por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
En mi sueño me despierto una mañana. Leo el titular del periódico:
“Chávez ha resucitado. Se suspenden elecciones en Venezuela”. La noticia
(en el sueño) me alegró. El regreso de Chávez a la vida (y a la
Presidencia de Venezuela) es una buena noticia.
En el sueño la celestial descripción del inmaduro Maduro era cierta:
“Nuestro comandante ascendió al cielo y está frente a Cristo. Influyó
para que se convocará a un Papa sudamericano”.
Y también era cierta la profecía del propio Maduro: “En cualquier
momento Chávez convoca una constituyente en el cielo para cambiar la
Iglesia en el mundo y que sea el pueblo el que gobierne”.
Una República Bolivariana mundial, pero de origen divino. El populismo
es dogma de fe. Negarlo no es solo un crimen, sino además un pecado.
Las imágenes de los ángeles y los santos y hasta de las vírgenes en las
iglesias, a lo largo y ancho de la tierra tienen, todas, la cara de
Chávez.
De los diez mandamientos “No matarás” ha sido derogado, como en
Venezuela, donde se cometen más de 70 asesinatos al año por cada 100.000
habitantes, más del triple que el Perú, una de las tasas más altas del
mundo. Si la “seguridad” de Venezuela se expande por todo el orbe
habrá más de 50 millones de asesinatos al año. “No robarás” también fue
derogado. Venezuela ocupa el puesto 165 en el ranking de corrupción, de
un total de 176. El mundo se convirtió en una cueva de ladrones.
Los evangelios han sido reescritos. Cristo aparece ahora con estilo
Che Guevara. Justifica en sus prédicas y sus parábolas a Cuba. Pero su
protagonismo ha sido desplazado por Chávez, que es ahora quien hace
milagros, cura a los enfermos y multiplica el pan y los peces.
El sermón de la montaña ha sido reemplazado por un programa de televisión llamado Alo Presidente,
pero transmitido en todo el globo. Los seguidores del cristianismo han
sido reemplazados por una sarta de adulones que festejan, ya no las
bienaventuranzas, sino una serie de chistes de mal gusto.
Por eso en el sueño me alegro cuando resucita. Al regresar a la tierra y
dejar las alturas donde lo puso Maduro, su capacidad de destruir quedó
limitada solo a Venezuela y a los pocos países de gobernantes
irresponsables que siguen sus destructivas enseñanzas.
El lamentable martirio de los venezolanos es preferible al apocalipsis
mundial. La temida convocatoria a una constituyente universal quedó
atrás. Los mandamientos, los evangelios, los pecados y las imágenes de
los santos y los ángeles quedan como en un principio.
Su resurrección trae la salvación del mundo aunque regresa la desgracia a los venezolanos. Ellos tendrán que vivir con una inflación
como la acumulada en los últimos 13 años de más de 1500% mientras
nosotros los peruanos solo acumulamos el 45% en el mismo periodo.
Vivirán sin libertad, sin propiedad, sin derechos, sin dignidad, sin
Estado de Derecho.
Y el dios del petróleo, ese que financió el despilfarro y la
irresponsabilidad, solo hará milagros mientras sus precios
internacionales sean altos. Un poder limitado comparado con la infinita
omnipresencia de Dios.
No se puede saber si Maduro está hablando en serio o es un
personaje producto de lo real y maravilloso, recogido en las páginas de
una novela de García Márquez. Lo que sé es que si
Chávez hubiera subido a las alturas y pudiera influir en Cristo, no
hubiera nombrado un Papa argentino, sino que él mismo se hubiera
autonombrado Sumo Pontífice y se habría incluido en la santísima
trinidad.
Lo cierto es que Maduro es un personaje tan burdo y vulgar como burdo y
vulgar es su comentario. Solo habría que recordarle, parafraseando a
Jesús, que hay que darle a Chávez lo que es de Chávez y a Dios lo que es
de Dios.
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