El viernes pasado decía que la iniciativa de Enrique Peña Nieto
de crear una Comisión Nacional Anticorrupción parecía más cosmética.
Una de las razones para sustentar mi argumento es que el órgano
propuesto no estaba facultado para procesar penalmente a los presuntos
responsables de actos de corrupción, sino que tenía que darle vista al
Ministerio Público federal o estatales. Argüía que si el Presidente
electo de verdad quería combatir la corrupción debía crear una fiscalía
autónoma con capacidad de investigar, acusar y procesar penalmente a
funcionarios corruptos de los gobiernos federal, estatales y
municipales. Pues resulta que dicha fiscalía ya fue aprobada por el
Senado en la Legislatura pasada. Falta que la aprueben la Cámara de
Diputados y la mitad de las legislaturas locales. He ahí, entonces, lo
que tendría que hacer Peña si quiere combatir la corrupción: convencer a los diputados federales y locales del PRI de aprobar dicha fiscalía.
En marzo de este año, el Senado aprobó una reforma que adiciona el
apartado C del artículo 102 de la Constitución para crear la Fiscalía
Nacional contra la Corrupción y el Lavado de Dinero. De acuerdo con lo
aprobado por los senadores, dicho órgano tendría autonomía de gestión y
presupuestaria, así como personalidad jurídica y patrimonio propios. Le
correspondería “la persecución, ante los tribunales federales, de todos
los delitos de corrupción, además de los que se deriven del uso de
recursos financieros de procedencia ilícita”. Los perseguiría “de
oficio, por tratarse de delitos contra la economía nacional, cometidos
por cualquier integrante de los Poderes de la Unión, así como de los
poderes públicos de las entidades federativas, de los municipios y de
los organismos constitucionales autónomos”.
Para efectos prácticos, la fiscalía sería un tipo de Ministerio
Público especializado que tendría las siguientes facultades: “Solicitar a
la autoridad judicial correspondiente las órdenes de aprehensión contra
los inculpados; buscar y presentar las pruebas que acrediten la plena
responsabilidad de éstos; hacer que los juicios se sigan con toda
regularidad para que la administración de justicia sea pronta y
expedita; solicitar la aplicación de las penas correspondientes e
intervenir los procesos que la ley determine”.
En el proyecto aprobado por los senadores, el fiscal Nacional sería
designado por el Senado “con el voto de las dos terceras partes de los
miembros presentes”. Duraría ocho años en su cargo y podría ser reelecto
por una sola vez. Sería removido de sus funciones por una mayoría
también de dos terceras partes del Senado.
En marzo, el Senado también aprobó “la creación del Registro Nacional
de Situación Patrimonial de Servidores Públicos, que incluye los
Registros de los Poderes de la Unión, de las entidades federativas, de
los municipios y de los organismos constitucionalmente autónomos, al
cual tendrá acceso sin restricción alguna la Fiscalía Nacional contra la
Corrupción”.
Dicha reforma constitucional se envió a la Cámara de Diputados desde
abril de este año. La minuta se turnó a las comisiones respectivas para
su opinión y dictamen. Para efectos prácticos, sin embargo, la congelaron. Ahí está, esperando que la dictaminen y voten los diputados. De hecho, antes de discutir y votar la iniciativa de Peña
que introdujo el PRI en el Senado, lo correcto sería atender esta
reforma constitucional que viene de la pasada Legislatura. Así lo pidió
la senadora panista Laura Rojas a principios de este mes sin que nadie le respondiera.
Peña Nieto ahora presenta una nueva propuesta de
Comisión Nacional Anticorrupción con mucho menos fuerza que la fiscalía
aprobada por los senadores en marzo. Una de dos. O el Presidente electo
desconocía, como el que escribe, que ya el Senado había aprobado una
reforma constitucional de fondo con una fiscalía autónoma con capacidad
de investigar, perseguir y procesar a presuntos funcionarios públicos
corruptos de los tres niveles de gobierno, de los tres poderes y de los
órganos autónomos. O Peña sí conocía este proyecto y
prefirió proponer una comisioncita, más dependiente de él y sin dientes
jurídicos, que simplemente sustituya a la fallida Secretaría de la
Función Pública. Si es lo primero, pues el próximo Presidente todavía
está a tiempo de corregir el error. Si es lo segundo, pues Peña
estaría reconociendo, en los hechos, que su propuesta es efectivamente
cosmética y que no va en serio su promesa de combatir la corrupción.
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