por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
Esta semana falleció, a los 93 años de edad, James M. Buchanan. Considerado uno de los fundadores de la escuela del Public Choice o de la Elección Pública, fue uno de los Premios Nobel de Economía más influyentes de los últimos años.
Buchanan ayudó a responder la pregunta del título de este artículo.
Siempre se había asumido que en los mercados, los empresarios se movían
por su propio interés, a fin de maximizar sus beneficios. Pero la
política era harina de otro costal. En ella el interés público y el bien
común eran la inspiración de las decisiones. Los empresarios eran
egoístas. Los políticos eran desprendidos y dadivosos.
Buchanan acabó con la visión romántica de la política. La idea de que
los políticos actúan guiados por el interés común es falsa. Es el
egoísmo (entendido como la búsqueda del propio bienestar) la guía de
toda acción humana, sin importar si esa acción se da en el mercado o en
la política.
Gates y Humala actúan motivados por
el mismo incentivo. Ambos buscan maximizar su propio interés. El
primero busca ganar más dinero. El segundo busca concentrar más poder
para sí mismo, para su familia y para sus amigos. Ambos quieren vivir
mejor; solo siguen caminos distintos para lograrlo.
El romanticismo de la política es un espejismo creado por un discurso
de formas sin contenido. Los empresarios entregan productos de mejor
calidad si es que los consumidores están dispuestos a pagar por el
beneficio que reciben. Los políticos solo generaran buenas políticas
públicas si reciben, a cambio, un beneficio. Este puede ser la
reelección (o la elección de su esposa), popularidad, trabajo para sus
hermanos o amigos, un sueldo asegurado por cinco años o la oportunidad
de generar negocios sean estos legítimos o ilegítimos (corrupción o
venta de influencias).
El dilema no es entonces si se privatiza o no el Estado. El Estado ya
está privatizado. Los funcionarios, desde el presidente de la República
hasta el ventanillero de una municipalidad, son privados, con sus
propios intereses y con la intención de beneficiarse y de beneficiar a
sus familias y amigos. La pregunta no es si se privatiza. La pregunta
es en realidad cómo se privatiza.
Si vas y compras una computadora y te entregan otra de menor calidad,
puedes exigir que te entreguen la correcta. Por supuesto que el
proveedor puede ganar más si te vende una computadora cara y luego te
entrega una barata. Pero para eso están los contratos que evitan que el
interés particular del empresario se desboque.
Pero si Humala hace una promesa electoral y luego no la cumple,
entonces no hay contrato que exigir. La democracia es un método de
privatización bastante imperfecto. Solo la existencia de instituciones
políticas sólidas, que incluyen derechos individuales claros, puede
corregir los incentivos de los políticos a preferir su propio bienestar
sobre el bienestar del país.
Pero hay más: los empresarios les generan beneficios a los demás que
van más allá de los que ganan. ¿Se han preguntado cuanto más ganamos
gracias a la tecnología desarrollada por personas como Bill Gates o
Steve Jobs? ¿Cuánto aumenta la productividad de todos gracias a estos avances? El deseo por ganar más hace que otros también ganen.
En teoría, lo mismo debería pasar con la política. Pero no es así.
Como no hay límites, las decisiones políticas suelen orientarse a usar
lo ajeno (los recursos públicos y los privados) en beneficio del
gobernante de turno que busca maximizar su poder con populismo,
sobrerregulación o simplemente corrupción.
Parafraseando un dicho popular, la política es el arte de
beneficiarse obteniendo el dinero de los ricos y el voto de los pobres,
con el pretexto de proteger a los unos de los otros.
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