Ángel Verdugo
A una economía de mercado la precede un profundo cambio
cultural en el gobernante y en su círculo cercano.
13/03/2013 00:30
La esencia de una economía de mercado, sin duda
alguna, es la competencia abierta y sin cuartel entre los agentes
económicos. Sin embargo, esto que se dice fácil tiene un antecedente y
soporte que no es fácil de adquirir.
A una economía de mercado, la precede un profundo cambio cultural en el gobernante y su círculo cercano, y en no pocos integrantes de la clase política. Este grupo, minoritario en cualquier país en el momento de la decisión que rompe con el pasado, está conformado por convencidos de la necesidad de permitir, estimular y facilitar la competencia económica.
Ésta es —así se ve cuando se da el cambio cultural que menciono—, la única salida frente a los obstáculos que han construido en un país su burocracia, y casi toda la clase política en abierta colusión con los negociantes favorecidos con mil privilegios.
Este proceso de toma de conciencia —como todo cambio cultural—, lleva años; viene de muy atrás. Además, no se da así como así; tampoco por arte de magia o por la “conversión convenenciera” de quienes horas antes de su “conversión”, aún se oponían a la más mínima competencia.
Si uno analiza los cambios registrados en las economías pilares de las grandes transformaciones durante la segunda mitad del siglo XX —Taiwán, Corea y China—, encontrará en ellos una comprensión clara del papel de la competencia económica. Hoy, buena parte de lo que sucede en la Vieja Europa, se debe precisamente a haber dejado de lado ese espíritu e ímpetu competidor el cual, ahí está la causa de su actual desgracia, lo sustituyeron por el proteccionismo.
La competencia pues, es el elemento central en toda transformación económica positiva; explica ésta y la hace posible. No hay otra ruta en esto del crecimiento, más que impulsar y facilitar la competencia. Al mismo tiempo, la sociedad debe entender, aceptar y disfrutar sus ventajas, no sólo en lo económico sino en muchos campos de la vida de un país.
En pocas palabras, privilegiar la competencia no es fácil ni es algo que surja de la noche a la mañana; de ahí que debamos tener cuidado con los conversos del lunes porque, facilitar la competencia económica no es obra de milagros.
Aquí, entre nosotros, priva un rechazo casi total a la competencia; no sólo en la economía sino en la vida del país. Rechazamos toda posibilidad de competir; desde la negativa visceral a debatir, hasta la colusión en un mercado determinado. Todo, aun lo ilegal, antes que competir; todo, antes de ser exhibido como un político incapaz e ignorante en el debate electoral o parlamentario.
Los párrafos anteriores vienen a cuento, por la conversión —casi religiosa—, que atestiguamos este lunes a favor de la competencia en el sector de las telecomunicaciones. ¿Cómo explicar que de repente —si no es por obra de un milagro—, todo el mundo —políticos, “empresarios”, dirigentes de partidos y legisladores de todos los colores— estuvo a favor de la competencia para favorecer al consumidor y al país entero e impulsar el crecimiento de nuestra mediocre economía?
¿Imaginan ustedes, de ser auténtica esa conversión, a este país en unos cuantos años? ¡Ánimo, conversos, a acabar con los demonios en contra de la competencia que aún quedan en México!
A una economía de mercado, la precede un profundo cambio cultural en el gobernante y su círculo cercano, y en no pocos integrantes de la clase política. Este grupo, minoritario en cualquier país en el momento de la decisión que rompe con el pasado, está conformado por convencidos de la necesidad de permitir, estimular y facilitar la competencia económica.
Ésta es —así se ve cuando se da el cambio cultural que menciono—, la única salida frente a los obstáculos que han construido en un país su burocracia, y casi toda la clase política en abierta colusión con los negociantes favorecidos con mil privilegios.
Este proceso de toma de conciencia —como todo cambio cultural—, lleva años; viene de muy atrás. Además, no se da así como así; tampoco por arte de magia o por la “conversión convenenciera” de quienes horas antes de su “conversión”, aún se oponían a la más mínima competencia.
Si uno analiza los cambios registrados en las economías pilares de las grandes transformaciones durante la segunda mitad del siglo XX —Taiwán, Corea y China—, encontrará en ellos una comprensión clara del papel de la competencia económica. Hoy, buena parte de lo que sucede en la Vieja Europa, se debe precisamente a haber dejado de lado ese espíritu e ímpetu competidor el cual, ahí está la causa de su actual desgracia, lo sustituyeron por el proteccionismo.
La competencia pues, es el elemento central en toda transformación económica positiva; explica ésta y la hace posible. No hay otra ruta en esto del crecimiento, más que impulsar y facilitar la competencia. Al mismo tiempo, la sociedad debe entender, aceptar y disfrutar sus ventajas, no sólo en lo económico sino en muchos campos de la vida de un país.
En pocas palabras, privilegiar la competencia no es fácil ni es algo que surja de la noche a la mañana; de ahí que debamos tener cuidado con los conversos del lunes porque, facilitar la competencia económica no es obra de milagros.
Aquí, entre nosotros, priva un rechazo casi total a la competencia; no sólo en la economía sino en la vida del país. Rechazamos toda posibilidad de competir; desde la negativa visceral a debatir, hasta la colusión en un mercado determinado. Todo, aun lo ilegal, antes que competir; todo, antes de ser exhibido como un político incapaz e ignorante en el debate electoral o parlamentario.
Los párrafos anteriores vienen a cuento, por la conversión —casi religiosa—, que atestiguamos este lunes a favor de la competencia en el sector de las telecomunicaciones. ¿Cómo explicar que de repente —si no es por obra de un milagro—, todo el mundo —políticos, “empresarios”, dirigentes de partidos y legisladores de todos los colores— estuvo a favor de la competencia para favorecer al consumidor y al país entero e impulsar el crecimiento de nuestra mediocre economía?
¿Imaginan ustedes, de ser auténtica esa conversión, a este país en unos cuantos años? ¡Ánimo, conversos, a acabar con los demonios en contra de la competencia que aún quedan en México!
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