¿Por qué están paralizados los gobiernos?
Michael Spence
MILÁN – No es ningún secreto
que la economía mundial está en problemas. Europa se encuentra en medio
de una crisis cuya causa fundamental es una unión económica y monetaria
estructuralmente defectuosa. Los Estados Unidos, que emerge lentamente
de una crisis financiera y de un desapalancamiento generalizado, está
experimentando una desaceleración del crecimiento, un problema
persistente en cuanto al empleo, un cambio adverso en la distribución
del ingreso y desafíos estructurales, con acciones políticas poco
decisivas o eficaces.
Mientras
tanto, entre las principales economías emergentes, el proceso de
reforma de China está en suspenso, en espera de una transición de
liderazgo que se llevará a cabo este otoño, misma que aclarará los
objetivos y relaciones de poder de los distintos intereses internos.
India, que ha perdido el impulso de la reforma, está experimentando una
desaceleración económica y una posible pérdida de confianza de los
inversores.
Los efectos
negativos de estos problemas están interactuando, alimentándose entre
ellos mismos, y extendiéndose hacia el resto de la economía mundial. Y,
sin embargo, a pesar de una sensación palpable de preocupación de que
algo está muy mal, el pronóstico de que ocurra un cambio significativo
es sombrío – y produce deterioro.
¿Cómo se explica la aparente falta de acciones políticas eficaces a lo largo y ancho de una amplia gama de países y regiones?
Una
línea de pensamiento echa la culpa a un “vacío de liderazgo” – un
diagnóstico común en Europa. En otros lugares – especialmente en los
EE.UU. – se piensa que la polarización y las feas políticas de suma cero
desalientan a un liderazgo político potencialmente capaz.
Pero,
en ausencia de un mayor análisis, el vacío de liderazgo se convierte en
una explicación comodín. Lo que necesitamos saber es por qué el nuevo liderazgo político en democracias como Francia, Gran Bretaña, Japón y los EE.UU. ha producido tan poco cambio.
Una
segunda explicación aborda esta pregunta: si bien se requiere acciones
audaces, la complejidad de las condiciones económicas, y el desacuerdo
sobre cuáles son las respuestas políticas adecuadas, implica el riesgo
de cometer graves errores. Para los políticos y tomadores de decisiones
profesionales que enfrentan tales circunstancias, menos puede llegar a
ser más. Desde esta perspectiva, la aversión al riesgo refleja y
refuerza una divergencia entre los incentivos individuales (el deseo de
ser reelegido, de ser nombrado nuevamente, o de ser promovido a cargos
superiores) y las necesidades colectivas (la solución de problemas).
Los
intereses creados también pueden desempeñar un papel. La innovación
tecnológica y las fuerzas globales del mercado han producido un cambio
decisivo en los ingresos, mismos que se dirigen hacia el capital y hacia
el 20% superior de la curva de distribución del ingresos, a menudo a
expensas de grupos de ingresos medios, de los desempleados, y de los
jóvenes. Los beneficiarios de estas tendencias pueden haber acumulado
suficiente influencia política como para mantener el status quo,
lo que pone en relieve problemas de distribución que generalmente han
recibido muy poca atención en cuanto a la comprensión de las respuestas
políticas a dichos problemas o a la ausencia de dichas respuestas.
Una
tercera respuesta es que los instrumentos que utilizan las acciones
políticas son simplemente ineficaces en las condiciones actuales. Esta
afirmación encierra algo de mérito. El desapalancamiento económico lleva
su tiempo. La restauración de modelos sostenibles de crecimiento
requiere de años, no de meses. Las expectativas pueden estar desfasadas
con la realidad subyacente. No obstante, la ausencia de una solución
rápida no significa que no se puede hacer nada por mejorar la velocidad y
la calidad de la recuperación.
También
existen explicaciones estructurales para la inacción política. Los
sistemas de gobierno y las estructuras constitucionales difieren en la
medida en la que requieren de un amplio consenso para que se pueda
llevar a cabo acciones oficiales, o para cambiar la dirección de las
políticas en respuesta a shocks o condiciones cambiantes.
