El
Vaticano ha sorprendido al mundo con la elección de Jorge Mario
Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI en el llamado Trono de San
Pedro, la posición de papa que representa la cúspide de la jerarquía
católica.
El resultado final del cónclave
cardenalicio fue inesperado porque esta es la primera ocasión en que se
elige a un papa del “Nuevo Mundo”, interrumpiéndose así la continuidad
europea y de alguna manera, quizá, reconociendo la importancia vital que
América ha tenido para El Vaticano, sin la cual es posible que este no
hubiera sobrevivido los últimos quinientos años.
Asimismo, la pertenencia de Bergoglio a
la Compañía de Jesús —una orden históricamente progresista, intelectual,
lindante incluso con cierta heterodoxia— o su apelativo de Francisco I
(se dice que en alusión a San Francisco de Asís), se miró al inicio
como una suerte de nueva etapa dentro de la sucesión papal.
Sin embargo, apenas se supo de esta
elección, han comenzado a surgir datos que revelan el lado oscuro del
prelado argentino, en algunos casos una aquelarre franca contra el nuevo
pontífice y en otros solo un esfuerzo por equilibrar la información,
por mostrar que, después de todo, el conservadurismo de El Vaticano es
su principal recurso de supervivencia.
De entrada Bergoglio, como usualmente ha
sucedido con las élites del poder en los países latinoamericano, tuvo
una relación sólida con los regímenes dictatoriales de Argentina,
especialmente el de Jorge Rafael Videla, bajo la premisa de que no
apoyar a los gobiernos militares conduciría a un gobierno de inclinación
marxista, corriente de pensamiento proscrita en la época por El
Vaticano mismo
Según Horacio Verbitsky, periodista que
desde hace varios años ha documentado los actos moral, ética o
jurídicamente cuestionables del jerarca, Bergoglio omitió un par de frases comprometedoras
en la transcripción de una reunión que miembros del episcopado
argentino sostuvieron con la Junta Militar de Videla, durante la cual
dichos sacerdotes se arrogaron la capacidad de fijar la posición de la
Iglesia católica en Argentina frente al gobierno, la cual no fue sino de
cooperación absoluta. “De ninguna manera pretendemos plantear una
posición de crítica a la acción de gobierno [dado que] un fracaso
llevaría, con mucha probabilidad, al marxismo”, sostuvieron entonces los
prelados, encabezados por Bergoglio.
Esto, por desgracia, puede ser que no
sea del todo sorprendente, pues en América Latina la complicidad entre
las cúpulas religiosas y las políticas ha sido cosa corriente, pues en
buena medida ambas comparten el mismo tipo de poder, aquel que se
fundamenta en el sometimiento de las masas, en la alienación como factor
imprescindible de su existencia. Sin embargo, que sea común no
significa que sea aceptable.
Por otro lado, dicha conveniencia entre
Bergoglio y los dictadores argentinos, en especial Jorge Rafael Videla,
se manifestó en acciones concretas que incluso llegaron a acusaciones de
dos sacerdotes, Francisco Jalics y Orlandio Yorio, ambos pertenecientes
a la Compañía de Jesús que en cierto momento comenzaron a defender con
vehemencia los derechos de los pobres, una actitud que, paradójicamente,
no es bien vista dentro de la Iglesia Católica, por lo cual dichos
curas perdieron su licencia religiosa por decisión de Bergoglio, para
justo inmediatamente después ser aprehendidos y torturados por personal
de la Escuela Mecánica de la Armada. A Bergoglio se le acusó en este
caso de delatar y prácticamente entregar a ambos sacerdotes.
También a esta época pertenecen las
imputaciones hechas por las Madres de Mayo (el conocido grupo que lucha
por el esclarecimiento de casos de personas desaparecidas durante la
dictadura) sobre cierto nivel de participación de Bergoglio en el robo de niños nacidos en prisiones argentinas
y sobre el cual, según se acusó hace algún tiempo, el cardenal tenía
que ser presentado para que declarase al respecto, pues posee
información sobre estos crímenes que ha evitado revelar a las
autoridades argentinas.
Por último, no es menos importante la
oposición indoblegable que hace un par de años Bergoglio manifestó hacia
las uniones civiles entre homosexuales aprobadas por el gobierno de
Cristina Kirchner, llamando incluso a, sic, una “guerra santa contra el
matrimonio gay”.
Así, recurriendo a la frase de
Nietzsche, parece claro no solo que Francisco I es “humano, demasiado
humano”, y a pesar de todos los supuestos símbolos que lo rodean —ser
argentino, ser jesuita, haber elegido el nombre de un santo humilde y
que según la leyenda recibió el encargo divino de limpiar la podredumbre
de la Iglesia, San Francisco de Asís—, tal parece que su pontificado
dista mucho de la transformación renovadora que algunos quisieran para
la Iglesia Católica, cuyo poder e influencia bien podría ser un factor
decisivo, de quererlo y ejecutarlo, en la transformación del mundo
mismo, en su tránsito hacia una realidad menos desigual, más justa,
trabajar realmente por la implantación del Reino de los Cielos en este
mundo.
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