06 enero, 2013

Del llanto de Betancourt al Chávez de 2007, ningún mandatario ha faltado a la toma de posesión

Venezuela

Foto: Composición Noticias24
(Caracas, 06 de enero. Noticias24) – Este domingo, el diario El Nacional realizó un análisis histórico sobre “las tomas de posesión de los presidentes venezolanos de la era democrática”, en el que sostiene que “del llanto de Betancourt al Chávez de 2007, ningún mandatario ha fallado a la cita“.
Asimismo, el texto manifiesta que “sólo Carlos Andrés Pérez, en su segundo mandato, cambió la locación de la ceremonia, pero ningún mandatario ha faltado a la fecha”.
Además, agrega que “las tomas de posesión son también el termómetro de un país. Definen la nación recibida y la que se aspira a construir. No son meras escenografías ni fechas inalámbricas de carácter decorativo”.
A continuación el artículo publicado por el medio:


Rómulo Betancourt lloró. El 13 de febrero de 1959, en el Hemiciclo de la Cámara del Senado, mientras escuchaba a su amigo y presidente del Congreso, Raúl Leoni, leer el discurso antes de la imposición de la banda, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas. El 23 de enero del año anterior había finalizado la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez y, después de meses de negociada transición y aún con la fatiga de los duelos sobre la espalda, se juramentaba un presidente electo por voluntad popular. Entonces, Betancourt –sentado a la derecha de Leoni– lloró.
“Lo juro”, dijo a las 12:10 pm, de pie y con la mano derecha sobre la Constitución de la República. El saludo del discurso de Betancourt hizo énfasis en la relevancia de la fecha de la toma de posesión como mandato expreso en las normas.
“Ciudadanos congresantes: En respetuoso acatamiento de lo dispuesto por el soberano Congreso que fijó la fecha de hoy para la iniciación del régimen constitucional, acabo de jurar que cumpliré y haré cumplir fielmente la Constitución y las leyes, en ejercicio de la Presidencia de la República”, dijo al asumir la primera magistratura durante el período 1959-1964, después de las elecciones del 7 de diciembre anterior.
Betancourt recibió la banda insignia que portaba Edgar Sanabria, presidente de la Junta de Gobierno saliente. Eran tiempos de pedir avenencia, reconciliación y lenguaje común entre civiles y militares. Betancourt también lo hizo durante su discurso: “La unidad nacional que ayer contribuyó a erradicar la dictadura y a garantizar el tránsito hacia la constitucionalidad, se requiere ahora con similar urgencia para organizar el país sobre bases estables y justicieras”.
En la esquina inferior derecha de la primera página de El Nacional donde se reseñó la toma de posesión, un titular dejó un registro para la historia: Fidel Castro, primer ministro.
Tras la renuncia del gabinete en pleno del presidente Manuel Urrutia, el líder de la revolución cubana que se inició el 1° de enero de 1959, Castro asumiría el cargo. Las noticias daban cuenta del destino paralelo de dos naciones: Venezuela, iniciando una tradición democrática que duraría más de medio siglo, y Cuba, en el preludio de lo que se convertiría en una dictadura sin fin.
Las tomas de posesión son también el termómetro de un país. Definen la nación recibida y la que se aspira a construir. No son meras escenografías ni fechas inalámbricas de carácter decorativo. Cinco años después, en 1964, se reencontrarían en una de ellas los dos pares de anteojos en el mismo Congreso Nacional. Esta vez Betancourt le pasaba la banda a Leoni, el presidente electo de Venezuela hasta 1969.
El 11 de marzo, a las 10:45 am, tomó juramento el primer presidente electo por voluntad popular en la historia de Venezuela que recibía la banda tricolor de otro elegido por voto directo. “Hay dos tomas de posesión que para mí son muy significativas.
La primera es la de Leoni, porque no sólo fue un civil electo democráticamente, sino que el mandato se lo entregó otro civil electo democráticamente. Hasta ese momento, todos los presidentes civiles habían sido derrocados. No es anecdótico. Y la del primer gobierno de Caldera, cuando un civil le entrega a otro civil de oposición. Eso no había pasado nunca, porque la oposición había llegado al poder por las armas o por golpes de Estado”, señala el historiador Tomás Straka.
“Mantener y sostener el mandato recibido” fue una de las promesas estructurales de la propuesta de gobierno que Leoni delineó en sus primeras palabras. La clave que atravesó el mensaje fue la continuidad. También tuvo palabras para reprochar a la guerrilla financiada desde el Gobierno de Cuba, al que llamó “la subversión comunista dirigida, alentada y financiada desde la martirizada patria de José Martí”. Eran tiempos de hablar de partidos extremistas, prohibidos e inhabilitados. Entre el público que escuchó su alocución de 56 minutos estaban los ex presidentes Rómulo Gallegos y Eleazar López Contreras.
