28 noviembre, 2012

Calderón: todo personal. Jorge Fernández Menéndez

Nuestro lema en el programa de televisión Todo Personal que hacemos diariamente con Bibiana Belsasso, es que, “en el poder y en la política, todo, absolutamente todo, es personal”. Me cuesta entender que, como algunos dicen, pueda haber ataques, golpes, incluso traiciones que se justifiquen con aquellas palabras de Vito Corleone en El Padrino de que “son negocios, no es nada personal”. Para la literatura o para una canción del buen Armando Manzanero está perfecto, para el poder y la política, no.


A tres días de que concluya la administración de Calderón quiero hacer unos comentarios absolutamente personales, sobre el Presidente saliente. Primero es el tema de la persona, de Felipe Calderón. Creo, lo creo con mucha convicción, que por encima de aciertos y errores Felipe Calderón es, antes que cualquier otra cosa, una buena persona, un buen hombre, que en ese sentido no ha cambiado en estos seis años de ejercicio del poder. He tenido el honor de tratarlo quizá con menos asiduidad de la que hubiera deseado, pero más de lo que normalmente se da entre un Presidente y un periodista, y lo conozco desde hace años. Calderón es terco, pero honesto en su reflexiones y su accionar; puede equivocarse, pero no suele albergar segundas o terceras intenciones; puede ser brusco en la forma en que presenta las cosas, pero es franco; es desconfiado (para mi gusto demasiado), pero es leal. Quiero decir que quizá Felipe Calderón es un hombre demasiado normal, demasiado humano en sus sentimientos, en sus reacciones, en su forma de ser y actuar, y que eso que resulta tan positivo y agradable para una relación personal o incluso profesional, se puede tornar en una desventaja a la hora de gobernar, de lidiar con la política real.
Algunos de sus adversarios y enemigos han utilizado esas características para intentar dañar, más allá del político, a la persona y a su familia, con todo tipo de mentiras, pues saben que de esa forma lo lastiman. Puede haber, debe haberlas, porque la suya fue una administración con aciertos y errores, pletórica de grises, todo tipo de críticas y opiniones sobre lo ocurrido en estos seis años, pero Calderón logró mantener una actitud ejemplar en su accionar como primer mandatario y como cabeza de familia; tuvo en Margarita Zavala una primera dama (aunque a ella no le guste el término) excepcional, sus tres hijos se portaron de una manera irreprochable y lo mismo se aplicó a su familia ampliada.
Me parece que Calderón aprendió, en estos años:  sobre la vida, sobre la condición humana y sobre la política. Tuvo que sortear el sexenio más desafortunado de muchos (quizá sólo comparable al de la sucesión de catástrofes políticas, económicas y sociales que le tocaron a Miguel de la Madrid, más allá de lo que hizo o dejó de ser en su administración el entonces Presidente); desafortunado en lo político (no merecía la mezquindad y el arrebato mesiánico del lopezobradorismo, que lo persiguió durante todo su sexenio); desafortunado en lo económico, con una crisis internacional que, en esta ocasión, tuvo a México como espectador y no como actor; y desafortunada en lo social, con una violencia que marcó la administración y la sociedad, y que algunos han querido calificar como una guerra personal del mandatario y exoneran de paso a los verdaderos criminales: a los delincuentes que han asesinado a más de 50 mil mexicanos con saña y brutalidad. Fue desafortunado al perder a varios de sus mejores y más cercanos amigos y colaboradores, por enfermedad o accidentes en un plazo inequívocamente corto de tiempo, muertes que, además del dolor personal, modificaron o rompieron muchos de sus proyectos estratégicos.
Esos infortunios lo marcaron como decíamos, pero también los sobrellevó, en lo político, sin un solo acto de represión o censura que pueda atribuirse al gobernante; en lo económico, al dejar una situación macroeconómica envidiable si la comparamos con la de cualquier otro país de la OCDE, a pesar de que muchas de las reformas que ahora se proponen fueron las que se le negaron a esta administración; en el tema de la inseguridad y la lucha contra el crimen, a pesar del desorden, de una situación que se salió de las manos, de la poca colaboración y coordinación entre instancias federales y de éstas con los gobiernos locales, por una lucha que estuvo caracterizada por una voluntad inquebrantable de darla de frente y de no negociar con los delincuentes, de preservar el Estado y la sociedad mexicanas. Y lo hizo, muchas veces hemos visto mandatarios que no lo logran, sin perder la dimensión de lo que se estaba viviendo, sin deshumanizarse.
No sé cómo terminará evaluando la historia la administración de Felipe Calderón.
En lo personal, me gustaría despedir con estas líneas a un Presidente honesto, un hombre bueno, franco, leal y que nunca se traicionó a sí mismo.
Claro, todo, absolutamente todo, es personal.

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