12 marzo, 2013

Los imposibles de FCH, ¿incentivos de EPN?

Ivonne Melgar

Los imposibles de FCH, ¿incentivos de EPN?
Faltaban seis días para que arrancara el sexenio de Felipe Calderón cuando la maestra Elba Esther Gordillo le ganó la primera de varias batallas. Lo hizo a través del secretario general del SNTE, Rafael Ochoa, para descalificar el nombramiento de la futura titular de la SEP, Josefina Vázquez Mota.


El mensaje fue público: ella no sabe nada de educación y tendrá que rodearse de gente conocedora. En Los Pinos tomaron nota y le entregaron la subsecretaría de Educación Básica para su yerno Fernando González Sánchez. Desde entonces le tomó la medida.
En 2008 la secretaria se quejó con su jefe: Elba Esther era el freno para poner en marcha cualquier cambio docente, porque controlaba la bolsa de trabajo y tenía “colonizadas” a las dependencias estatales.
Como ocurría desde los tiempos de Manuel Bartlett en la SEP, la maestra Gordillo firmaba reformas y cuanta estrategia modernizadora lanzara el gobierno. Pero nunca permitía su operación. Y así pasó con la Alianza por la Educación suscrita con Calderón.
Cuando sobrevino el boicot al concurso de las plazas magisteriales y a la evaluación, Vázquez Mota pidió el respaldo de Los Pinos para resistir. Pero el presidente volvió a ceder e instruyó al secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, que se encargara de la interlocución con la profesora, quien ya tenía derecho de picaporte con Hacienda, donde fue atendida sin reparos por Agustín Carstens, Ernesto Cordero y José Antonio Meade.
El pleito subió de tono y un hecho anecdótico terminó por precipitar la ruptura: el presidente de la Comisión de Educación, el diputado perredista Tonatiuh Bravo Padilla, regaló a Vázquez Mota un llavero de una Hummer, en referencia irónica a las 100 camionetas que la lideresa del SNTE obsequió a los dirigentes estatales del gremio.
Cuentan los ex colaboradores de la ex titular de la SEP que cuando el episodio llegó a oídos de Calderón, su agravio y enojo dejaron entrever que estaba dispuesto a entregar la cabeza de la funcionaria.
Así sucedió el 4 de abril de 2009. Y sin el menor cuidado de las formas, un día anterior, el vocero de Los Pinos, Max Cortázar, actual diputado del PAN, comentó a los reporteros que cubríamos las actividades presidenciales lo que sucedería la mañana de ese sábado. Pero a la secretaria se lo anunciaron minutos antes de darle las gracias públicas, bajo el argumento de que la estabilidad del sector ameritaba sacrificarla.
Porque Calderón pensaba, y lo dijo en voz alta, que nada bueno ocurriría sin la anuencia de Elba Esther, quien le cobró cada uno de los votos que aseguró haberle conseguido en 2006.
Pero el presidente no era el único que veía en la maestra a una operadora clave para la vida en las aulas y la suerte en las urnas. También la mayoría de los gobernadores, destacando los casos de Rafael Moreno Valle, César Duarte y los hermanos Humberto y Rubén Moreira, sin olvidar al ex jefe del gobierno capitalino Marcelo Ebrard.
Todos probaron su capacidad de chantaje y de apapacho, incluidos el presidente Enrique Peña Nieto y el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, como gobernadores del Estado de México e Hidalgo, respectivamente.
Por eso, ambos supieron leer a tiempo que las promesas de acatar la reforma educativa, que la maestra les hizo semanas atrás, no iban a cumplirse. Y por eso, al encarcelarla, llamaron a los gobernadores para establecer un cierre de filas: cero acuerdo al margen de la autoridad central. La instrucción es total en una República donde al menos 20 secretarios estatales de educación fueron puestos por ella.
La voluntad, sin embargo, no habría sido suficiente para que Peña concretara lo que Calderón consideró imposible. Tampoco la capacidad del secretario de Hacienda, Luis Videgaray, al activar la Unidad de Inteligencia Financiera para ponerle reflectores a las cuentas de la lideresa. Ni el temple discreto del procurador Jesús Murillo Karam para detenerla.
Además de la determinación personal y la de sus colaboradores para ocupar los llamados fierros del poder, el Presidente cuenta con la fuerza del consenso político construido en el Pacto por México, cuya plataforma fue avalada por el PAN y el PRD justamente por el compromiso gubernamental de acotar a los intocables.
Sin la reforma constitucional que la oposición empujó en el Congreso y sin los desplantes de la líder del SNTE en contra del cambio, Peña no habría tenido incentivos para marcarle un basta ya.
Pero una vez que el Pacto hizo de la reforma educativa un asunto de Estado, el Elbazo no sólo se convierte en un acto de legitimación de los acuerdos políticos del Presidente con el PAN y el PRD, sino que nos obliga a recordar los otros tantos poderes de facto que Calderón no pudo o no quiso frenar.
Pienso de bote pronto en la promesa del ex presidente de romper monopolios en las telecomunicaciones y en su frustración ante la exitosa protesta empresarial contra el incremento de impuestos. Y en el llavero de la Hummer. Y en la pólvora que se gasta en infiernillos.

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