Llegó Copei. “Frente al hampa no hay posibilidad de tregua”, dijo el copeyano Rafael Caldera el 11 de marzo de 1969 durante su investidura como Presidente que recibía el poder de manos de un adeco. El tema de la inseguridad llegaba a escenarios solemnes. También el de la pobreza: “Atender el clamor de los barrios populares será una prioridad inmediata”.
Una década después del fin de la dictadura, mejor encaminados los objetivos nacionalistas y mejor tonificado el músculo de la convivencia política, el atraso de la realidad social venezolana asomaba su rostro pálido. Caldera, durante su discurso de 28 cuartillas, no desatendió el asunto. “Siempre he pensado que la primera riqueza de Venezuela es su riqueza humana. Por encima del petróleo y del hierro”, dijo el nuevo mandatario que recibió mensajes de felicitación de Richard Nixon y de Tito, presidentes de Estados Unidos y de la antigua Yugoslavia, respectivamente.
Como una tromba recorrió a pie el trayecto entre el Palacio Federal y el Panteón Nacional. Vestía paltó levita, camisa blanca y corbata gris. El 12 de marzo de 1974 Carlos Andrés Pérez se juramentó como Presidente de Venezuela en una jornada alegórica a su enérgico eslogan de campaña: “Ese hombre sí camina”. Izó la bandera en la plaza Miranda, asistió a un Tedeum en la Catedral, visitó el Hospital de Niños y el Cementerio General del Sur –para un tributo a Leonardo Ruiz Pineda–, y regresó a Miraflores para designar a los gobernadores. Antes, se había juramentado en el Congreso delante de representantes de 85 países.
El cabo social dejado por Caldera fue engarzado por el vigor de Pérez. “El período que me corresponde conducir como jefe del Estado debe ser el comienzo de una era de auténticas realizaciones populares que hagan posible la democracia económica y social”. También se apropió del discurso petrolero: “La nacionalización del petróleo no es retórica, es un plan de acción. América Latina es nuestra patria y nuestro petróleo también tiene que concurrir en la elaboración de la política internacional”.
Con mucho menos ímpetu y entusiasmo llegó Luis Herrera Campins el 12 de marzo de 1979 al Congreso. La ceremonia, que duró 90 minutos, fue televisada a color en todo el país. “Recibo una Venezuela hipotecada”, “concluyó el tiempo del gasto administrativo alegre”, “vamos a revisar la política de precios”, fueron de las líneas menos optimistas, cuatro años antes del Viernes Negro que cambió para siempre el ánimo del país. La euforia de Pérez comenzaba a ser una deuda interna.
“Asimilaremos esta lección que nos condena a años de penitencia”, aseguró Jaime Lusinchi el 2 de febrero de 1984 y continuó con otros lamentos acordes con la economía nacional: “Me propongo decir la verdad en todas las instancias”, “pido no me dejen ser un pobre poderoso solitario”, “no vengo a prestar juramento con la arrogancia de un triunfador”.
En un mea culpa anticipado, casi una ranchera, se convirtió la alocución del dirigente adeco. Su honestidad verbal, sin embargo, recibió recompensa: en un discurso de 50 minutos fue aplaudido 24 veces.
De utilería. Y, de nuevo, Pérez. Pero no estaba solo: Jimmy Carter, Felipe González, Mario Soares, Virgilio Barco, Daniel Ortega, Gabriel García Márquez, Enrique Iglesias y Fidel Castro en su primera visita a Latinoamérica después de 30 años (“la reanudación de las relaciones diplomáticas con Venezuela es un hecho”, dijo); además, 2.400 butacas que se quedaron cortas, 200 corderos, 24 piernas de res y 1.200 botellas de whisky.
Mirtha Rivero en su libro La rebelión de los náufragos hizo la lista de personalidades y de supermercado de la toma de posesión de CAP en su segundo período, que fue bautizada como “la coronación”.
“El 2 de febrero de 1989 el escenario semihexagonal de 900 metros cuadrados de la Sala Ríos Reyna fue ocupado casi en su totalidad por una réplica del estrado del Senado. Para que pareciera aunque no fuera. Todos los partidos políticos habían consentido en cambiar la locación y fue por eso que Carlos Andrés Pérez, el séptimo presidente constitucional de la Venezuela democrática, se juramentó ante una tribuna de utilería.
Era la primera vez que una gala semejante se realizaba en un lugar diferente al viejo edificio del Palacio Federal que, en esa fecha, no pudo oficiar como tal por falta de aforo”, detalla Rivero. Visto el destino del mandatario y el estado de descomposición del país durante y después de su gestión, el hemiciclo de utilería que reseña Rivero terminó siendo un espejo inevitable del país.
“Este es el día más bello de mi vida, entregar el mandato en tan buenas manos”, dijo Ramón J. Velásquez, Presidente designado por el Congreso entre 1993 y 1994 tras la destitución de Pérez, cuando pasó el relevo a Caldera, en su segundo período, apoyado por una particular adhesión de partidos que se conoció como “el chiripero”.
Era el 2 de febrero de 1994 y ya Hugo Chávez era un actor en la trama novelada de política nacional. A él le tocaría jurar el 2 de febrero de 1999. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela dice que deberá volver a hacerlo el próximo 10 de enero. Del llanto de Betancourt al Chávez de 2007, ningún mandatario ha fallado a la cita.

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