27 noviembre, 2012

La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

EDMUND PHELPS 

BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.)
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Para proteger los bancos comerciales de los riesgos que podría correr su solvencia (y, además, la de todo el país) una vez más, Richard Robb propuso que se aplicara un pequeño impuesto a las deudas a corto plazo de los bancos para que no cayeran en un endeudamiento excesivo. Amar Bhide propuso que los bancos comerciales volvieran a la banca “estricta”. Si lo hiciesen, no podrían pedir préstamo alguno. 

Pero, pese a todas las medidas normativas y a los discursos al respecto, los países del G20 no adoptaron ninguna de esas propuestas. Han centrado la atención en las medidas anticíclicas destinadas a moderar la contracción, en lugar de en la reestructuración. Esa moderación, en sí misma, es digna de beneplácito, desde luego, pero las medidas adoptadas pueden estar retrasando la recuperación.
Gran parte del “estímulo” fiscal a los consumidores hace que las empresas mantengan a sus empleados en lugar de liberarlos para que se orienten hacia el sector de la exportación y la competencia con las importaciones, que están experimentando un gran desarrollo. Gran parte del estímulo destinado a los propietarios de viviendas está apuntalando los precios de la vivienda con unos niveles insostenibles, con lo que se está retrasando la absorción en la economía de los recursos excedentes en el sector de la construcción. Otra ronda de estímulo mundial, después de que la contracción se haya acabado o casi, haría subir los tipos de interés y disminuir la actividad inversora.
Las iniciativas estatales encaminadas a reconstruir la “infraestructura” –a substituir las menguantes inversiones privadas por inversiones estatales en atención de salud, control del clima y conservación de la energía– no tienen ese inconveniente, pero resultan discutibles como medio para la creación de puestos de trabajo. La inversión privada se ve sostenida por la innovación privada, que renueva las buenas oportunidades, pero, ¿se renovarían igualmente las buenas oportunidades para la inversión estatal? ¿Podrían las incertidumbres creadas por la entrada en semejante territorio desconocido hacer pagar un precio cuantioso a la actividad inversora privada?
Los gobiernos deben desechar la falsa ilusión de que, para conseguir la plena recuperación, basta con apretar botones. Desde el comienzo de las economías asombrosamente innovadoras que brotaron en el siglo XIX, el método probado y corroborado para obtener una gran prosperidad –para que haya una gran oferta de empleos atractivos y estimulantes– ha sido un sistema de empresa privada innovadora en el sector de los negocios.
Lo que los gobiernos deben hacer es “estimular” una economía innovadora, no kilómetros y kilómetros de carreteras, energía eólica y otros proyectos de construcción. La forma mejor de acortar la contracción es la de reestructurar la economía de tal modo, que recupere un nivel de normalidad superior.
El próximo diciembre, el Centro sobre el Capitalismo y la Sociedad se reunirá en Berlín, pocas semanas después de las conmemoraciones de la caída del Muro de Berlín. La reunión va encaminada a buscar formas de racionalizar y reforzar unas economías tambaleantes para que cuenten con el dinamismo que crea una gran prosperidad: abundancia de puestos de trabajo y gran satisfacción en el empleo.
Naturalmente, no se conocen todos los instrumentos para la creación de prosperidad, pero muchos sí. Es bueno disponer de un sector bancario dirigido por una diversidad de financieros sagaces y capacitados para reconocer proyectos de inversión innovadores y dispuestos a financiarlos. Es bueno disponer de un sector empresarial en el que los accionistas no sean víctimas de gerentes que actúen en provecho propio. Es malo que haya gestores de fondos que se deshagan de las acciones de una empresa, si no alcanza sus objetivos de beneficios correspondientes al próximo trimestre.
No obstante, el objetivo del gran dinamismo plantea un problema. A los mercados, por estar poblados por meros seres humanos, les cuesta averiguar dónde se encuentran las oportunidades de inversiones provechosas (por no hablar de las más provechosas). El conocimiento por parte de una empresa de los resultados futuros de un nuevo negocio es imperfecto, por no decir algo peor, y cuanto más innovadora sea la empresa, más imperfecta será cualquier comprensión por anticipado de su posible resultado.
El conocimiento por parte de un inversor de los resultados de la decisión de comprar tal o cual activo, financiero o real, es igualmente imperfecto. Además, lo que otros piensen –y, en particular, lo que hagan los rivales– puede tener grandes consecuencias en los resultados de una decisión y gran parte de lo que otros entienden y se proponen es privado y, por tanto, inaccesible. De modo que un dinamismo económico depende del suficiente número de personas dispuestas a actuar, pese a lo poco que saben.
Quienes, en la conferencia de Berlín y en otros ámbitos, intentamos reconstruir las economías para que adquieran un mayor dinamismo debemos hacerlo con conciencia de esas realidades económicas. Los poderes mágicos del mercado son limitados. Por fortuna, hay algunos preceptos e ideas en materia de políticas en los que los gobiernos harían bien en invertir su capital político, si quieren que se reanude la innovación y la prosperidad que la acompaña.
Un precepto ancestral es el de procurar no quebrantar la confianza de los inversores innecesariamente. Cuando John Maynard Keynes fue a ver al Presidente Roosevelt en plena Depresión, le aconsejó moderar la retórica antiempresarial del gobierno y, sin embargo, los gobiernos deben procurar también no infundir demasiada confianza a las empresas, pues podrían caer en la tentación de aumentar los márgenes comerciales y afectar a las ventas.
También la simplificación de las entidades financieras, en particular las que cuenten con un apoyo estatal implícito, debe desempeñar un papel en la reconstrucción de una economía dinámica. Las calificaciones que pretenden  tener en cuenta el “riesgo sistemático” pueden resultar tan peligrosas como las que no lo tengan en cuenta. Las empresas que trabajan con fondos especulativos y capital de riesgo y se aventuran con nuevos proyectos y los bancos mercantiles reconstituidos están en condiciones relativamente buenas para adoptar decisiones financieras que requieren juicio y capacidad para lanzarse a lo desconocido y hacerlo con un horizonte no dictado por los beneficios trimestrales.
También hay ideas para abordar los vaivenes especulativos, que pueden inducir a inversiones derrochadoras y una pérdida de la innovación. Sus “correcciones” pueden tener también costos: un desplome del negocio y una mayor pérdida de innovación.
Un marco conceptual –la economía del conocimiento imperfecto– recientemente ideado por un miembro del Centro, Roman Frydman, en colaboración con Michael Goldberg, muestra que los vaivenes excesivos de los precios de los activos se deben a la imperfecta comprensión por parte de los participantes en los mercados de las futuras recompensas de sus decisiones. Dicho marco brinda una lógica a la intervención normativa en los mercados de activos y también tiene consecuencias importantes para la forma como los reguladores deben calibrar y gestionar el riesgo financiero sistémico.
El análisis reconoce que a largo plazo el mercado logra mucho mejores resultados (aunque no perfectos) en materia de fijación de precios que los reguladores, pero constituye un alegato en pro de nuevas medidas, incluidos los “abanicos de orientaciones” sobre los precios de los activos y la variación conveniente de depósitos mínimos y necesidades de capital, para contribuir a moderar los excesivos movimientos de precios.
Recuperar un capitalismo que funcione bien puede ser como ascender por una montaña muy empinada, pero hay motivos para abrigar la esperanza de que esté a nuestro alcance.

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