Creer o no
creer, esa es la cuestión. Shakespeare redivido en el Siglo 21 se
encontraría con un dilema cada día más complejo. Los grandes misterios
-como la creación- no han sido resueltos, siguen vivos, hoy contamos con
mucha más información, con más elementos para la confusión o la
admiración. De dónde venimos, cómo fue el primer acto, el motor increado
de Aristóteles, ese impulso primigenio que echó a andar todo. Pasan los
años, las décadas y día a día sabemos más sobre nuestra profunda
ignorancia. Hay dos mundos del conocimiento, uno antes y otro después
del DNA. Allí está el debate entre el pensamiento religioso, en
particular los creacionistas, y los científicos como Stephen Hawking con
"El gran diseño". Contra lo que muchos supusieron en los sesenta y
setenta, el pensamiento científico no ha podido desplazar a las
religiones. La ciencia y las creencias, debaten pero están obligados a
convivir.
Las tendencias muestran que en el Siglo 20 hubo pocos cambios en las
definiciones religiosas. Pero el 21 será distinto: el mundo musulmán
crece frente al cristiano. De los 6 mil 500 millones de habitantes de
este capricho estelar, 2 mil 300 se definen como cristianos, poco más de
mil 800 son islamistas, la cifra sobre el budismo oscila, podría ser la
tercera corriente en importancia seguida del hinduismo. La lista de las
religiones minoritarias es enorme. Dentro de los cristianos hay una
clara mayoría, los católicos con una cifra de seguidores que ronda los
mil 200 millones. Pero ¿son las religiones algo positivo para la
humanidad? ¿Han sido un elemento civilizatorio que procure la buena
convivencia entre los seres humanos? Esas preguntas en apariencia
sencillas han recibido respuestas muy complejas. El cristianismo
introdujo igualdad. Las religiones orientales abrieron las puertas de
una vida interior. Pero muchas de las guerras también son resultado de
las pasiones religiosas, pensemos en Oriente Medio. El hecho es que la
religiosidad sigue adelante y las diferentes posturas éticas y morales
de las religiones, definen en cierta medida un destino común. Pocas
iglesias tienen una cabeza tan evidente como la católica. Evidente
porque el sembrado del catolicismo, en Europa y en América le han
conferido un privilegio en esta etapa de la historia. Pero todo cambia,
para 2050 el 60 por ciento de la población se encontrará en Asia. El
mapa religioso será muy diferente. La postura de las cabezas de esas
religiones, importan porque todos navegamos en el mismo barco.
No soy creyente. Ante la pregunta sobre la existencia de Dios me quedo
con la definición de Víctor Hugo: "Lo evidente invisible". El fenómeno
religioso es apasionante, pero las burocracias eclesiásticas son
desesperantes. Como mínimo uno esperaría que las iglesias sean un
referente moral, ético. Moral para la vida privada y ético en la
pública. Por eso la designación del Papa Francisco nos incumbe. Llevamos
pocas horas de observarlo, pero a decir verdad, hay buenas señales.
Poco que esperar en cuanto a los temas conflictivos, libre elección de
la mujer, celibato, actitud ante las parejas del mismo sexo, autorizar
el oficio a las mujeres, etc. Eso pareciera estar perdido. Y entonces,
por qué estar optimista. Me quedo con tres elementos. Una Iglesia
católica que propugne por los pobres, que sea austera y propicie la
transparencia.
Más allá de la caridad los pobres son un tema mundial que involucra
políticas públicas y también una actitud hacia lo que los pobres pueden
hacer por salir adelante. Pensar a la miseria como un acto de condena
divina ha sido un lastre brutal para una gran porción de la humanidad.
No en balde seguimos discutiendo cómo influyó la ética protestante en el
desarrollo del capitalismo y del bienestar. Segundo, la austeridad. Una
Iglesia católica verdaderamente austera, podría cambiar muchas cosas.
Detrás de dos argollas de oro hay una contaminación por cianuro que
podría matar a miles. El marfil en las piezas religiosas es un crimen.
La austeridad de Francisco podría ahuyentar el lujo y la ostentación.
Finalmente la transparencia. El Banco del Vaticano debería convertirse
en referente del manejo pulcro de los recursos y no como es hoy símbolo
de la opacidad.
Lo mismo ocurre con los prelados de esa Iglesia. No son arcángeles, son
ciudadanos y reciben ingresos pero, ¿y los impuestos? Imaginemos que el
Papa Francisco lograra develar de dónde provienen los ingresos de los
altos jerarcas de esa Iglesia en México, que los manejos financieros de
la Basílica de Guadalupe y de otros templos fueran ejemplo de
transparencia para la comunidad local y para el País, que se propusiera
discutir el estatuto fiscal de los sacerdotes, más bien el privilegio
fiscal. México sería otro, porque el de hoy, con más del 80 por ciento
de católicos y extendidas prácticas de corrupción, también es su
responsabilidad. Ojala y el jesuita Francisco tenga la enjundia para
enfrentar estos problemas terrenales. Por lo pronto, él pagó su cuenta
por hospedaje. |
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