría que preguntarnos si tal es el caso
también en México. Nadie puede acusar a Peña Nieto de ser un hombre ilustrado,
culto o profundo. Aunque bien mirado, podríamos extenderlo al resto del mundo.
Berlusconis y Sarkozys abundan por todos lados y en cambio rara vez nos
encontramos a los Nelson Mandela o Václav Havel.
Lord Bryce lo decía tajantemente desde el
siglo XIX: “Rara vez los grandes hombres son elegidos presidentes. Primero, porque
los grandes hombres rara vez se dedican a la política; segundo, porque los
métodos de elección no los elevan a la cima; y porque en períodos tranquilos no
son en absoluto necesarios”. [1]
¿Son grandes hombres los presidentes,
senadores y gobernadores que tenemos en México? Supongo que ni el militante más
abyecto podría responder en positivo. ¿Fox, Calderón, Zedillo, Salinas, López
Portillo han tenido madera de estadistas? La pregunta se responde sola si
atendemos al calamitoso estado en que se encuentra el país, presa de los monopolios y de los
poderes factuales incluyendo el narcotráfico.
Salvo algunas características aisladas como
los arranques oratorios de Jolopo, las ambiciones transexenales de Salinas, el
carisma campechano de Fox, la modestia de Zedillo y la … (póngale usted el
adjetivo) de Calderón, los mandatarios recientes son más bien una mezcla de virtudes y defectos no
muy diferente a la de los hombres de a pie.
No creo que Lord Bryce hubiera cambiado
mucho su criterio tras una cena con el actual huésped de Los Pinos, y mucho
menos con el futuro mandamás de la casa presidencial. En todo caso, sería una
visita breve: la conversación sobre libros se limitaría a algún pasaje bíblico y al directorio
telefónico.
El tema de fondo es saber si los mexicanos
están esperando estadistas o, como los votantes norteamericanos, prefieren que
sea simplemente alguien como ellos, uno del montón, no precisamente más culto,
original y profundo, sino simplemente alguien que parezca decidido, firme y
carismático. Si tal fuera el caso, sobre aviso no hay engaño.
Pero me temo que los mexicanos seguimos
atados a la figura del Tlatoani. En cada renovación presidencial una parte de
nosotros quisiera creer que todavía es posible el arribo de una figura poderosa, justa y sabia,
capaz de enrumbar al país por la ruta de la modernidad y el desarrollo.
La cultura del caudillo sigue vigente en el
código genético nacional, por así decirlo. Implícitamente cultivamos la noción
de que todo líder, sólo
por serlo, es más inteligente, más preparado, más ilustrado y
competente que el resto de los conciudadanos.
Y en verdad debe estar en los códigos
genéticos porque por más que la experiencia nos muestra lo contrario, de alguna
forma mantenemos la esperanza. Una
esperanza absurda si nos atenemos a las palabras de Lord Bryce.
Primero, porque en México los mejores
hombres y mujeres por lo general no se dedican a la política. Un amigo
procedente de una talentosa familia lo ponía muy claro: uno de los hermanos fue
científico, él es un destacado abogado y la hermana es solista en una
filarmónica. Como el más pequeño carecía de algún talento se dedicó a la
política. Hoy es diputado.
No son precisamente los cuadros más cultos,
estudiosos y honestos los que se orientan a la grilla. Ciertamente las
habilidades políticas requieren cierta
capacidad de manipulación y sentido de la oportunidad. Pero con
más frecuencia no se necesita otra virtud que ser pariente o amigo de
otro que ya escaló en la administración pública.
Segundo, incluso si por excepción a la regla
un joven bienintencionado y culto se dedica a la política, es muy difícil que
prospere dentro de ella, a menos que
olvide sus libros y, sobre todo, sus buenas intenciones. En
otras palabras, como diría Lord Bryce, las mejores personas no son las que
avanzan en la política, incluso se quisieron dedicarse a ella.
Así que no esperemos otra cosa,
independientemente de la tendencia ideológica que profesemos. Algunos políticos
serán menos mediocres que otros, pero el sistema no prohíja Nelson Mandelas,
más bien los impide. No son casuales los bajos raitings de confianza y
legitimidad que padece la clase política prácticamente en todo el mundo.
La única manera en que podemos aspirar a un buen
gobierno es asegurándonos que los políticos no gobiernen solos. Como suele
decirse, los asuntos públicos son demasiado importantes para dejarlos
exclusivamente en sus manos.
Y las manos de Peña Nieto no serán muy
distintas. Ciertamente
tiene los padrinos adecuados y fotografía muy bien. Pero
librado a sí mismo estaríamos condenados a la mediocridad propia de los
gobernantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario