12 noviembre, 2012

Lo que está a punto de suceder es importantísimo para el país. Leo Zuckermann

Tan pronto como esta semana, podríamos atestiguar un hecho clave para el futuro económico y político de México. Me refiero a la aprobación final de la reforma laboral en el Senado y la promulgación de dicha legislación por parte del Presidente. Se trata de un hito que podría marcar la posibilidad de que el país realice algunas reformas para incrementar su competitividad económica y de esta forma acelerar el crecimiento y generación de empleos.
El jueves pasado, los diputados sí trataron a la iniciativa presidencial en materia laboral como preferente y votaron los artículos que había modificado el Senado. Ahora le toca a la Cámara alta votar los cambios que hicieron los diputados y acordar la promulgación final de todos los artículos que quedaron aprobados y que son la gran mayoría de la reforma laboral. Al margen de lo que se ganará en materia de competitividad al haber flexibilizado la contratación y el despido de los trabajadores, más disposiciones que van a democratizar y transparentar en algo a los sindicatos, esta reforma mandará señales importantísimas a los inversionistas quienes, en este momento en que hay mucha liquidez en el mundo entero, podrían decidir invertir más dinero en México.


¿Cuáles serían esas señales?
La más importante es que este país comienza a moverse de nuevo. Después de 15 años de gobiernos divididos, en los cuales fue imposible aprobar una reforma estructural de gran calado, las cosas empiezan a cambiar en México. Con todas sus limitaciones, es un gran logro que los legisladores y el Presidente se hayan puesto de acuerdo para sacar una reforma en una materia —la laboral— que no ha sufrido modificaciones importantes algunas desde los años 70 del siglo pasado. De ninguna manera puede minimizarse este hecho, sobre todo para aquellos que hemos insistido en la necesidad de darle una mayor competitividad económica a México a través de reformas estructurales.
Y si pasó ahora una reforma laboral fue por ese nuevo y magnífico instrumento llamado “iniciativa presidencial preferente”. Ni tardo ni perezoso, Calderón utilizó este mecanismo para tratar de pasar, ya en las postrimerías de su sexenio, una reforma por la que luchó a lo largo de su gobierno. El Congreso ya no pudo archivar en un cajón la iniciativa presidencial como en el pasado. Estuvo obligado a dictaminarla y votarla en 60 días en ambas cámaras. La duda surgió cuando la cámara revisora mandó unos cambios de regreso a la de origen. Ahí surgió una controversia. Manlio Fabio Beltrones, coordinador de los diputados del PRI, interpretó el regreso como la pérdida del carácter preferente para convertirse en ordinaria. Extraña decisión, tomando en cuenta que las próximas 24 iniciativas presidenciales preferentes las enviará un Presidente emanado del PRI. De acuerdo con el propio Beltrones, Peña fue el que pidió aprobar la reforma laboral que Calderón había enviado como preferente. De esta forma, los priistas, en lugar de enfriar la reforma como habían prometido, procedieron a votarla de inmediato. Qué bueno porque la señal es que se mantiene el espíritu constitucional de darle al Presidente dos iniciativas por semestre que el Congreso tiene que votar en un plazo perentorio.
El tercer mensaje que se enviará es que está viva la alianza entre PRI y PAN para sacar adelante reformas económicas. Lo que demostraron los panistas en la reforma laboral es que su apoyo no será gratuito. A cambio de lo económico, solicitarán reformas políticas para fortalecer la democracia mexicana. Es lo que ocurrió en los años 90 cuando el país modernizó su economía y democratizó su régimen político.
En cuarto lugar está el asunto, tampoco menor, de que Peña sí convenció a los grupos internos de su partido de apoyar reformas que no les convenían. En el caso de lo laboral, las dirigencias sindicales que, a final del día, tuvieron que tragarse varios sapos. Peña demostró capacidad de llegar a acuerdos con los grupos de interés que han frenado reformas en el pasado.
Finalmente, por primera vez en varios años hay un sentimiento de que la democracia mexicana sí funciona para obtener resultados. Confieso que, por un momento, pensé que la reforma laboral se atoraría. En el camino hubo confusiones que me llevaron a dudar. Beltrones, por ejemplo, dijo que enfriaría la reforma. Luego afirmó que sí se aprobaría pero Calderón ya no la promulgaría porque para esas fechas estaría en “otro lugar mucho más tranquilo y cómodo”. Parecía que la política del hígado estaba prevaleciendo sobre la política del cerebro. Todo indica, sin embargo, que al final los corajes se dejaron a un lado y lo que prevaleció fue el profesionalismo de nuestros políticos, algo que tampoco debe menospreciarse.

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