20 noviembre, 2012

Morena, partido de fantoches y holgazanes

Sólo hay que echarle un ojo a unos cuantos nombres de quienes lo acompañaron ayer.

Adrián Rueda
Pocos se explican cómo es que Andrés Manuel López Obrador quiere transformar al Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en partido, si de entrada advierte que no aceptará a holgazanes, fantoches o súbditos.
Y que tampoco permitirá que haya individualismo, oportunismo, nepotismo, amiguismo, influyentismo, sectarismo, clientelismo y todos los “ismos” que signifiquen lo más podrido de la política.


¿Pues entonces con quién pretende hacer su partido?
Porque si ese es el perfil que López Obrador busca para los políticos que se le quieran unir, nadie pasará la prueba, empezando por él mismo, ya que todos los calificativos a los que se refiere como lacras de la política le quedan cuando menos… ¡a todos los que le siguen!
El Peje es sectario, fantoche, individualista, convierte a sus fieles en súbditos y practica descaradamente del nepotismo; tan sólo para Morena dispuso que los coordinadores en Chiapas, Campeche y Tabasco sean sus hermanos y su hijo; quizá AMLO no sepa qué quiere decir nepotismo.
Y nada más hay que echarle un ojo a unos cuantos nombres de quienes lo acompañaron ayer en el evento que organizó en el Plan Sexenal para darse cuenta de que si no baja los requisitos de afiliación no tendrá con quién hacer su partido.
En el templete estuvieron junto a él Manuel Bartlett, Porfirio Muñoz Ledo, Martín Esparza, Layda Sansores y Claudia Sheinbaum, aunque también participaron Jaime Cárdenas, Bernardo Bátiz, Laura Itzel Castillo y Martí Batres, entre otros.
De todos estos nombres, ¿quién de ellos se salva de calificativos como deshonestos, fantoches, holgazanes, súbditos e individualistas, por ejemplo?
Claro que nadie, aunque la mayoría de ellos reúne todas las condiciones —no sólo una— para no ser aceptados en Morena, si es que los requisitos de El Peje se mantienen.
Una vez más el tabasqueño muestra lo cínico que es al simular que se realizó un congreso nacional para que los ciudadanos sean quienes decidan si Morena se convierte en partido o sigue en su lucha como un movimiento de la sociedad civil.
Nada más falso, pues su transformación en partido estaba decidida tan luego como terminaran las elecciones presidenciales, pues López Obrador anticipaba su derrota y necesitaba construir algo para no despegarse de la ubre pública.
Corría la primera quincena de agosto cuando el tabasqueño decidió no esperar más y dio la orden a su equipo de empezar a redactar los documentos básicos y la propuesta de acta constitutiva para convertir a Morena en partido político.
Para entonces tenía plena conciencia de que su derrota ante el priista Enrique Peña Nieto lo dejaría en estado de indefensión dentro del PRD y que, si no comenzaba a moverse, el capital político ganado en las elecciones se le iría de las manos. En su casa de campaña de la Roma, todo el mundo trabajó a marchas forzadas en la organización del partido, pues sus documentos tendrían que estar listos el 20 de noviembre, que fue la fecha elegida para su consagración.
López Obrador sabe que no podrá contar con los grandes acarreos que le hacían con dinero público el PRD, por lo que se curó en salud al advertir que el propósito de Morena no es que sea un partido de multitudes, sino de personas excepcionales. Y lanzó una advertencia más: quienes pretendan participar en la nueva organización deberán actuar con honestidad y dejar de lado la hipocresía.
Ahí sí se batió, pues con esos requisitos el primero que no será aceptado es él: manejó más de mil millones de pesos que, dice, le regaló el pueblo; no pagó impuestos al igual que los grandes empresarios a los que acusa de evasores y ya tiene a su lado a los que fabricaron asociaciones civiles para obtener contratos millonarios del GDF, como su ex oficial mayor Octavio Romero Oropeza, por ejemplo.

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