Es verdad, la legalización de la mariguana con fines recreativos en
Colorado y el estado de Washington, lo mismo que su venta para uso
“medicinal” en otros 17 estados de la Unión Americana, cambia el
paradigma sobre el consumo de drogas y el panorama respecto a su futura
legalización en Estados Unidos e incluso en México. Pero no deja de
abrumar la simplificación extrema con que se trata ese tema, por lo
menos en buena parte de la clase política y de los analistas, como si la
legalización de las drogas supusiera el fin de un problema cuando, en
muchas ocasiones, pudiera hacerlo aún mucho más complejo.
Algunos criterios que tendrían que ser básicos para atender este
problema. Primero y principal, asumir que la decisión sobre legalizar o
no una droga tiene que ser, sobre todo, de los especialistas en salud
pública y adicciones, que son los menos consultados al respecto.
¿Contribuye a la salud pública del país legalizar la mariguana u otras
drogas?, ¿permite regular mejor el consumo de esa droga o genera un
crecimiento de su consumo utilizando la mariguana como trampolín para
otras drogas? De los efectos perniciosos de la mariguana, que obviamente
existen, se podrá argumentar que son similares a los del tabaco o el
alcohol, y es verdad. Pero paradójicamente estamos tratando de regular
mucho más el consumo de esos productos, al mismo tiempo que queremos
añadir otro, igual de pernicioso que, no debe olvidarse, su producción,
distribución y comercio está en manos de grupos criminales. ¿Concluirá
esa participación? No, por la sencilla razón de que si se reglamenta la
venta de mariguana a mayores de 21 años, como se propone en Colorado o
Washington, el comercio ilegal se centrará precisamente en el sector que
debería preocuparnos, que no son los adultos, sino los niños y jóvenes
que hoy utilizan la mariguana como trampolín en su consumo hacia drogas
más duras.
Se dirá que por eso mismo se debe regular su venta. También es
verdad, pero, ¿alguien cree que, por ejemplo, las regulaciones sobre
venta de tabaco y alcohol a jóvenes menores de edad se cumplen tan
estrictamente como, por ejemplo, en Estados Unidos?
Segundo punto. En el sentido anterior: la legalización o no de la
mariguana no puede ser entendida como un tema de seguridad, sino de
salud pública. En términos de seguridad es simplemente falso que
mejorará con la legalización de la mariguana. Por una parte, porque los
grupos criminales no se “legalizarán” (¿o alguien está pensando en la
creación de Zetas o Chapo, S. A?), porque su
negocio real va mucho más allá de la mariguana. Incluye sobre todo las
otras drogas (cuya legalización no está a debate ni en México ni en
Estados Unidos), el secuestro, la extorsión, la trata de personas, el
contrabando y muchas otras actividades que son las que están generando
la ola de violencia que vive el país: los 60 mil o más muertos que hemos
visto en estos años no se deben a la venta de mariguana: seguramente
ese factor es un componente más de toda la ecuación, pero pensar que
legalizando la mariguana ese problema desaparecerá o disminuirá es
falso. Es más, la mariguana hace tiempo que ya no es el principal
productor de utilidades del crimen organizado aunque sea muy importante
en ciertos grupos. En síntesis, se puede o no legalizar la mariguana por
razones sociales, por cambio de paradigmas culturales o por salud
pública, pero es falso, y sería un error enorme, hacerlo pensando que
con ello se solucionan los verdaderos problemas de seguridad pública e
interior.
Tercer punto. No somos Estados Unidos ni Portugal ni Holanda ni
Uruguay: no lo somos ni demográficamente ni por nuestra estructura
social ni tampoco por calidad de vida o márgenes de pobreza y
desigualdad. El análisis sobre la conveniencia o no de la legalización
de la mariguana debe hacerse de acuerdo con nuestras realidades,
exigencias y necesidades, no extrapolando ejemplos que poco tienen que
ver con nosotros. No hay una sola zona en Colorado o Washington que
recuerde Chalco o Ecatepec; la población de Uruguay cabe en una
delegación del DF; la calidad de vida de Holanda es una de las más altas
del mundo. El tema es serio e involucra aspectos sociales, educativos,
de salud pública, de productividad, incluso de seguridad. Demos la
discusión pero hagámoslo con especialistas y huyendo de simplificaciones
tan extremas que bordan el camino del absurdo.
Y un cuarto punto: un grupo de expertos de y en México están a punto
de lograr “vacunas” que bloquean los centros de adicción de drogas como
la mariguana, la cocaína, el tabaco. Les faltaba un millón de dólares
para concluir sus pruebas que les terminarían dando a nuestro país
patentes mundiales para esas vacunas. El presupuesto final, simplemente,
se les negó. Están buscando empresas que los apoyen. Más allá de la
legalización, ¿no tendríamos que invertir y apostar más a ese tipo de
prevención? ¿No está allí la solución real?
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