Kofi Annan,
ex Secretario General de Naciones Unidas, me pregunta si en México somos
capaces de entender la crisis humanitaria que vivimos. Para erradicar
la violencia, dice, hace falta reconocerla. Sí que reconocemos las
tragedias que se acumulan. Y es que son tantas que nadie puede cargar el
dolor del País. Por eso administramos el sufrimiento y rescatamos entre
las cenizas de minas desplomadas, guarderías, redacciones periodísticas
y casinos, la dignidad de las personas y su fortaleza inexplicable. Un
día admiramos ese aguante heroico con tintes guadalupanos que marcha en
caravanas cargando cruces, unas de fe y otras de muerte. Otro día
suspiramos intentando hacer sentido del caos. Pero la vida cotidiana
sigue y las pequeñas cosas buenas nos recuerdan que no todo está
perdido. Nos dicen que esto es democracia, pero no lo parece.
Hay dictaduras que arrasan con la constitución y con el voto voluntario,
que estratégicamente planean la justicia selectiva y administran la
debilidad del sistema penal para el escarmiento. Hay dictaduras que
arañan el corazón de la patria y a sus habitantes, que fomentan la ira
mientras dividen al País entre blancos, verdes, amarillos. Hay quienes
toman el poder por la fuerza sutil y legalizan la tortura, encarcelan la
libertad, arrebatan el sueño convirtiendo las noches en pesadillas. Hay
dictaduras llevaderas que fabrican culpables a fuerza de golpes y
mentiras, de balas y amenazas. Hay dictadores de mano suave que escriben
el guión de las noticias antes de que sucedan, que reinventan nuestras
vidas sin derecho a la defensa. Esas neo-dictaduras expulsan a miles de
familias de sus pueblos y ciudades hasta que no queda más que cruzar la
frontera como parias, para ser tratados del otro lado como presuntos
culpables de algún crimen que nunca cometieron.
Hay dictaduras cuya magia radica en que visten de democracia neoliberal y
cuyos mensajeros diplomáticos van por aquí anunciando un nuevo día, una
nueva ley. Esos vuelan en jet privado para evitar ensuciar su calzado
con la sangre de las víctimas, para que no les toque el fantasma de
miles de personas desaparecidas. Esas neodictaduras no reconocen el
valor de la vida, simplemente niegan el poder de la muerte y sus
vestigios.
Una pequeña de 6 años juega frente a mí cocinando pasteles de lodo. A lo
largo de su breve existencia en México se contabilizaron 25 mil
asesinatos, 3 mil crímenes de lesa humanidad, 56 gobernantes fueron
aniquilados a balazos, 36 jefes de policía perdieron la vida frente a
testigos, 46 periodistas han muerto por decir la verdad. Y 21 activistas
de derechos humanos ya no respiran más, por haber defendido la vida de
otros y otras. A esta pequeña, en la escuela le dirán que vivir en un
país que cuenta así a sus muertos, a sus muertas, es vivir en
democracia.
Y mientras nos ocupamos de la tragedia del día, con el escándalo del
sexenio, con la injusticia nuestra de cada hora, un empresario abandona
su hogar a media noche y promete a sus hijas mandar por ellas cuando
esté lejos de los secuestradores. Una madre cruza la frontera con lo
puesto y niños en brazos sin despedirse de los suyos, porque la muerte
la persigue. Mientras nos dicen cuántos goles metió el Real Madrid, una
periodista es violada en su hogar por un soldado; un diario es baleado
tres veces para acallar o domar a sus valientes periodistas. Sí, es
cierto que en todas partes aparecen litigantes solidarios como los
norteamericanos Carlos y Sandra Spector, que defienden el derecho al
asilo político de quienes emigraron por la violencia impune. Aunque cada
caso cuenta y cada ayuda resulta valiosa, no podemos olvidar que en una
esquina está la fábrica de valientes y en la otra la fábrica de muerte e
injusticia.
El País se ha convertido en un gran cuartel. El gobierno promete que los
soldados volverán a sus fortines, pero en realidad van a nuestras
calles. Y quienes comprenden que los gobernantes no saben hacer su
trabajo, prefieren a los soldados que al abandono. Ni esta niña, ni
nadie, se merece que le digan que la democracia es miedo, injusticia y
muerte. Hay que nombrarlo todo, hablar con la verdad para edificar una
real democracia. Esta semana de marzo celebrarán a las mujeres porque la
fecha lo marca en el calendario político. Habría que conmemorar la
existencia de las niñas mexicanas recordando que peor que mentir es
enseñar a mentir, que sin igualdad y justicia no hay democracia; que
haremos todo lo posible para que su futuro sea mejor que este difícil
presente.
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