Los siete pecados liberales
Por Albert Esplugas Boter
Instituto juan de Mariana
Los liberales también
tenemos nuestros vicios. La mayoría son extensibles a los demás
movimientos ideológicos, pero adquieren en el caso del liberalismo una
forma específica. Son vicios de los que he participado (al menos cuando
no tenía consciencia de ellos) y que, aun hoy, resultan esporádicamente
tentadores. Son vicios de distinta condición, que dañan la causa del
liberalismo en varios frentes y que están tan vigentes como arraigados
en la naturaleza humana, lo cual sugiere que no es fácil erradicarlos.
El primer paso, de todos modos, es identificarlos.
1. Furia.
Tratamos a los socialistas, sobre todo a los que defienden sus ideas
con la misma pasión que nosotros, como si fueran enemigos en el campo de
batalla. Les atribuimos sentimientos viles y descargamos sobre ellos
insultos y desprecios. Esta actitud de "hooligan" no contribuye a
difundir las ideas liberales. Si los tratamos como enemigos se
comportarán como tales, y el liberalismo no se materializará cuando la
mitad del país se imponga a la otra, sino cuando la sociedad en general
haga suyos esos principios. Si esta actitud de "hooligan" atrae a tantos
como aliena, el resultado es un clima ideológico más radicalizado, no
más liberal.
2. Guerracivilismo. Los
liberales no solo cabemos en un autobús, además intentamos tirar a
nuestros compañeros por la ventanilla. Parece que nos interese más
etiquetar a la gente que debatir sobre sus ideas. El anonimato de
internet convierte en una agresiva pelea una discusión que se resolvería
amigablemente en un café. La falta de comprensión y el "hooliganismo"
(Furia) tampoco ayudan. Como señala Roderick Long en referencia a las
tensiones entre el Mises Institute y el Cato Institute, "cada bando
tiende a exagerar los defectos de la otra parte y a minimizar sus
propios defectos". Da igual que cada uno crea que su bando es la víctima
y es el otro el que exagera, la moraleja es que debemos hacer un
esfuerzo de empatía y evitar caer en la descalificación gratuita. Red
Liberal es la prueba de que la coexistencia es posible entre liberales
de muy distinto pelaje, y de que su fricción puede ser fuente de jugosos
debates. Este Instituto tiene una composición más radical pero alberga
también varias tendencias y opiniones diversas sin que corra la sangre.
Que cundan estos ejemplos.
3. Dramatismo. Nos
gusta exagerar. Leyendo algunos comentarios cualquiera diría que
estamos a dos pasos del Gulag o que el mundo se acaba mañana. Es bueno
distanciarse de vez en cuando, salir al "exterior" de este mundo liberal
en el que nos recluimos y observar la realidad con más perspectiva. Nos
daremos cuenta de que las cosas van tirando, y en muchos casos van
mejor que antes. No es cuestión de conformarse pero tampoco hay que
dramatizar más de la cuenta. Gente que viene "de fuera", con la mente
abierta, y lee nuestras exaltadas y catastrofistas opiniones puede
pensar que vivimos en un mundo distinto al suyo.
4. Impaciencia.
El triunfo de la libertad es un proyecto a largo plazo y la impaciencia
puede llevarnos a perseguir estrategias cortoplacistas improductivas.
Si esperamos cambios inmediatos lo único que conseguiremos es
frustrarnos. Hay que aprender a convivir con aquello que estamos
combatiendo. Un optimismo largoplacista y nuestra pequeña aportación a
una estrategia igualmente largoplacista es lo más productivo, tanto
desde el punto de vista de nuestra tranquilidad personal como desde el
punto de vista de lo que es necesario para que una sociedad libre emerja
algún día.
5. Fe. O
esperanza, en la política y en los políticos. Vemos políticos liberales
en cada esquina. Merkel era liberal, Sarkozy era liberal. Parece que
hay una revolución reaganiana cerca que nunca llega (la revolución que
tampoco fue, por cierto). La necesidad genera ilusiones. Es la otra cara
de la moneda del Dramatismo y es en buena medida un producto de la
Impaciencia. Esta fe o esperanza no es inocua: depositamos confianza en
un sistema y en unos políticos que ganan legitimidad a expensas de
nuestro desengaño.
6. Anti-izquierdismo. Cuando
es instintivo. Con frecuencia rechazamos de forma mecánica ciertas
posiciones por estar asociadas a la izquierda (la Furia nubla nuestra
razón). Basta que la izquierda las abuchee para que las veamos con
buenos ojos (Bush, la guerra, el PP, las multinacionales), y basta que
la izquierda las apoye para que las critiquemos (independentismo,
calentamiento global, inmigración, multiculturalismo). Debemos definir
nuestras posiciones autónomamente, atendiendo a nuestros principios, no
como reacción a la izquierda. Este vicio es similar a otro que destacaba
Donald Boudreaux: el contrarianismo. Hasta cierto punto es una virtud,
porque nos hace receptivos a nuevas ideas, pero a veces queremos ser tan
políticamente incorrectos que nos pasamos de frenada.
7. Dogmatismo. No
todo empieza y acaba con La ética de la libertad. Rothbard es a menudo
un punto de partida más que un punto de llegada. En el otro extremo,
algunos quieren continuamente reinventar la rueda en lugar de hacer los
deberes examinando lo que han escrito otros autores sobre un tema
determinado. También hay vida más allá de la escuela austriaca, no toda
la escuela neoclásica cae en el simplismo que a veces le atribuimos
(aunque las malas lenguas dirán que eso es por las influencias
austriacas...). El radicalismo, por lo demás, no es necesariamente una
muestra de dogmatismo, puede ser el resultado de una exploración
racional e informada. También se puede ser dogmáticamente anti-radical.
En cualquier caso, el dogmatismo es un obstáculo en la búsqueda de la
verdad y pone en duda nuestra honestidad intelectual.
El que esté libre de culpa que tire la primera piedra.
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