El inicio de la administración de Peña Nieto se dio
con un ritmo de vértigo. La toma de protesta, a pesar de los desmanes de
grupos de provocadores cuyo liderazgo real va bastante más allá de
desconocidos grupos anarquistas, fue una ceremonia que volvió a
acercarse a la formalidad necesaria en este tipo de actos protocolarios;
el discurso en Palacio Nacional estuvo en la letra marcado por lo
programático, pero en las formas y la asistencia, poblado de señales. Un
día después, la firma del Pacto por México terminó de otorgar un
espacio real a los programas y de establecer las bases con miras a
lograr mayorías legislativas para los mismos.
Quizás ha habido tanto que se han leído mal algunas señales. La
primera es la claridad con que el gobierno ha decidido no buscar
confrontaciones gratuitas, al contrario, ha trabajado intensamente para
buscar acuerdos. Si el líder del PRD, Jesús Zambrano,
tenía dudas sobre la firma del Pacto por la oposición interna en el PRD,
la violencia impulsada por grupos radicales, muchos de ellos
relacionados con el Morena (los grupos anarquistas no pagan 300 pesos
para manifestarse, no pintan consignas recordando a Marx ni entre ellos
se puede ver nada menos que a Ignacio del Valle), y el contenido tanto del discurso de Peña
como el del Pacto, lo llevaron a firmarlo y, a partir de ahí,
establecer su línea para dar la lucha a los grupos internos más
radicales, que se confrontarán en dos semanas en la reunión nacional del
partido. Según Zambrano, el desplegado de apoyo que
recibió el líder perredista y la buena recepción ciudadana al Pacto y
los acuerdos, lo llevaron a asumir la confrontación. Puede ser, ojalá lo
sea, el momento de las definiciones en el PRD.
Otro capítulo que se ha leído mal es el de las confrontaciones. Peña
no se ha planteado una confrontación ni con los grandes medios de
comunicación ni con las empresas por los regímenes especiales ni tampoco
con Elba Esther Gordillo y el SNTE. Concesionar dos
cadenas de televisión era algo que ya estaba “descontado”; todo mundo se
ha preparado para ello e incluso ya se había anunciado durante la
administración de Calderón: el punto es ver cómo se
concesionarán y como quedará todo el andamiaje de ese estratégico
sector, comenzando por la digitalización y la apertura de otros
sectores, más allá de la televisión, como la telefonía y las redes.
Todas las grandes empresas son conscientes de que se acabarán los
regímenes especiales; el punto es saber cómo, de qué manera y cómo se
engarzará eso con el resto de la reforma hacendaria. Acabar con todos
los regímenes especiales y no establecer mecanismos claros que
disminuyan la carga del ISR y el IETU, y sin simplificar el sistema en
general, no tendrá resultados.
En el caso del magisterio, me asombra el equívoco en que han caído
muchos analistas que creo que están expresando más sus deseos que
leyendo la realidad: el SNTE y, por ende, Elba Esther Gordillo, están a favor de la carrera magisterial y, por lo tanto, de los mecanismos que propone Peña
para erradicar las plazas hereditarias, su venta y ocupación por
personas no preparadas. El último congreso del SNTE fue bastante
explícito al respecto. El que mantiene todos esos mecanismos es la
Coordinadora, sobre todo en Michoacán y Oaxaca; también Guerrero y parte
de Chiapas. Subsisten en algunas otras partes, pero Peña no tendrá problemas en el apoyo del sindicato en esos temas. La relación personal de Emilio Chuayffet con Elba Esther
sí ha sido mala en muchas oportunidades pero, como se ha dicho, los dos
son políticos profesionales y deberán ponerse de acuerdo. El argumento
de que a Gordillo la castigará el nuevo gobierno por ser aliada de Felipe Calderón es ridículo: la relación de Gordillo y el presidente Peña es particularmente buena y Nueva Alianza es uno de los aliados firmes del PRI en el Congreso. No descarte incluso que Gabriel Quadri se integre al equipo de Peña.
Lo que sucede es que algunos leen muy mal los escenarios reales: lo que hizo Peña
con estas medidas, en los tres ámbitos, es ir poniendo diques con
grupos muy poderosos que le sirven, a su vez, como espacios de
negociación con ellos. Pero no está planteando un ataque, salvo que no
haya reciprocidad, en contra de ninguno de ellos.
En otras palabras, la administración de Peña Nieto
utiliza un mecanismo que ha sido más que tradicional en la vida del
priismo: ofrecer una mano a amigos y aliados para encontrar puntos
comunes de avance (que puede incluir la designación de integrantes de
otros partidos sobre todo en el gabinete ampliado) y desechar (y
castigar políticamente) a quienes intenten chantajearlos o provocarlos.
Nadie inventa el hilo negro en estos temas: la diferencia es que hay que
saber hacerlo políticamente permitiendo crecer a los primeros y
aislando a los segundos
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