Thomas
Jefferson subrayó ese punto cuando señaló que “Un gobierno sabio y
frugal, que impida que los hombres se hagan daño mutuamente, los dejará
ser libres para regular sus propios objetivos de trabajo y mejora”.
Esta creencia en la libertad política y económica ha tenido
verdaderas consecuencias. Los americanos han cultivado, acumulado y
compartido a través de su sociedad la mayor provisión de riqueza
personal y nacional de la historia. Por increíble que parezca, George
Washington lo predijo cuando señaló que un pueblo, “dueño de espíritu
comercial que ve y va en busca de su provecho puede lograr casi
cualquier cosa”.
¿Por qué debería importar hoy la libertad económica a los americanos?
Los Fundadores de Estados Unidos siempre
tuvieron un preclaro sentido de la importancia de la libertad económica y
de la medida en que está entrelazada con la libertad política. La
Revolución Americana comenzó como una rebelión fiscal: “No a los
impuestos sin representación”; fue una rebelión contra políticas
económicas sobre las cuales no tenían ni voz ni voto. Ese fue el punto
de ruptura, la reacción a una larga lista de agravios sin contestar
contra un gobierno distante que abusaba repetidamente de sus derechos.
A la luz de esta “larga cadena de abusos y usurpaciones”, la
Declaración de Independencia hizo valer la libertad de Estados Unidos
apelando a los derechos fundamentales del hombre a “la vida, la libertad
y la búsqueda de la felicidad”. Y la búsqueda de la felicidad que los Fundadores entendían requiere la protección de la propiedad porque el derecho a disfrutar del fruto del propio trabajo es un principio fundamental de la libertad.
“Es evidente que el derecho de adquirir y poseer bienes materiales, y
tenerlos protegidos, es uno de los derechos naturales e inherentes del
hombre,” escribió en 1795 el juez de la Corte Suprema William Paterson.
“Ningún hombre se convertiría en miembro de una comunidad en la que no
pueda disfrutar del fruto de su honesto trabajo y diligencia” [1].
El derecho a la propiedad protege otras libertades. Las
congregaciones poseen iglesias donde se practica la libertad religiosa.
Los periódicos poseen imprentas que facilitan la libertad de prensa. La
propiedad de la vivienda contribuye al bienestar y a la seguridad
financiera de las familias. La propiedad comercial produce bienes y
servicios para negociar en un mercado libre, así como la propiedad
intelectual protege las ideas y la innovación. El derecho a la propiedad
garantiza los medios para vivir en libertad y practicar el
autogobierno.
Al diseñar un marco de gobierno para nuestra nación, los Fundadores
sabían lo que no querían. Rechazaron los sistemas aristocráticos
europeos que favorecían a los ricos establecidos y también a un gobierno
todopoderoso que gravaría y redistribuiría la riqueza según intereses
políticos arbitrarios. Ninguno de estos modelos aseguraban la libertad
individual; ambos sometían al pueblo a los caprichos de otros.
Sin embargo ellos sabían que un gobierno muy reducido también era
causa de problemas. Los Artículos de la Confederación no sólo fallaron
en cubrir los medios para proteger los derechos y la seguridad del
pueblo de la naciente unión sino que tampoco le dieron al Congreso
ninguna autoridad para regular el comercio – para convertir el comercio
en algo “normal” con el fin de garantizar que los americanos tuviesen
acceso a lo que no podían producir por sí mismos. Los estados habían
impuesto tarifas contrapuestas que restringían el flujo de mercancías
entre ellos mientras que intentaban atraer comercio exterior a sus
propios puertos.
Según la Constitución, dos de las funciones más importantes del
gobierno federal tienen que ver con la seguridad de la nación (“proveer
la defensa común”) y la economía nacional (el poder de regular el
comercio interestatal, poner impuestos y establecer la divisa nacional).
La Constitución no solo limita el alcance del gobierno federal en la
vida cotidiana de los americanos, sino que también derogó las
restricciones sobre el comercio entre los estados [2] creando la primera
zona de libre comercio del mundo moderno. A medida que la joven nación
extendía sus fronteras a través del continente y su población crecía,
esta libertad para comerciar dio rienda suelta a la especialización y el
intercambio, propulsando el crecimiento económico y la prosperidad [3].
La historia continúa demostrando la sabiduría de los Fundadores por creer en la unidad de la libertad política y
económica. Alexander Hamilton sostenía que: “La verdadera libertad, al
proteger los esfuerzos del talento y la diligencia, tiende con más
fuerza que ninguna otra causa a aumentar el grueso de la riqueza
nacional” [4]. Al empoderar a las personas para perseguir sus propios
fines en un mercado en el que los bienes y servicios se negocian a
precios justos y al hacer respetar los derechos de propiedad y los
contratos, también se está contribuyendo al beneficio económico de
otros. A día de hoy, Estados Unidos mantiene un orden social dinámico en
el cual los individuos son libres para subir –y para caer de— la
escalera del éxito.
Como nación soberana, la responsabilidad de asegurar que los
americanos puedan comercializar el fruto de su trabajo en el exterior
recae en el gobierno federal. Los Fundadores estaban profundamente
ofendidos con el rey de Inglaterra “por cortar nuestro comercio con todo
el mundo” [5]. El comercio era algo fundamental para su estilo de vida y
como Benjamin Franklin escribió en Principios del Comercio en 1774: “Ninguna nación se arruinó nunca por el comercio”.
