Cualquiera de
nosotros habría apostado en contra, y perdido dinero, si alguien nos
hubiera dicho que en 100 días el nuevo Presidente de México plantearía
una reforma educativa de fondo, metería a la cárcel a Elba Esther
Gordillo, lanzaría una promesa de hambre cero, se declararía apóstol de
los derechos humanos y pondría en jaque a los monopolios de las
telecomunicaciones.
¿No se suponía que iba a ser títere de Televisa? Ahora resulta que la
reforma sobre televisión, radio, telefonía y servicios digitales excedió
incluso las expectativas de los optimistas. Tanto por lo que respecta a
la tercera y cuarta cadena como, sobre todo, la prohibición de que
cualquier actor tenga más del 50 por ciento en estas áreas. Y abre la
competencia al 100 por ciento a la inversión extranjera, lo cual termina
con los mercados protegidos de Slim, Televisa y TV Azteca tan rentables
como escasos en calidad. No es casual que el valor de las acciones de
América Móvil (Telcel) y las televisoras haya caído de inmediato.
¿Hay gato encerrado en todo esto? La respuesta final sólo habrá de
tenerse cuando se conozcan las leyes secundarias que aterrizarán todas
estas propuestas. Pero de entrada, incluso los críticos del regreso del
PRI al poder, tendríamos que aceptar que el primer trimestre del sexenio
ofrece novedades positivas.
Mi interpretación es que todas estas medidas siguen siendo congruentes
con el gran propósito priista de llegar al poder para quedarse. Lo cual,
en sí mismo no es reprobable. Depende de la vía que se siga para
conseguirlo.
Y para sostenerse en el poder hay tres caminos: primero, las armas o la
represión, lo cual a estas alturas de la historia y la globalización se
antoja poco menos que impracticable en México. Segundo, el autoritarismo
en sus diversas formas que impide a la oposición convertirse en
competencia efectiva para disputar elecciones o la sociedad exigir
rendición de cuentas. Y tercero, la credibilidad y/o popularidad que
permite a un partido reelegirse comicio tras comicio.
Desde luego que entre estas tres opciones hay muchas mezclas y matices
intermedios. El chavismo en Venezuela, por ejemplo, tenía un poquito de
lo primero (represión), bastante de lo segundo (autoritarismo) y
muchísimo de lo tercero (populismo).
Me parece que en estos primeros meses, Peña Nieto ha buscado
esencialmente fortalecer el tercer aspecto. A su vez, la credibilidad y
la popularidad se obtienen por dos vías: mediante un gobierno eficiente y
por el anuncio y aplicación de medidas favorables a amplios sectores de
la población. Peña Nieto ha comenzado por esto último, porque en este
momento no hay condiciones para asegurar un gobierno eficiente.
Buena parte de las medidas anunciadas están dirigidas a la tribuna. O
dicho de otra forma, comenzaron por los cambios más susceptibles de
favorecer el aplauso popular: encarcelamiento de Elba Esther, reforma
educativa, campaña contra el hambre, combate a monopolios.
Hacer un gobierno eficiente es otra cosa. Para ello requieren más
recursos públicos, lo cual significa impulsar el crecimiento económico y
hacer una reforma fiscal para incrementar la captación. Pero algunas de
esas medidas no serán muy populares. Aplicar el IVA a alimentos y
bebidas o abrir Pemex a la inversión privada no cosecharán aplausos como
los anuncios de ahora.
Lo que ha hecho Peña Nieto y su equipo es construir una agenda de buenas
noticias antes de dar las malas. Sumar consensos antes de restar
disensos. Pero eso no quiere decir que esta primera oleada de políticas
públicas sean falsas o demagógicas. Algunas de ellas serán positivas en
la medida en que acaben aterrizando correctamente.
Del otro lado, eso tampoco los convierte en demócratas. Yo diría que
simplemente están tratando de ser políticos eficaces. Han leído que para
ser aceptados necesitan llevar a cabo acciones demandadas por la
sociedad (tema Gordillo o monopolios) y han convencido a las élites de
ceder en beneficio del largo plazo.
Lo cual nos regresa a la pregunta inicial: ¿es Peña Nieto un demócrata o
un demagogo? Me parece que, por lo pronto, ninguna de las dos cosas. Yo
diría que es un equipo que está tratando de hacer política profesional.
Buscan legitimarse para quedarse. Punto.
A ratos eso será bueno para el país y a ratos una amenaza. Que sea más
de los primero que de lo segundo dependerá de la presión de todos
nosotros, los ciudadanos, las redes, los medios, las instituciones de la
sociedad civil. No se trata de lincharlos, tampoco de reverenciarlos.
Bastará con exigirles. Por ahora.
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