Tan pronto como esta semana, podríamos atestiguar un hecho clave para
el futuro económico y político de México. Me refiero a la aprobación
final de la reforma laboral en el Senado y la promulgación de dicha
legislación por parte del Presidente. Se trata de un hito que podría
marcar la posibilidad de que el país realice algunas reformas para
incrementar su competitividad económica y de esta forma acelerar el
crecimiento y generación de empleos.
El jueves pasado, los diputados sí trataron a la iniciativa
presidencial en materia laboral como preferente y votaron los artículos
que había modificado el Senado. Ahora le toca a la Cámara alta votar los
cambios que hicieron los diputados y acordar la promulgación final de
todos los artículos que quedaron aprobados y que son la gran mayoría de
la reforma laboral. Al margen de lo que se ganará en materia de
competitividad al haber flexibilizado la contratación y el despido de
los trabajadores, más disposiciones que van a democratizar y
transparentar en algo a los sindicatos, esta reforma mandará señales
importantísimas a los inversionistas quienes, en este momento en que hay
mucha liquidez en el mundo entero, podrían decidir invertir más dinero
en México.
¿Cuáles serían esas señales?
La más importante es que este país comienza a moverse de nuevo.
Después de 15 años de gobiernos divididos, en los cuales fue imposible
aprobar una reforma estructural de gran calado, las cosas empiezan a
cambiar en México. Con todas sus limitaciones, es un gran logro que los
legisladores y el Presidente se hayan puesto de acuerdo para sacar una
reforma en una materia —la laboral— que no ha sufrido modificaciones
importantes algunas desde los años 70 del siglo pasado. De ninguna
manera puede minimizarse este hecho, sobre todo para aquellos que hemos
insistido en la necesidad de darle una mayor competitividad económica a
México a través de reformas estructurales.
Y si pasó ahora una reforma laboral fue por ese nuevo y magnífico
instrumento llamado “iniciativa presidencial preferente”. Ni tardo ni
perezoso, Calderón utilizó este mecanismo para tratar
de pasar, ya en las postrimerías de su sexenio, una reforma por la que
luchó a lo largo de su gobierno. El Congreso ya no pudo archivar en un
cajón la iniciativa presidencial como en el pasado. Estuvo obligado a
dictaminarla y votarla en 60 días en ambas cámaras. La duda surgió
cuando la cámara revisora mandó unos cambios de regreso a la de origen.
Ahí surgió una controversia. Manlio Fabio Beltrones,
coordinador de los diputados del PRI, interpretó el regreso como la
pérdida del carácter preferente para convertirse en ordinaria. Extraña
decisión, tomando en cuenta que las próximas 24 iniciativas
presidenciales preferentes las enviará un Presidente emanado del PRI. De
acuerdo con el propio Beltrones, Peña fue el que pidió aprobar la reforma laboral que Calderón
había enviado como preferente. De esta forma, los priistas, en lugar de
enfriar la reforma como habían prometido, procedieron a votarla de
inmediato. Qué bueno porque la señal es que se mantiene el espíritu
constitucional de darle al Presidente dos iniciativas por semestre que
el Congreso tiene que votar en un plazo perentorio.
El tercer mensaje que se enviará es que está viva la alianza entre
PRI y PAN para sacar adelante reformas económicas. Lo que demostraron
los panistas en la reforma laboral es que su apoyo no será gratuito. A
cambio de lo económico, solicitarán reformas políticas para fortalecer
la democracia mexicana. Es lo que ocurrió en los años 90 cuando el país
modernizó su economía y democratizó su régimen político.
En cuarto lugar está el asunto, tampoco menor, de que Peña
sí convenció a los grupos internos de su partido de apoyar reformas que
no les convenían. En el caso de lo laboral, las dirigencias sindicales
que, a final del día, tuvieron que tragarse varios sapos. Peña demostró capacidad de llegar a acuerdos con los grupos de interés que han frenado reformas en el pasado.
Finalmente, por primera vez en varios años hay un sentimiento de que
la democracia mexicana sí funciona para obtener resultados. Confieso
que, por un momento, pensé que la reforma laboral se atoraría. En el
camino hubo confusiones que me llevaron a dudar. Beltrones, por ejemplo, dijo que enfriaría la reforma. Luego afirmó que sí se aprobaría pero Calderón
ya no la promulgaría porque para esas fechas estaría en “otro lugar
mucho más tranquilo y cómodo”. Parecía que la política del hígado estaba
prevaleciendo sobre la política del cerebro. Todo indica, sin embargo,
que al final los corajes se dejaron a un lado y lo que prevaleció fue el
profesionalismo de nuestros políticos, algo que tampoco debe
menospreciarse.
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