Raíces del éxito populista
Por Enrique Fernández García
El populismo es la democracia
de los ignorantes. Fernando Savater
La conquista del poder político está, con regularidad, marcada por una
lógica que se debe reprobar. Según observo, cuando la mayoría de los ciudadanos
no tienen una posición que sea favorable al sistema democrático, el triunfo del
candidato más dañino es tan posible cuanto frecuente. Pueden cometer descomunales
irracionalidades, encabezar un régimen que, sin pudor, irrespete los derechos fundamentales
y, entre otras atrocidades, liquidar todo pluralismo; no obstante, en varios
países, los populistas mantienen inalterable su capacidad de seducir al
electorado. Esto podría ser comprensible si fuera el producto de un extraordinario
engaño, una propaganda que hubiese perturbado la sensatez del votante; lo
desconcertante es repetir casi fervorosamente esa tontería. Porque, tal como lo
demuestran algunas sociedades en Latinoamérica, los mortales que quieren
arrojarlas al abismo son dignos de su venia. El supuesto interés que tienen en obreros,
campesinos e indígenas los eximiría de cualquier cuestionamiento en torno a su
conducta.
La ignorancia posibilita que un Estado sea dirigido por demagogos y
obtusos representantes del izquierdismo. Se desconoce que, en las diferentes
épocas, existieron personas con ofrecimientos similares, hombres capaces de
prometer la restauración del paraíso por unos cuantos votos. Infaliblemente,
cuando llega el momento de gobernar, la realidad evidencia cuán inconducentes son
sus ideas. Para incrementar el bienestar de los individuos, es insuficiente
elogiar al ciudadano, subrayando virtudes que, en general, las personas no
tienen. Ninguna de las alabanzas servirá para realizar aquellos cambios que demanda
el progreso. Es razonable que, entre las clases populares, caiga simpático quien
anuncie terminar con la desigualdad en el campo económico, quebrantando
postulados del liberalismo. Atacar a sectores acaudalados puede ser fértil conforme
a los afanes del proselitismo, pues muchos sujetos están subyugados por la
envidia; empero, esos desvaríos igualitarios agravan siempre el problema.
Cuando nuestras acciones provocan consecuencias negativas, no hay nada
más sencillo y tranquilizador que atribuir a otro la responsabilidad que
deberíamos afrontar solos. Los pretextos crecen junto con el grado de inmadurez
que se tenga. La presencia de un obstáculo en el camino bastaría para no
continuar marchando; los demás habrían optado por perjudicarnos, paralizando
ese avance. Por ello, si las malas experiencias son útiles sólo para registrar
confabulaciones, apoyar al que secunde nuestro disparate resulta entendible. La
paranoia encuentra su alivio al descubrir, merced a discursos que idiotizan
cuando no existe una reflexión crítica autónoma, esas trampas del sistema. Así,
perteneciendo a un sector económicamente inferior, hombres con creencias como
la señalada supondrán que su líder debe atormentar a los causantes del sombrío
presente. Desde luego, este razonamiento implica fustigar a los grupos que
cuentan con mayores riquezas. Su fortuna sería el efecto de la explotación
denunciada por aquel individuo que promete imponer una estructura en donde las
injusticias no tengan cabida.
La creencia en redentores es una fuente de calamidades sociales. Quien
ofrece acabar con las frustraciones suele aumentarlas de manera trágica,
contradiciendo todo aquello que había bramado en sus discursos. Lo enojoso es
que, aunque las adversidades materiales sean centuplicadas, nunca le falten secuaces,
esos tributarios del fanatismo y la intolerancia. Ellos no tienen inconvenientes
en celebrar las agresiones a los críticos del régimen, pues lo consideran
merecedor de su veneración. Naturalmente, la sumisión al caudillo que procura triturar
a los enemigos exige una militancia feroz. Porque la modificación del orden no será
posible sin elevadas dosis de violencia. Es verdad que, cuando muchos adviertan
cuánta demencia alberga esto, caerá el experimento populachero. No obstante,
poco tiempo después, las voces demagógicas volverán a fascinar.
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