"En la
tragedia que tuvo lugar hace 100 años hay lecciones políticas de gran
utilidad en la actualidad. Ojalá las entendiéramos todos y las
asimiláramos".
La Historia
El "juicio de la historia" no existe. Lo que hay son juicios de los
historiadores que generalmente reflejan las preocupaciones de la época
en que se hacen. A 100 años de la "decena trágica" ¿Qué podemos decir de
lo acontecido en 1913? Muchas cosas, pero este espacio solo alcanza
para esbozar algunas.
Madero
Quienes hace un siglo contribuyeron a la caída y quien ordenó la muerte
del Presidente Francisco I. Madero, lograron lo que no buscaban:
inmortalizar a su víctima y desatar una Revolución. En contraste, los
tres generales que entonces encabezaron la destrucción de la primavera
democrática mexicana y ensangrentaron al País -Félix Díaz, Bernardo
Reyes y Victoriano Huerta-, son hoy símbolos de ambiciones sin grandeza,
de fracaso político rotundo y, el peor de ellos, Huerta, es considerado
la encarnación misma de la perversión política y de la traición.
La rebelión organizada y encabezada el 9 de febrero de 1913 por los
generales Díaz y Reyes, y que involucró a una parte del Ejército en la
madrugada de ese domingo, fue la culminación de una conspiración de
militares en prisión y en activo que buscaba no únicamente derrocar al
Presidente sino echar atrás el reloj mismo de la historia política
mexicana: cancelar el esfuerzo -el gran experimento- democrático
iniciado por el Partido Antirreelecionista y Madero tras su negativa a
aceptar la legitimidad de la séptima reelección de Porfirio Díaz en
1910.
Un personaje sin sentido
Félix Díaz estuvo marcado siempre por la sombra del hermano de su padre:
Porfirio Díaz. Como militar y político, Félix fue un fracaso. Su primer
levantamiento contra Madero en Veracruz, en octubre de 1912, fue
aplastado sin grandes dificultades y en siete días por la parte leal del
Ejército. En 1913, el aliado circunstancial pero crucial de Díaz en el
golpe militar que acabó con Madero, el general Victoriano Huerta, en un
abrir y cerrar de ojos eliminó al "sobrino de su tío" como aspirante a
la presidencia y lo sacó del País. Finalmente, como jefe de un
contrarrevolucionario "Ejército Reorganizador Nacional" (1916 a 1920),
Félix Díaz fue de nuevo otro fracaso. Desde entonces y hasta 1941 vivió
exiliado. Sobrevivió sin gloria hasta su muerte en 1945.
El general que se decidió a destiempo
Bernardo Reyes, el general más importante a inicios del siglo XX, perdió
la oportunidad histórica de enfrentar directamente a Porfirio Díaz en
el campo electoral al abandonar a sus partidarios -que ya estaban
organizados- y salir del País el año anterior a la elección de 1910.
Fue Madero quien llenó entonces el vacío dejado por Reyes como
alternativa electoral primero e insurreccional después. Fue también
Madero quien puso fin a la dictadura porfirista -dictablanda, si se
quiere- y abrió la posibilidad de una democracia mexicana.
El esfuerzo posterior de Reyes por recuperar el lugar político perdido
fue inútil. Primero falló en su desafío electoral a Madero y luego en su
intento por organizar una rebelión en el norte en 1911 (Plan de la
Soledad). Finalmente, su alianza con Félix Díaz en febrero de 1913 para
encabezar un golpe militar, terminó el mismo día en que éste se inició,
pues murió a las puertas de Palacio Nacional.
Sería otro Reyes, Alfonso, su hijo, quien empuñando no la espada sino la
pluma, ganó la gran victoria para el apellido: el reconocimiento y la
gratitud de México al hombre de letras.
