04 marzo, 2013

El PRI regresa, ahora sí, a Los Pinos

Jorge Fernández Menéndez

El PRI regresa, ahora sí, a Los Pinos
Poco antes de la XVII asamblea nacional del PRI, el entonces presidente Ernesto Zedillo comenzó a hablar de la “sana distancia” que mantendría su gobierno con el PRI, una sana distancia que, en otras palabras, buscaba que no se contaminara su administración con la mala imagen que permeaba en ese partido luego de los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, pero sobre todo por las catastróficas investigaciones que se hicieron, encabezadas por Pablo Chapa Bezanilla, sobre esos hechos.


La XVII asamblea, hoy olvidada aunque ahí siguen muchos de sus principales protagonistas, asumió esa sana distancia con el presidente Zedillo, ejecutando el mayor acto de autonomía del partido tricolor respecto de un gobierno emanado de ese mismo partido en toda su historia. En el cónclave, en el que tuvieron un papel protagónico personajes como Santiago Oñate, entonces presidente del PRI y César Augusto Santiago, que encabezaba el consejo político nacional, se colocaron por primera vez candados que impedían que el PRI tuviera candidatos que no hubieran tenido antes un puesto de elección popular (una forma de descalificar al propio Zedillo y a quienes aparecían como sus principales operadores y sucesores, como Guillermo Ortiz Martínez, en esos años secretario de Hacienda) y se comenzaron a colocar en los documentos básicos otros candados que, en los hechos, comenzaban a poner límites a las reformas que impulsaba su propio gobierno. Un par de días después de concluida la asamblea, llegó la destitución de Oñate y de César Augusto, arribó al PRI Humberto Roque, cercanísimo entonces a Zedillo y que para su desgracia se había hecho célebre con un acto involuntario, aquella roqueseñal, al momento de aprobar, en plena crisis financiera de 1995, un aumento del IVA. En ese mismo momento, también cualquier cambio al IVA se convirtió en un tabú para el priismo. En realidad la sana distancia no mostraba la independencia del gobierno con el PRI, sino la distancia que existía entre el presidente y su partido, que se reflejó en la existencia de siete presidentes del tricolor en seis años de gobierno zedillista. Y obviamente en la derrota de 2000.
La asamblea nacional del PRI que concluyó ayer será recordada como la del regreso de la cohesión entre ese partido y su gobierno. No hay secretos: el presidente Peña Nieto se convierte en el presidente de la Comisión Política Permanente, que reúne a los hombres y mujeres de mayor peso en el partido, y que dictará la línea del tricolor. Al mismo tiempo se quitan todos los candados que se fueron construyendo a lo largo de los últimos 18 años: el que impedía ser candidato sin haber contado antes con un puesto de elección popular; el del IVA a alimentos y medicinas (institucionalizado paradójicamente en el momento de la ruptura entre Elba Esther Gordillo y Roberto Madrazo, porque Elba apoyaba aquella reforma) y también el de la reforma energética, que permitirá inversiones privadas en la empresa paraestatal.
Todo ello era imprescindible para colocar al PRI en la modernidad y con aptitudes de gobernar con cohesión y reformas de largo plazo, pero parecía imposible hacerlo hasta que el PRI se sintiera, como hoy, realmente en el poder. Y más allá de eso, con un Presidente de la República con el que siente sintonía por muchas causas pero sobre todo por una razón: porque siente que ha vuelto a concentrar el poder y que lo hace en la lógica que ese partido siempre ha tenido a la hora de gobernar: el poder no se comparte y se debe tener un grado de control suficiente como para que las cosas no se salgan de cauce.
La recuperación del PRI es el capítulo lógico posterior al ejercicio de poder que fue la detención de Elba Esther Gordillo. Ya se verán en el futuro la solidez de las pruebas y los argumentos en su contra desde la perspectiva eminentemente legal, pero lo cierto, hoy, es que la prueba de poder ha sido concluyente. Antes habían sido distintas reformas, entre ellas la educativa y la de la ley de amparo, el establecimiento del mando único en los estados, y en el futuro muy próximo parece estar la ley de telecomunicaciones, y más adelante la fiscal y la energética. Las cartas están abiertas y Peña, como se decía en el pasado, está engañando con la verdad.
Que la forma de actuar del Presidente y de su equipo han desconcertado a sus oposiciones es evidente: el PAN no sabe dónde está parado y a pesar del deslinde poco estético de Gustavo Madero con las administraciones panistas, lo cierto es que ni siquiera logró tener quórum en su consejo nacional, mientras que en el PRD regresaron al discurso vacío del “no al IVA a alimentos y medicinas”, que los vuelve a encerrar en el círculo de López Obrador. La administración de Peña ha logrado en 100 días dar una verdadera vuelta de tuerca a la forma de ejercer el poder. Falta ahora que eso se traduzca en resultados

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