Las dos primeras semanas de
Enrique Peña Nieto como Presidente han sido una ráfaga. De acciones y
comunicación política. Como un ejército que despliega sus divisiones,
comenzó con la restauración, no del PRI sino de la institución
presidencial en Palacio Nacional al regresar a lo sobrio y olvidar lo
casual. Algunos extrañan la informalidad de Vicente Fox que al celebrar
desde el balcón del Palacio la primera noche, se bajó a cantar con
Mijares, que amenizaba el festejo. Otros la de Felipe Calderón, que
invertía tiempo para saludar de mano a todo aquél que podía, en una
relación menos formal y mucho más fraterna de lo que su conducción
gubernamental mostraba. Pero los más, aprecian el cambio.
Peña Nieto no fue a un teatro a compartir memorias con magos y cantantes
para dar su primer mensaje político a la Nación. Tampoco hizo de su
primer día de gobierno una fiesta familiar. Comió con su gabinete y por
la noche tuvo su primera cena de Estado con todos los dignatarios
invitados. Al día siguiente, domingo, a hacer por lo cual la mayoría de
los votantes lo eligieron: gobernar.
La forma como inició Peña Nieto se asemeja al inicio de gobierno de
Carlos Salinas. Rápido y sin perder el tiempo, en busca de resultados.
Peña Nieto no llegó con la ilegitimidad de Salinas, por lo cual no
necesita sacrificios de sus aliados. Pero llega con el mismo sentido de
apremio, que rubrica sus primeros días. Su ejército es como una división
Panzer que arrasa al enemigo, que es lo que políticamente está haciendo
Peña Nieto con sus adversarios políticos.
La oposición debe detenerse a pensar cómo están actuando y reaccionan
ante el nuevo gobierno. Hasta ahora se están equivocando porque sus
categorías de análisis son anacrónicas. Se creyeron su propia propaganda
de que Peña Nieto era Salinas, que el PRI de hoy es el de ayer, y que
20 años de evolución en México no son nada. Si los protocolos y las
formas se parecen, los fondos, como el País, son totalmente diferentes.
Ante ellos está un Presidente que celebró su primer día en el gobierno
con señorío. Pero al segundo comenzó la operación política intensa y
masiva. Presidió la firma del Pacto por México, donde accedió a las
exigencias del PRD y el PAN, muchas impulsadas por sus candidatos
presidenciales, para construir el consenso nacional. Pero la oposición,
sin reaccionar, no se colgó las medallas –como lo hicieron Carlos
Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos cuando dijeron que su
respaldo a Salinas obedecía a que gobernaba con el programa del PAN- que
merecían –como el PRD, donde más del 60 por ciento de sus propuestas
están en el Pacto-, sino quedaron sepultados en la avalancha
comunicacional de Los Pinos.
La embestida de comunicación política no paró. Todos los días hubo
nombramientos y comenzó a tomar forma el gobierno. Los secretarios
dieron conferencias de prensa escalonadas, algo impensable en gobiernos
anteriores. El propio Presidente platicó en su primera gira con la
prensa que lo acompañaba en el avión y luego, en un hecho inédito, les
sirvió de guía por el despacho presidencial de Palacio Nacional, al que
volvió a ocupar después de sexenios de abandono institucional.
En dos semanas no dejó de impactar Peña Nieto y su gobierno en los
medios, y la prensa no pudo obviar la pregunta sobre el contraste con
sus antecesores. "No gobierno con el espejo retrovisor", atajó el
Presidente. Juego de palabras, que choca en los hechos. Por ejemplo, al
Padre Alejandro Solalinde, que acosó el gobierno de Calderón, lo
reconoció como luchador por los derechos humanos. Eliminó del discurso
los muertos y las drogas, los cárteles, los apodos y la violencia, que
al caminar en ausencia con la actividad desarrollada, cambió
instantáneamente la percepción nacional del País aunque, en la realidad,
en dos semanas, no cambió nada de fondo.
Los primeros días de Peña Nieto han sido avasalladores, y la oposición
no puede dejar de ser el contrapeso indispensable. Pero tienen que
modificar sus formas de analizar al Presidente y desarrollar nuevas
tácticas y estrategias. Si no entienden que sus analogías al pasado son
obsoletas, no entenderán nada quienes deben ser los interlocutores del
poder, terminaran convertidos en comparsas del presidente Peña Nieto, al
cual, se les criticar, no pudieron decodificar.
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