19 marzo, 2013

La cuenta por favor

O P I N I Ó N 
F E D E R I C O   R E Y E S   H E R O L E S 
La cuenta por favor


Creer o no creer, esa es la cuestión. Shakespeare redivido en el Siglo 21 se encontraría con un dilema cada día más complejo. Los grandes misterios -como la creación- no han sido resueltos, siguen vivos, hoy contamos con mucha más información, con más elementos para la confusión o la admiración. De dónde venimos, cómo fue el primer acto, el motor increado de Aristóteles, ese impulso primigenio que echó a andar todo. Pasan los años, las décadas y día a día sabemos más sobre nuestra profunda ignorancia. Hay dos mundos del conocimiento, uno antes y otro después del DNA. Allí está el debate entre el pensamiento religioso, en particular los creacionistas, y los científicos como Stephen Hawking con "El gran diseño". Contra lo que muchos supusieron en los sesenta y setenta, el pensamiento científico no ha podido desplazar a las religiones. La ciencia y las creencias, debaten pero están obligados a convivir.

Las tendencias muestran que en el Siglo 20 hubo pocos cambios en las definiciones religiosas. Pero el 21 será distinto: el mundo musulmán crece frente al cristiano. De los 6 mil 500 millones de habitantes de este capricho estelar, 2 mil 300 se definen como cristianos, poco más de mil 800 son islamistas, la cifra sobre el budismo oscila, podría ser la tercera corriente en importancia seguida del hinduismo. La lista de las religiones minoritarias es enorme. Dentro de los cristianos hay una clara mayoría, los católicos con una cifra de seguidores que ronda los mil 200 millones. Pero ¿son las religiones algo positivo para la humanidad? ¿Han sido un elemento civilizatorio que procure la buena convivencia entre los seres humanos? Esas preguntas en apariencia sencillas han recibido respuestas muy complejas. El cristianismo introdujo igualdad. Las religiones orientales abrieron las puertas de una vida interior. Pero muchas de las guerras también son resultado de las pasiones religiosas, pensemos en Oriente Medio. El hecho es que la religiosidad sigue adelante y las diferentes posturas éticas y morales de las religiones, definen en cierta medida un destino común. Pocas iglesias tienen una cabeza tan evidente como la católica. Evidente porque el sembrado del catolicismo, en Europa y en América le han conferido un privilegio en esta etapa de la historia. Pero todo cambia, para 2050 el 60 por ciento de la población se encontrará en Asia. El mapa religioso será muy diferente. La postura de las cabezas de esas religiones, importan porque todos navegamos en el mismo barco.

No soy creyente. Ante la pregunta sobre la existencia de Dios me quedo con la definición de Víctor Hugo: "Lo evidente invisible". El fenómeno religioso es apasionante, pero las burocracias eclesiásticas son desesperantes. Como mínimo uno esperaría que las iglesias sean un referente moral, ético. Moral para la vida privada y ético en la pública. Por eso la designación del Papa Francisco nos incumbe. Llevamos pocas horas de observarlo, pero a decir verdad, hay buenas señales. Poco que esperar en cuanto a los temas conflictivos, libre elección de la mujer, celibato, actitud ante las parejas del mismo sexo, autorizar el oficio a las mujeres, etc. Eso pareciera estar perdido. Y entonces, por qué estar optimista. Me quedo con tres elementos. Una Iglesia católica que propugne por los pobres, que sea austera y propicie la transparencia.

Más allá de la caridad los pobres son un tema mundial que involucra políticas públicas y también una actitud hacia lo que los pobres pueden hacer por salir adelante. Pensar a la miseria como un acto de condena divina ha sido un lastre brutal para una gran porción de la humanidad. No en balde seguimos discutiendo cómo influyó la ética protestante en el desarrollo del capitalismo y del bienestar. Segundo, la austeridad. Una Iglesia católica verdaderamente austera, podría cambiar muchas cosas. Detrás de dos argollas de oro hay una contaminación por cianuro que podría matar a miles. El marfil en las piezas religiosas es un crimen. La austeridad de Francisco podría ahuyentar el lujo y la ostentación. Finalmente la transparencia. El Banco del Vaticano debería convertirse en referente del manejo pulcro de los recursos y no como es hoy símbolo de la opacidad.

Lo mismo ocurre con los prelados de esa Iglesia. No son arcángeles, son ciudadanos y reciben ingresos pero, ¿y los impuestos? Imaginemos que el Papa Francisco lograra develar de dónde provienen los ingresos de los altos jerarcas de esa Iglesia en México, que los manejos financieros de la Basílica de Guadalupe y de otros templos fueran ejemplo de transparencia para la comunidad local y para el País, que se propusiera discutir el estatuto fiscal de los sacerdotes, más bien el privilegio fiscal. México sería otro, porque el de hoy, con más del 80 por ciento de católicos y extendidas prácticas de corrupción, también es su responsabilidad. Ojala y el jesuita Francisco tenga la enjundia para enfrentar estos problemas terrenales. Por lo pronto, él pagó su cuenta por hospedaje.

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