El fin del redentorismo iluminado
Por Enrique Krauze
El Tiempo, Bogotá
“Si un hombre fuese necesario
para sostener el Estado, este Estado no debería existir, y al fin no
existiría”. Simón Bolívar, 20 enero
1830.
Hugo Chávez
tenía una concepción binaria del mundo. Era él quien veía el mundo dividido
entre amigos y enemigos, entre chavistas y ‘pitiyanquis’, entre patriotas y
traidores. En libros y ensayos reconocí su vocación social. Creo que la
democracia latinoamericana no podrá consolidarse sin gobiernos que, junto al
ejercicio de las libertades y el avance de la legalidad, busquen formas
efectivas y pertinentes de apoyar a los pobres y marginados, a los que no han
tenido voz y apenas voto. Pero una cosa es la vocación social y otra la forma
que asume esa vocación. Obsesionado por una anacrónica admiración del modelo
cubano (y por la ciega veneración de su caudillo eterno –Fidel Castro– a quien
muchas veces llamó ‘padre’) Hugo Chávez desquició las instituciones públicas
venezolanas, desvirtuó y corrompió a la compañía estatal PDVSA y protagonizó lo
que quizá sea el mayor despilfarro de riqueza pública en toda la historia
latinoamericana. Pero siendo tan graves sus errores económicos, palidecen
frente a las llagas políticas y morales que infligió a su país.
Chávez no
solo concentró el poder: confundió –o, mejor dicho, fundió– su biografía
personal con la historia venezolana. Ninguna democracia prospera ahí donde un hombre
supuestamente ‘necesario’, imprescindible, único y providencial, reclama para
sí la propiedad privada de los recursos públicos, de las instituciones, del
discurso, de la verdad. El pueblo que tolera o aplaude esa delegación absoluta
de poder en una persona, abdica de su libertad y se condena a sí mismo a una
adolescencia cívica, porque esa delegación supone la renuncia a la
responsabilidad sobre el destino propio.
El daño
mayor es la discordia dentro de la familia venezolana. Nada me entristeció más
en mis visitas a Caracas (nada, ni siquiera la escalada del crimen o el visible
deterioro de la ciudad) que el odio inducido desde el micrófono del poder
contra el amplio sector de la población que disentía de ese poder. El odio de
los discursos, de las pancartas, de los arrogantes voceros del régimen en
programas de radio y televisión. El odio de las redes sociales plagadas de
insultos, calumnias, teorías conspiratorias, descalificaciones, prejuicios. El
odio del fanatismo ideológico y del rencor social. El odio cerrado a la razón e
impermeable a la tolerancia. Ésa es la llaga histórica que deja el chavismo.
¿Cuánto tardará en sanar? ¿Sanará alguna vez? Es un milagro que Venezuela no
haya desembocado en la violencia partidista.
¿Qué
ocurrirá ahora, tras su muerte? Es probable que el sentimiento de pesar, aunado
a la gratitud que un amplio sector de la población siente por Chávez, faciliten
el triunfo de un candidato chavista en unas eventuales elecciones. Pero todos
los duelos tienen un fin. Y en ese momento todos los venezolanos, chavistas y no
chavistas, deberán enfrentar la gravísima realidad económica. Los indicadores
de alarma son del dominio público. El déficit fiscal, la inflación, y el
desabastecimiento. Hay una aguda carestía de divisas. ¿Cómo explicar que un
país que en la era de Chávez ha percibido más de 800.000 millones de dólares
por ingresos petroleros presente cuentas tan alarmantes? Un presidente chavista
deberá enfrentar esta realidad y encarar al público. El propio régimen podría
persuadirse de la necesidad de un diálogo conciliatorio que ahora parece
utópico. Y ahí podría abrirse una oportunidad para la oposición. Durante la
agonía de Chávez, sin dejar de alzar la voz de protesta, la oposición mostró
una notable prudencia que debe refrendar en estos días de duelo y crispación. Si
la oposición –que ha esperado tanto– conserva la cohesión, podría avanzar en
las siguientes elecciones y recuperar las posiciones que ha perdido.
Si bien
nadie puede descartar los escenarios de violencia, no los preveo. Por el
contrario: creo que con el fallecimiento del gran caudillo mesiánico Venezuela
deberá encontrar, tarde o temprano, cauces de concordia: si en los tres lustros
de Chávez la violencia verbal no se desbordó en violencia física, es razonable
esperar que no estalle ahora. Y el cambio podría ser contagioso: Cuba, la
‘meca’ del redentorismo histórico, el único estado totalitario de América,
podría reformarse también como Rusia y China lo hicieron en su momento. Toda la
región podrá oscilar entonces entre extremos políticos no radicales: regímenes
de izquierda socialdemócrata, y gobiernos de economía más abierta y liberal. Y
para que el tránsito sea menos accidentado, Estados Unidos haría bien en dar
señales de sensatez, levantando el embargo a Cuba y cerrando Guantánamo.
El siglo XIX
latinoamericano fue el del caudillismo militarista. El siglo XX sufrió el
redentorismo iluminado. Ambos siglos padecieron a los hombres ‘necesarios’. Tal
vez en el siglo XXI despunte un amanecer distinto, plenamente democrático,
donde no haya hombres ‘necesarios’, donde los únicos necesarios seamos los
ciudadanos actuando libremente en el marco de las leyes y las instituciones.
El autor es Escritor, ensayista, académico e
historiador mexicano, director de la revista ‘Letras Libres’. Autor del libro
sobre Hugo Chávez, ‘El poder y el delirio’ (2008).
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