Hugo Chávez está muerto. Deja un país arruinado por políticas populistas a las que él denominaba "socialismo del siglo XXI".
Durante los 14 años de liderazgo de Chávez, Venezuela obtuvo alrededor
de un billón de dólares debido a la bonanza petrolera, pero tiene poco
que mostrar como resultado. De hecho, en gran medida ha seguido el
camino descrito por Rudi Dornbusch y Sebastian Edwards en su clásico La macroeconomía del populismo en América Latina (1991).
Una y otra vez, en distintos países, los políticos han adoptado
programas económicos que dependen altamente de políticas fiscales y
crediticias expansivas y de una moneda sobrevaluada, para acelerar el
crecimiento y redistribuir el ingreso. Al ejecutar estas políticas,
usualmente no ha habido preocupación por los límites fiscales y
cambiarios. Luego de breves periodos de crecimiento económico y
recuperación, aparecen los cuellos de botella, que provocan presiones
macroeconómicas insostenibles que, al final, resultan en un colapso de
los salarios reales y en severas dificultades en la balanza de pagos. El
resultado final de estos experimentos generalmente ha sido una inflación galopante, crisis y el colapso del sistema económico.
La economía venezolana, mantenida a flote durante el largo boom de los
productos primarios, todavía no ha colapsado. Pero se encamina hacia una
crisis. Una devaluación de más del 30% este año ha llevado el tipo de cambio oficial a 6,3 bolívares por dólar. El tipo de cambio en el mercado negro, alrededor de 26 bolívares por dólar, muestra lo que le queda a aquél por caer. En 2012 la inflación llegó
al 20%. El gasto descontrolado, las expropiaciones, los controles de
precios, la expansión monetaria, los controles de capitales y otras
políticas mal concebidas han derivado en escasez de productos básicos,
recurrentes cortes de luz, racionamiento del agua, dependencia creciente
de las importaciones y de las exportaciones de petróleo, así como en
una deuda pública y un déficit fiscal crecientes.
Chávez centralizó el poder político conforme obtuvo el control de las
principales instituciones de la sociedad venezolana –las fuerzas
armadas, las cortes, el congreso, el banco central, el consejo
electoral, los medios de comunicación más importantes, etc.–, y lo hizo atropellando el debido proceso y libertades civiles y políticas básicas.
La vasta expansión del poder estatal derivó en la negligencia en el
cumplimiento de las funciones tradicionales del gobierno, como lo
relacionado con la seguridad y las infraestructuras, y en un aumento de
la corrupción. Durante el régimen de Chávez, la criminalidad
se disparó: cuando llegó al poder, en 1999, el país experimentaba menos
de 6.000 homicidios al año; en 2012 fueron cerca de 21.700. En 2012,
Venezuela cayó nueve puestos en el Índice de Percepción de Corrupción de
Transparencia Internacional, del 165 al 174 países. La corrupción sistemática
del régimen de Chávez, que Gustavo Coronel documentó en un estudio de
2006 publicado por el Cato Institute, no hizo sino empeorar a partir de
entonces.
La economía creció durante el gobierno de Chávez, y la pobreza fue
reducida, como se redujo en gran parte de la región; pero, en promedio,
el crecimiento anual de Venezuela fue del 3,3% entre 1999 y 2011, cifra
inferior a la cosechada por Chile, Perú o Colombia, todos ellos democracias de mercado que no sacrificaron libertades básicas en el intento de lograr dicho progreso.
El balance económico del del chavismo habrá de tomar en cuenta el
declive en los salarios y en el ingreso per cápita que resultará de
cualquier crisis futura que sus políticas engendren. Solamente en ese
momento podrán los venezolanos determinar completamente hasta qué punto
fueron irresponsablemente desperdiciados los últimos 14 años, y ojalá se
aparten del modelo de desarrollo dominado por el Estado que ha afligido por décadas a su sociedad
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