Entonces como ahora, algunos han querido ver que el gobierno imponga
regulaciones, tarifas, impuestos y que intervenga de otras maneras para
proteger y favorecer ciertas actividades así como para minimizar el
riesgo económico. Eso pudo haber tenido sentido en los orígenes de la
nación. No obstante, afortunadamente siempre ha habido voces más firmes
que sabían que tales políticas acabarían estrangulando la creatividad,
la productividad, la competencia y el acceso a los mercados que el
pueblo necesita para crecer y prosperar y que las economías necesitan
para expandirse y seguir siendo fuertes.
El desafío para los líderes de Estados Unidos ha sido siempre
conseguir que el gobierno no se vuelva ni demasiado agobiante ni que
esté demasiado involucrado en los mercados económicos. Es por eso que en
toda nuestra historia, la mayoría de los líderes americanos han estado
de acuerdo con los Fundadores en que el mayor beneficio para cada uno se
deriva del libre mercado y del libre comercio para todos.
Andrew Jackson resolvió conflictos comerciales con Francia,
Dinamarca, Portugal y España a favor de Estados Unidos. Él firmó un
acuerdo comercial con Gran Bretaña, el cual abrió de nuevo el comercio
con las Indias Occidentales Británicas, y el primer acuerdo comercial
con una nación asiática, el reino de Siam. También firmó acuerdos
comerciales con Rusia, España y Turquía. Bajo la dirección de Jackson,
los americanos vieron un crecimiento del 75% en exportaciones y 250% de
crecimiento en importaciones.
La tradición del libre comercio fue continuada por presidentes como
James Polk, que redujo los aranceles, y Ronald Reagan, que propuso una
zona de libre comercio norteamericana y firmó un acuerdo de libre
comercio con Canadá. Su visión se convirtió en realidad cuando Bill
Clinton firmó el Tratado de Libre Comercio de Amércia del Norte
(NAFTA/TLCAN) en 1993, creando así la zona de libre comercio más grande
del mundo y aumentando el comercio en el hemisferio de $297,000 millones
en1993 a casi $1billón en 2007.
Lo que estos presidentes entendieron es que la libertad económica
importa. Los aranceles hacen que los costos de las importaciones sean
más altos y tienen un efecto desmotivador sobre la competencia que de
otra manera ayudarían a bajar los precios. Pero esto significa mucho más
que abrir el comercio reduciendo aranceles, como documenta anualmente
el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage y el Wall Street Journal.
Si las políticas económicas hacen que los precios suban, el valor del
dólar en nuestros bolsillos disminuye, y con él, nuestra capacidad de
comprar y hacer lo que queremos; deprecia nuestro trabajo. Si el
gobierno impone costos adicionales sobre consumidores y negocios
mediante impuestos más altos, tasas y regulaciones, o restringe el uso
justo de nuestra propiedad, la libertad económica decae.
La pérdida de libertad económica golpea con fuerza especialmente a
los pobres. Durante la última década, los países que aumentaron la
libertad económica vieron que la caída de los niveles de pobreza casi se
duplicaron comparada con los países que perdieron libertad. Las
personas en los países con más libertad económica no solo eran más
felices sino también más prósperas. La correlación entre la libertad
económica y la prosperidad es asombrosamente alta, con una mayor
libertad traduciéndose en una mayor renta per cápita [6].
Como Thomas Jefferson escribiera a John Adams en 1785, “todo el mundo
se beneficiaría dejando el comercio en perfecta libertad” [7].
La libertad económica –libre mercado en lo doméstico y libre comercio
en el mundo— es esencial para la libertad humana. Sin ella, la gente no
es capaz de mejorar las condiciones en las que ellos y sus
descendientes vivirán. Peor aún, son vulnerables a la opresión,
especialmente la del Estado. Basta con recordar el número de víctimas de
la esclavitud y del comunismo soviético para entender lo que Friedrich
Hayek quería decir cuando señaló que “estar sometido a control en
nuestra actividad económica significa estar siempre controlado” y que si
todas las decisiones económicas tienen que someterse tambien a la
aprobación del gobierno, entonces “en realidad estamos intervenidos en
todo” [8]. Ultimadamente, la libertad es total y universal: El mundo no
será libre políticamente si no es libre económicamente.
La apertura de Estados Unidos a comerciar ha sido siempre lo que ha
impulsado su expansión económica. Durante los últimos 50 años, Estados
Unidos ha sido líder extendiendo el libre comercio por todo el mundo.
Mayormente hemos seguido el consejo de George Washington de “sostener un
trato igual e imparcial …difundiendo y diversificando por medios
apacibles el flujo del comercio” [9]. Sin embargo, en la actualidad, a
medida que más naciones han decidido seguir esta tónica, los líderes
políticos en Estados Unidos han elegido intervenir más directamente en
la economía e imponer pesadas regulaciones que dejan a las empresas
americanas en desventaja competitiva.
Si el compromiso de Estados Unidos con la libertad económica —no
solamente con su política de acción sino con su liderazgo en el mundo—
continúa decayendo, entonces está descuidando sus intereses nacionales y
traicionando sus principios básicos. Al hacerlo, también pone en
peligro la seguridad, la prosperidad y la libertad, no solo de Estados
Unidos sino también las de gran parte del mundo.
Los Fundadores de América sabían que la libertad es algo más que
solamente garantizar las libertades políticas. La verdadera libertad
requiere libertad económica – la capacidad de beneficiarnos de nuestras
propias ideas y trabajo, de trabajar, producir, consumir, poseer,
negociar, e invertir según nuestras propias preferencias.
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