La personificación de la villanía
El general de división Victoriano Huerta es uno de esos individuos que
encarna lo reprobable en política: deslealtad, traición, crueldad e
ineficacia. De origen popular y buen militar, pactó secretamente con
Félix Díaz mientras, supuestamente, lo combatía en el centro de la
capital. No dudó en mandar a emboscadas que concluyeron en carnicerías a
los cuerpos de rurales maderistas ni tuvo empacho en concertar la
traición a su jefe nato -Madero- en la embajada norteamericana. Ordenó
el asesinato de Madero y del vicepresidente, luego traicionó a su aliado
Félix Díaz, intentó la militarización de México para permanecer en la
presidencia provisional y, ya en el exilio, complotó con los alemanes
para retornar en 1915 y encabezar un nuevo movimiento
contrarrevolucionario.
Madero y el Ejército
Mucho se ha escrito sobre la tragedia de Madero, sobre todo por haber
mantenido al Ejército federal que finalmente lo derrocó. Sin embargo, la
crítica ha sido injusta. Madero no era un revolucionario, no quería
acabar con la institucionalidad porfirista -el Ejército era parte de esa
estructura institucional-, sino reformarla para adecuarla a una
democracia liberal y burguesa.
Al asumir la Presidencia, Madero tenía más razones para desconfiar de
sus tropas irregulares -Villa y Orozco consideraron insubordinarse
durante el ataque a Ciudad Juárez en mayo de 1911- que del Ejército
regular, un Ejército que por un lado derrotó a Orozco cuando finalmente
se volvió contra Madero y que, por el otro, puso fin a la rebelión de
Félix Díaz y no hizo caso al primer llamado de Bernardo Reyes para
sublevarse.
Madero, nos dice Stanley Ross, en su biografía clásica del personaje
(Francisco I. Madero, apostle of Mexican democracy, 1955), iba camino a
lograr la estabilidad de su Gobierno cuando ocurrió la insurrección de
febrero de 1913. Conviene recordar que fue el propio Ejército el que
combatió a los desleales y radicales (Orozco y Zapata), que de no ser
por la (mala) fortuna que dejó heridos a los primeros defensores de la
legalidad el mismo 9 de febrero, los generales Lauro Villar y Ángel
García Peña -Secretario de Guerra- no se le hubiera dado a Huerta el
mando de la plaza. En esas circunstancias, es muy probable que Félix
Díaz hubiera sido derrotado (y fusilado) en La Ciudadela. La lealtad de
una parte del Ejército y de los rurales a las instituciones se prueba,
entre otros ejemplos, por el hecho de que los golpistas, para hacerse
del control de La Ciudadela, tuvieron que asesinar a su comandante, el
general Manuel P. Villareal y a su segundo, el general Rafael Dávila. El
general Felipe Ángeles, movió a sus tropas desde Morelos y permaneció
leal a Madero hasta el final.
La reacción
Madero no era revolucionario sino reformista, y por lo mismo confiaba no
en el apoyo activo de su propia clase social -la oligarquía porfirista-
pero si en su aceptación o resignación a un proceso de modernización
política. Después de todo, lo que el líder coahuilense pretendía era
poner a México a tono con el Siglo XX.
Madero suponía que ayudaría mucho la legitimada ganada en procesos
electorales auténticos para hacer efectiva la constitución de 1857 a fin
de incorporar a la clase media al juego político y encauzar la
creciente e inevitable contradicción de intereses de clases y grupos
populares por la vía institucional.
Las ambiciones personales de un grupo de generales, la incapacidad de la
oligarquía para comprender que había que cambiar para no perderlo todo,
la soberbia y cortedad de miras de un embajador norteamericano -y de
casi toda la colonia extranjera-, terminaron por radicalizar a los
herederos de Madero y a los grupos populares ya movilizados, entonces
estalló la gran guerra civil que acabó con lo que quedaba del
porfiriato.
En todo lo anterior hay una gran lección política para el siglo XXI. Ojalá la entendiéramos.
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