02 abril, 2013

La nueva guerra fría

Víctor Beltri
La avanzada a territorio de Corea del Sur tendría un costo de vidas brutal, por los cuatro kilómetros de minas antipersonales... 
La nueva guerra fría
Apesar de que es poco lo que se sabe de Kim Jong-un, además de su corta edad y su presumible falta de experiencia, sería irresponsable considerarlo simplemente como un desequilibrado. Al parecer fue educado en Suiza, por lo que conocería de primera mano el pensamiento occidental y sus decisiones distarían de ser aquellas de un hombre encerrado en la visión de túnel de su pequeño mundo. Por otro lado, cuenta con la indudable asistencia y dirección de sus asesores militares, y es poco probable que le fuera permitido iniciar un conflicto a todas luces desastroso por voluntad propia. Así, debe existir una razón para la escalada de declaraciones y amenazas que hemos visto en los últimos tiempos. Para tratar de descifrarla, conviene analizar la situación de los principales implicados en un posible conflicto.


En primer lugar, la propia Corea del Norte. Hay dos formas en las que una ofensiva militar podría desarrollarse: a través de armas convencionales y no convencionales. En el primer caso, la avanzada a territorio de Corea del Sur tendría un costo de vidas brutal, por los cuatro kilómetros de minas antipersonales que deberían salvar, en un principio, y por la sin duda implacable respuesta aérea del gobierno de Seúl y sus aliados. La victoria es prácticamente inviable. En el caso de que se usaran armas no convencionales, y en específico nucleares, el escenario sería aún más complicado para Pyongyang, por los sistemas de defensa que anularían de inmediato los ataques y la respuesta equivalente sobre su propio territorio. El ataque que representaría una amenaza mayor para Corea del Sur y sus aliados sería a través de armas químicas o biológicas, dado que Corea del Norte no ha firmado las convenciones internacionales al respecto, y cuenta con arsenales que causarían daños terribles a la población. Sin embargo, la respuesta ante un ataque de este tipo sería avasalladora y contaría con el respaldo irrestricto de la comunidad internacional. No existe un escenario de victoria posible para el gobierno de Kim si se decide a atacar a su vecino.
Corea del Sur, por otro lado, no duda de su capacidad para derrotar al régimen totalitario. Se han entrenado para ello por décadas, y la solidez de sus alianzas les permite confiar en una victoria contundente. Sin embargo, el escenario de posguerra pone los pelos de punta a la población en general, puesto que podría suponer la reunificación de las dos Coreas, y en consecuencia un éxodo masivo a su territorio y un retroceso económico de décadas. A pesar de que el gobierno de Seúl tiene un ministerio dedicado específicamente a buscar la reunificación, y el deseo de que ésta suceda se inculca a los niños desde pequeños, cada vez son menos los coreanos que apoyarían esta medida. El joven coreano promedio ha vivido amenazado toda su vida y no puede percibir los beneficios de unir su destino a un pueblo rencoroso y atrasado.
Para Estados Unidos y China la situación es completamente diferente. Sobre todo para China. La estrategia seguida por el gobierno de Beijing para fortalecer a Corea obedece a previsiones de otros tiempos, en los que proteger las fronteras de un eventual ataque era fundamental. Con el desarrollo de las tácticas militares modernas, y el armamento disponible en la actualidad, la importancia de contar con Corea del Norte como buffer se antoja relativa y, al contrario, se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza. Corea del Norte es un país sin recursos, en el que la gente vive una situación de hambruna, y China lo ha sostenido por décadas. El hecho de que un gobierno tan poco confiable cuente con armas nucleares, y químicas, lo convierte en un riesgo constante, al que parece no tener más remedio que seguir financiando, a pesar de que poco a poco se va deslindando del régimen de Pyongyang, tal vez en la esperanza de que caiga por su propio peso. Corea del Norte está consciente de esto, y por eso endurece su postura para asegurarse de los recursos necesarios para sobrevivir. La lucha de Kim pasa más por chantajear a China y asegurar su subsistencia que por un supuesto odio irracional que lo pudiera llevar a cometer una locura.
Un conflicto en el Pacífico Sur, aun con armas convencionales, tendría como gran perdedor a China. Si toma partido con Corea del Norte, las rutas comerciales que van hacia América se verían interrumpidas de inmediato, y el Dilema de Malaca, que Hu Jintao apuntaba hace años, se convertiría en realidad, al verse también comprometidas las rutas navales que pasan por el transitado estrecho entre Sumatra y la Península de Malasia. Los suministros de energéticos a China se verían interrumpidos, toda vez que el oleoducto de Sino-Burma no ha entrado en operación. La economía china se desplomaría de inmediato, y la crisis económica resultante sería de proporciones históricas. Si, por el contrario, deja a Kim a su suerte, las rutas navales se verían igualmente comprometidas y contaría con un enemigo más, con capacidad nuclear, armas químicas y pocos escrúpulos, a la puerta. China no tiene otra opción que tratar de evitar el conflicto a toda costa, y seguir financiando al gobierno de Pyongyang.
Estados Unidos, por su parte, juega su papel. Defiende a sus aliados y está atento al siguiente movimiento tanto de Kim como de China, manteniendo intencionalmente un perfil bajo, jugando de nuevo a una guerra fría que mucha gente pensó no volver a presenciar

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