por Gabriela Calderón de Burgos
Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
En una fábula de Lewis Carroll el huevito Humpty Dumpty le dice a Alicia: “cuando yo uso una palabra, quiere decir que yo decido lo que diga”.1
Hoy el liderazgo de Latinoamérica parece estar plagado de Humpty
Dumpties que nos han llevado a una Torre de Babel donde personajes tan
disímiles como Nicolás Maduro, Juan Manuel Santos, Sebastián Piñera,
entre otros, utilizan los mismos términos pero con significados
distintos. Al final del día, lo que han logrado es vaciar de contenido
términos como “democracia”, “libertad”, “paz”.
Por eso es que casi todos los gobiernos de la región —salvo Panamá y
Paraguay— han reconocido el supuesto triunfo de Nicolás Maduro casi sin
sonrojarse. La cancillería de Chile dijo que felicitaba al pueblo
venezolano por “un ejercicio democrático que se ha desarrollado con
tranquilidad”. La de México elogió el hecho de que el supuesto triunfo
se dio “en un reconocido ambiente de paz”.2 A vísperas de la oleada de violencia política que se desató en Venezuela esta semana, Evo Morales dijo que había “triunfado la democracia en Venezuela”.3
Luego José Miguel Insulza de la OEA le deseó éxito a
Nicolás Maduro diciendo que la OEA siempre ha respetado las decisiones
de los órganos internos constitucionales de los países miembros.4
Esto resulta tremendamente extraño viniendo de la misma persona que en
2009 desconoció las decisiones de los órganos internos constitucionales
de Honduras. Pareciera que para el Sr. Insulza y los demás gobiernos que
han sido así de incoherentes, se consideran “constitucionales” los
órganos internos de un país solamente cuando NO gozan de independencia
del ejecutivo, lo cual constituye una evidente perversión del
significado relevante de esa palabra. El constitucionalismo
irrumpió en la historia como un mecanismo para limitar el poder
absoluto. Pero hoy se lo ha vaciado de contenido y hay quienes lo
utilizan precisamente para lo contrario, para defender a quienes abusan
de su poder y erosionan la separación de poderes. Por ejemplo, ¿cómo
podemos hablar de organismos constitucionales en Venezuela cuando su
Tribunal Supremo de Justicia hace acrobacias jurídicas para posesionar a
un presidente sin que este se presente, y después nuevamente para decir
que un recuento manual de votos es “imposible”?
Esto recuerda el “neolenguaje” descrito por George Orwell en su novela 1984.
Orwell explicaba que a los gobiernos totalitarios el lenguaje de
significados precisos y consistentes llegaba a resultarles incómodo. Por
esta razón se inventaban palabras nuevas, se suprimían significados
considerados “disidentes”, y se reducía el vocabulario. “El neolenguaje
era entendido no para extender sino para disminuir las posibilidades del
pensamiento”, decía Orwell. Esto lo escribió para describir lo que
había sucedido con regímenes totalitarios como el de Hitler y el de
Stalin, quienes a la guerra le decían paz; a la opresión, libertad; al
exterminio, solución; a la invasión, liberación.5
Por eso es tremendamente importante llamar al pan pan, y al vino
vino. El día domingo 14 de abril Nicolás Maduro lideró un golpe
institucional en Venezuela y ahora preside un gobierno ilegítimo. La
gran miseria es que esto se ha dado con la venia de prácticamente todos
los gobiernos de la región, incluyendo gobiernos de países que conocen
en carne propia lo que es la verdadera institucionalidad democrática, y
lo que su ausencia implica
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