Algunos
argumentan que los sistemas políticos más restrictivos funcionan bien
en tiempos de estabilidad, pero que tienen un mal desempeño en
condiciones volátiles, como las que prevalecen en la actualidad. Otros
apoyan a un gobierno restringido en razón de que dicho tipo de gobierno
protege a todas las personas de residuos, de quienes están en la
búsqueda de rentas y de interferencias con la libertad de elección, y
que, cuando se requiera, un liderazgo inspirado puede construir el
consenso necesario para hacer frente a las circunstancias cambiantes.
Obstáculos de envergadura a cambios importantes en la dirección de las
acciones políticas obligan a que las autoridades oficiales presenten
explicaciones convincentes sobre lo que ocurre.
Esa
es una tarea intrínsecamente difícil en un momento en el cual el cambio
rápido en la economía mundial ha dejado a muchos aún tratando de
entender lo que está sucediendo y lo que todo esto significa para el
crecimiento, la estabilidad, la distribución del ingreso y el empleo.
Ante tal complejidad, no es de extrañar que los desacuerdos genuinos
sobre políticas conduzcan a amplios debates y a relativamente poca
acción.
Además, los
elementos tecnocráticos del gobierno a menudo deben equilibrarse frente a
la responsabilidad democrática de rendir cuenta. En todas las
sociedades, se nombran a personas con experiencia y entrenamiento
especializados para que desempeñen funciones que requieren de gran
complejidad técnica. Su libertad de acción está limitada por los plazos y
los procedimientos de renombramiento que determinan la naturaleza y el
grado de su responsabilidad frente a funcionarios electos y frente al
público. Puede haber demasiada poca libertad de acción (populismo) o
demasiada poca responsabilidad de rendición de cuentas (autocracia).
El
equilibrio necesario puede variar según las condiciones locales. Por
ejemplo, muchos observadores de China creen que se necesita aumentar la
responsabilidad de rendición de cuentas en esta etapa de evolución
económica, social y política que atraviesa el país. Otros sostienen que
las democracias occidentales tienen el problema contrario: una plétora
de intereses estrechos y políticamente firmes conduce a la subinversión y
a deficientes compensaciones entre oportunidades y rendimientos
presentes y futuros.
Esto
nos lleva a un obstáculo crucial: no se tiene confianza en las élites
gubernamentales, empresariales, financieras y académicas. La falta de
confianza en las elites es sana hasta cierto punto, pero numerosas
encuestas indican que dicha confianza está en rápido declive, lo que sin
duda aumenta la reticencia que tienen los ciudadanos cuando tienen que
delegar autoridad con el fin de que se navegue a través de un incierto
entorno económico mundial.
La
pérdida de confianza, probablemente tiene múltiples causas, incluyendo
el fracaso de los análisis: casi la totalidad de bancos centrales,
reguladores, participantes del mercado, agencias de calificación de
riesgo y economistas no detectaron el riesgo sistémico que estaba en
aumento durante los años precedentes a la crisis actual, y fracasaron
aún más al momento de realizar análisis a fin de tomar las acciones
correctivas apropiadas. Pero una causa más importante es la sospecha que
existe sobre que las élites están poniendo sus intereses propios por
encima de los valores sociales compartidos.
Las
aseveraciones de que nuestros liderazgos, nuestras instituciones,
nuestros análisis, o nuestros instrumentos para implementar políticas
son inadecuados para enfrentar la tarea que tenemos entre manos, sin
duda, contienen algo de verdad. Pero el problema más profundo es una
ruptura en, precisamente, tales valores y objetivos – es decir, un
debilitamiento de la cohesión social. La restauración de dicha cohesión
requerirá que los analistas, los políticos, los líderes empresariales y
los grupos de la sociedad civil aclaren las causas, compartan la culpa
por los errores y busquen soluciones flexibles en las cuales los costos
se compartan equitativamente y, lo que es más importante, expliquen que
los problemas difíciles no pueden ser resueltos en un abrir y cerrar de
ojos.
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