31 octubre, 2012

Réquiem por el fin de una etapa



Réquiem por el fin de una etapa

Marco Rascón

A nombre de la izquierda, la vigencia de esa etapa podríamos definirla claramente, del 24 de abril de 2005 al 23 de octubre de 2012. Siete años y medio de conducción política marcada por la visión de Andrés Manuel López Obrador, que deja un saldo de posibilidades anuladas, siempre protegidas por la conquista de posiciones y la búsqueda del poder presidencial, convertido en el único objetivo.


Marcada esta etapa por la aceptación acrítica de sus decisiones y la sustitución del gran colectivo intelectual y político, por su método anacrónico de seguidismo y reduccionismo, ante un país que demanda democratización; alternativas ante los problemas y los males; participación, claridad y coherencia, condujo a una amplia diversidad de la izquierda, no solo a la sumisión, sino a la pérdida de identidad en el contexto de la crisis nacional.


En el balance se tienen elementos para decir que durante la etapa lopezobradorista, en oposición al PAN y al PRI, éste avanzó en posiciones ganando gubernaturas, legisladores y municipios, pero lo históricamente inexplicable, es cómo se anularon las posibilidades de estas posiciones ganadas, incapaces de generar reformas.


El lopezobradorismo será caracterizado como un movimiento contestatario —“en resistencia” dirían de sí mismos—, convertidos en fuerza de reacción, fuerza contraria que se legitima desde la negación y cuyas propuestas formales son incapaces de construir porque condena en principio al Poder Legislativo y repudia a los diputados y senadores surgidos de las mismas urnas electorales y de los mismos ciudadanos.


El lopezobradorismo niega su propio cuerpo; no acepta pensamiento independiente a lo que considera que es su mandato supremo como guía del destino nacional; es decir, la presidencia suprema.


Esto mismo lo fue convirtiendo en una fuerza funcional para los mismos poderes fácticos que dice combatir. La decisión de transformar su propio movimiento en un partido político, segregándolo de sus aliados, es resultado no de una convicción, sino de un aislamiento fabricado que se escuda en la pureza para sobrevivir como referente.


El ciclo que se abrió desde su llegada a la Jefatura de Gobierno del DF, tripulando un proceso del que era ajeno, fundado desde la oposición de la izquierda democrática y social, fue solo el primer paso de lo que sería el golpe del 24 de abril de 2005 en la marcha contra su desafuero. López Obrador considera que antes de él no existió la historia y menos la izquierda.


En ese acto, convocó para fundar y deslindarse; asomó su visión utilitaria de la izquierda e impuso formas y contenidos de lo que sería su primera candidatura presidencial en 2006. A nombre de la izquierda, construyó un esquema polarizado que le permitió al PRI tejer con lo vacíos que dejó su “presidencia legítima” y contribuyó a que mientras el golpeaba al PAN, el PRI cosechaba y aprovechaba la debilidad del “gobierno espurio”.


Pocas fueron las voces que advirtieron el error de desperdiciar la fuerza real en el Congreso surgida en las urnas, al convertirla en fuerza testimonial centrada únicamente en la lucha por la Presidencia o nada.


Todas las posibilidades de construir reformas, se diluyeron en insultos y juegos de palabras hirientes, chuscas, ocurrentes, pero inservibles para hacer política en las circunstancias extraordinarias que el voto otorgó por separado a los extremos ideológicos y políticos, para enterrar en definitiva al viejo régimen.


Este 23 de octubre de 2012, el voto conjunto en el Senado, de PRD, PAN, PT, MC y Panal, apuntó que más allá de la existencia de un Congreso dividido y polarizado están obligados a la conformación de bloques de alianzas como única vía para una reforma profunda del Estado mexicano en todos sus aspectos.


Frente a esto, el PRI ha tenido que lanzar las amarras por la borda ante la imposibilidad de imponerse él solo como autor del rumbo y enviando la iniciativa preferente del Presidente a la congeladora hasta que haya una nueva correlación de fuerzas, apoyándose en los que hacen quórum, pero que luego huyen del recinto haciendo que las minorías se conviertan en mayorías.


Es por ello que el 23 de octubre, al lograrse una nueva posibilidad numérica, significó un punto de inflexión dentro mismo de la izquierda, pues tanto el calderonismo en el PAN como el lopezobradorismo entre la izquierda, impidieron desde 2006 la posibilidad de arrinconar al viejo régimen y realizar reformas.


Andrés Manuel López Obrador, ese mismo día en el Senado, pretendió simular que el voto unificado era por su instrucción a fin de ocultar el fin de una política impuesta por él a lo largo de estos años.


Falta mucho por ver y hacer, pero pareciera que el final de la larga noche de la izquierda mexicana está por terminar y nos da oportunidad a que, inspirados en los vientos de noviembre, escuchemos el réquiem de toda una etapa política confusa y que por ineficiente ante lo posible, se hizo inmoral.

 

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