El mexicano enojado
Román Revueltas Retes
Cuando navegaba por los foros de discusión que aparecen en la
edición digital de este diario (cosa que ya no hago, por instrucciones directas
de mi amigo Luis González de Alba) me resultaba muy llamativo —más allá de lo
desagradable que es frecuentar ámbitos donde brota inconteniblemente la más
desenfrenada vulgaridad y de constatar la pobreza de unas argumentaciones, si
es que las podemos llamar así, sustentadas puramente en insultos, ofensas y
agresiones—, me resultaba muy llamativo, repito, luego de una de mis poco
digeribles y acostumbradas parrafadas, el colosal enojo que parecía llevar
en las tripas alguna gente, ese enfado y esa cólera que, por más que la
podamos entender porque la vida es muy dura para muchas personas, no deja de
ser algo esencialmente sorprendente.
Hace
algunos días escribía sobre el individuo permanentemente inconforme, una
subespecie hecha de ciudadanos a los que nada puede proponérseles sin que
expresen su automático rechazo; pues bien, ahora toca, diría yo, hacer el
retrato del mexicano que no solo se opone a todo sino que le brota una rabia
incontenible y tan potencialmente destructiva como posibles fueren los
espacios donde la pudiera no solo expresar sino hasta actuarla, es decir,
transformarla finalmente en vandalismo y barbarie.
Supongo que los enmascarados que saquean locales comerciales y
rompen las vitrinas en las calles son la expresión más extrema de este fenómeno
social. Porque, en efecto, de eso se trata, de una suerte de tendencia
colectiva que se manifiesta de manera creciente en nuestras sociedades y
que resulta de todos esos agravios, reales o imaginarios, que los individuos
van absorbiendo a lo largo de una existencia que, por lo que parece (y visto,
justamente, su nivel de enojo), no les brinda demasiadas satisfacciones.
El ciudadano rabioso no ha tenido suerte ni mayores
oportunidades; la vida no le ha sido justa y su futuro no es tampoco muy
prometedor. Le queda, entonces, su enojo y, como promesa, ese “estallido
social” que tanto fascina a los izquierdosos. Ni modo…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario