Lo
que a México le espera
Otto Granados
Parece haber una opinión más o menos creciente
de que a México le irá bien en los próximos años. Más allá del rumbo que tome
el problema de la inseguridad y la violencia y, de hecho, más allá de lo que
haga o deje de hacer el siguiente gobierno, una buena parte de los think
tanks, organismos internacionales y observadores especializados, vaticinan
que la economía
mexicana tendrá un desempeño positivo en el corto y mediano plazo.
En suma, hay un estado de ánimo optimista.
Pero una cosa es que esa atmósfera exista y
otra, muy distinta, que sea suficiente para alcanzar metas más ambiciosas, y el
problema reside tanto en la velocidad como en las prioridades. Dicho de otra
forma: cómo hacerle para que en lugar del 4% de crecimiento anual, que está ya
razonablemente previsto, el país pueda llegar al 6% más rápidamente, y cómo
reducir la gran asignatura de la inequidad.
En ambos casos, dependerá en una medida
importante de la inteligencia
y la profundidad de las políticas públicas que se ejecuten.
Por un lado, dinamizar la economía supone en
efecto impulsar las reformas conocidas que fortalezcan la inversión y la
productividad, pero si el objetivo es más exigente entonces éstas no pueden ser
reformas mediocres, lentas o aisladas sino que debe encontrarse el hilo que las
una para producir eso: crecimientos mucho más elevados.
El posibilismo, es decir, hacer tan solo lo que
sea posible y no lo que sea necesario, es un camino adecuado para seguir
estancados y contemplar cómo otros van más rápido: tan solo este año nueve países de
América Latina y el Caribe crecerán más que México.
Por otro lado, se pierde de vista que, en el
mejor de los casos, el crecimiento es condición necesaria pero no suficiente
para abordar la grave inequidad.
México es, junto con Chile, el país más desigual
de la zona OCDE. Y acortar la brecha depende de que las prioridades de política
social y de política educativa, ambas por cierto muy relacionadas, vayan en la
dirección correcta.
El próximo gobierno tendrá que concentrarse
fuertemente en trabajar, al menos, en la construcción de un nuevo modelo de
gestión dirigido a recuperar la administración del aparato educativo y a
mejorar su calidad; en el diseño e instrumentación de un nuevo sistema de
protección social universal, que consolide ciertamente un piso para todos pero
ponga especial énfasis en el desarrollo de capacidades educativas y
productivas, y en un mayor esfuerzo redistributivo por la vía fiscal que
incremente el espacio para la inversión pero no entorpezca la economía.
Tanto el futuro gobierno como los principales
actores políticos y económicos deben interpretar claramente las señales de un
mundo en transición en el que habrá perdedores,
ganadores y mediocres, y deben decidir en qué lugar les
gustaría, a ellos y a todos los mexicanos, verse en el futuro.
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