Las que vienen serán las 100 horas más delicadas del proceso de transición. El poder presidencial, el de Felipe Calderón,
obviamente ha menguado. El Presidente está en el proceso de salida y de
despedida, de la gente y de sus colaboradores, y en la preparación de
su futuro político, familiar y personal. El Presidente electo está en
medio de la tarea más compleja: armar el andamiaje sobre el cual
sustentará su gobierno, sabiendo, además, que buena parte del mismo se
basará en un gabinete que, si no genera expectativas, tendrá un costo
muy alto para el inicio de su administración.
Aceptadas las reformas constitucionales a la administración pública,
la Secretaría de Gobernación asumirá las áreas de seguridad pero las
mismas no ocuparán una mera subsecretaría: serán una suerte de espacio
político y administrativo que tendrá vida propia pero que estará bajo la
burbuja de un ministerio del interior con múltiples brazos. Pocas dudas
quedan de que esa posición le corresponderá a Miguel Ángel Osorio,
el ex gobernador de Hidalgo que, desde hace mucho tiempo, mucho antes
de la campaña presidencial, se convirtió en el principal operador en el
terreno político de Peña Nieto. Osorio
tiene todos los atributos necesarios para cumplir con esa
responsabilidad pero dependerá, también, de los colaboradores que elija
para que lo acompañen.
En la Subsecretaría de Gobierno se menciona a uno de los amigos y viejos colaboradores muy cercanos a Peña Nieto, el mexiquense Luis Miranda.
Para la muy amplia y compleja área de seguridad pública han trascendido
muchos nombres, pero en las últimas horas se ha hablado con insistencia
del regreso del general Rafael Macedo de la Concha. No se ha confirmado esa posibilidad, pero Macedo
es, sin duda, un hombre que conoce, que trabajó bien en la Procuraduría
y que puede servir como enlace entre distintos ámbitos de gobierno que
hoy parecen muy distantes entre sí en el Gabinete de Seguridad.
Habrá que ver quiénes estarán al frente de la Defensa y la Marina
Armada (dos designaciones que siempre se mantienen en suspenso hasta la
última hora), pero debería haber claridad de que todos los nombramientos
en las áreas de seguridad recibirán, aunque ello se suela negar
oficialmente, una opinión basada en la información y la inteligencia de
Estados Unidos. Nadie estará confirmado antes de que se cuente con un
visto bueno en ese ámbito. Y no se trata de una violación a la
soberanía: simplemente es una condición necesaria para emprender una
labor que tiene innumerables hilos entretejidos a ambos lados de la
frontera. Casualmente hoy estará en Washington el presidente electo Peña Nieto, para encontrarse con Barack Obama. Recuerdo, por ejemplo, lo importante que fue esa primera visita previa al inicio de los sexenios de Ernesto Zedillo y de Felipe Calderón. Fui como invitado de prensa al viaje de Zedillo, a principios de noviembre, si mal no recuerdo a Houston, donde se encontró con Bill Clinton.
Nadie sabe qué platicaron, pero en el vuelo de regreso el tema era la
relación con la delincuencia organizada del hombre que hasta ese momento
se presentaba como una víctima política y familiar de un crimen
terrible: Mario Ruiz Massieu, que pasó de ser el investigador del asesinato de José Francisco a convertirse en un sospechoso del mismo. Ese día, de muchas formas, cambió hasta el perfil de quienes colaborarían con Zedillo en su gobierno en esas áreas.
Con Felipe Calderón, las consultas informales fueron
muchas, pero previendo lo que vendría, fueron particularmente intensas
en ese ámbito. Hasta unas horas antes de su designación, no se
mencionaba para la Defensa y la Marina, ni al general Galván ni al almirante Saynez. Y evidentemente se confirmó, antes de su designación, que las relaciones institucionales de García Luna con sus homólogos en Washington eran buenas y fluidas. En seguridad, sobre todo, mucho depende de esa visita.
En el tema de la seguridad, pero con una lógica mucho más interna, ya está confirmada la designación de Jesús Murillo Karam,
otro muy experimentado político que puede convertirse, por su perfil y
experiencia, en un procurador que efectivamente haga que la PGR se mueva
hacia los objetivos que no ha alcanzado en mucho tiempo. Pero además Murillo
puede garantizar mecanismos de control eficientes en distintos ámbitos.
Me lo imagino como una suerte de contralor político interno en ese
equipo.
Para nadie quedan dudas de que Luis Videgaray será
mucho más que un secretario de Hacienda; será en los hechos una suerte
de zar en el terreno económico, con enorme influencia en la operación y
en las reformas pendientes. Se asegura que Eduardo Medina Mora será el próximo canciller; que Pedro Joaquín Coldwell, el secretario de Energía; que Aurelio Nuño estará en la Oficina de la Presidencia; que Rosario Robles llegaría a la Sedesol. No se sabe, hoy, qué de todo eso está confirmado.
Lo único cierto es que en estas 100 horas se definirá en buena medida el futuro de un sexenio.
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